Uno de los atributos más poderosos de la imaginación humana es el de hacer comedia. Alcanza una sublime perfección cuando uno es capaz de reírse de sí mismo. Sin embargo, lo más fácil es mofarse de los demás, y lo verdaderamente cruel ocurre cuando el blanco de las burlas no puede defenderse o, si lo intenta, es vapuleado sin piedad.
Aspecto físico, inteligencia, procedencia, creencias, opiniones, vestimenta, riqueza, pobreza, profesión, orientación sexual… La lista es larga y sería interesante analizar el aspecto antropológico y biológico de esta habilidad.
La sátira, como medio creativo para expresar pensamientos y sentimientos críticos o burlescos, se ampara en la libertad de expresión. Pero, como todo lo relacionado con derechos y libertades, existen confusiones respecto a sus límites, que no siempre son fáciles de definir: entendemos muy bien nuestros propios derechos, no tanto los ajenos.
Desde hace un tiempo sigo una página de tiras cómicas de humor negro, repetitiva en su forma y no muy excesiva en su contenido. No la voy a censurar aquí ni le voy a dar publicidad; la tomo simplemente como ejemplo para esta disertación
Este autor se burla de todos, no deja títere con cabeza… No, corrijo: se burla de casi todos. El clero cristiano (diría que su blanco predilecto), los negros africanos, las personas con discapacidad intelectual o física, los obesos, los veganos, las adolescentes embarazadas, los judíos…
Sin embargo, no hay ni un solo chiste dedicado a los musulmanes ni al islam. Y ahí es donde radica el motivo que me impulsa a escribir esta larga disertación. (pincha aquí para seguir leyendo)
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