Título original: «Stranger Things». 2016. Ocho capítulos de +/- 50 min. Thriller-terror-ciencia ficción. Idea original de Matt y Ross Duffer. Elenco: Winona Ryder, David Harbour, Finn Wolfhard, Millie Bobby Brown
Miniserie que destila por todos los poros detalles extraídos de la década de 1980 y párrafos e ideas procedentes de la cabeza de Stephen King, con lo bueno y lo malo que esto pueda suponer para el espectador
Las escenas de los tráileres con los que, en su momento, nos dejamos los ojos en Youtube fueron hiladas entre sí con la habilidad y maestría de un buen trampero. Se había preparado un suculento y vistoso cebo para que nos hiciera la boca agua y nos urgía a abalanzarnos sobre la pantalla sin reparar en las consecuencias. Un thriller de terror soft y ciencia ficción para aquellos nostálgicos de los años ’80 o que crecieron durante los mismos, que da comienzo con cuatro chavales alrededor de una mesa de Dragones & Mazmorras, en un sótano, mientras el padre de uno de ellos trata de ajustar un televisor “de culo” y “cuernos” en el que aparece Michael Knight un tanto distorsionado.
En su día comenté por Twitter el asunto con un colega que iba a participar del evento maratoniano en Netflix, tragándose entera y de una tacada la miniserie de ocho capítulos. Como era de esperar, me arrojé al vacío y me aventuré a desentrañar qué había más allá de lo obvio en los tráileres, pero solo supe decir que me parecía una mezcla de la película «Super 8» y el manga «Akira», de Katsuhiro Otomo. Y vistos ya hasta los títulos de crédito finales del último capítulo de la producción televisiva, me avergüenzo de mi precipitación pues, si hubiera pensado un poco más, habría sacado el pleno al 15: «Stranger Things» es un popurrí de ideas extraídas de las novelas de Stephen King (incluso el título recuerda al nombre del escritor) y a quien, al menos, han tenido la amabilidad (y decencia) de mentar, aunque sea en labios de la hermana de la supuesta madre de Once, la niña protagonista dotada de poderes psíquicos. A saber: una pequeña localidad rodeada de bosques y que no parece quedar muy lejos de Maine, una cuadrilla de amigos («El cuerpo», idea después desarrollada por King en «El cazador de sueños», aunque los protas de «Stranger Things» son descaradamente los Goonies), una niña con poderes que ha adquirido de su madre al haberse presentado como cobaya humana para una serie de pruebas con drogas experimentales cuando se encontraba embarazada («Ojos de fuego»), la inusual y misteriosa desaparición de un niño («Los tommyknockers»), un policía de pueblo que vive con la constante pesadilla de la muerte de su hija («La tienda») y otros tantos apuntes a los que les acompañaría otros tantos títulos del maestro de Bangor.
Popurrí de King y de los ya referidos «Goonies», «Tiburón», «Poltergeist», «E.T»... Bla, bla, bla.
Y con tanto King de por medio, comencé a sospechar y a temer que la obra de los hermanos Matt y Ross Duffer fuera a verse aquejada del mismo mal que las novelas en las que parece que se inspiran de forma nada velada: un final pobre y sobrado de hilos sueltos. Por desgracia, se confirmaron mis más profundos miedos.
Pero basta ya, por el momento, de darle palos a la serie, que merece otro tantos, sin duda. Me ha gustado mucho la experiencia, yendo de la mano junto a unos niños que se comportan como lo hacíamos nosotros, apreciándose a este respecto una excelente labor de casting, pues encontrar a actores de estas edades con cierto talento y que no parezcan un ramillete de cursis y pedantes resulta harto complicado; por no hablar de la faena que supone el dirigirlos, no pudiéndoseles exigir y presionar al igual que a los adultos. Los muchachos protagonistas son creíbles, divertidos y naturales, sin ápice de sobreactuación; destacando Once o, para los amigos, Ce (aunque el pobre Lucas Sinclair no aporta nada).
También ha resultado agradable recuperar a Winona Ryder en un papel que ha interpretado bastante bien (aunque muchos por ahí dicen que se le fue la pinza): el de mujer al borde de un eterno llanto y presa de la desesperación más absoluta, que lucha contra lo increíble y contra aquellos que no la creen; pues lo último que supe hasta hoy de aquella sobrevalorada actriz de los ’90 fue que era pasto de tabloides por su cleptomanía (así de olvidada tengo yo a esta señora), pero en «Stranger Things» me ha convencido, al igual que otros actores y actrices que han nutrido la producción, aunque sin pasarse.
Lo más impactante de la serie no es el monstruo, claramente inspirado en Lovecraft y acompañado de un sonido reverberante de depredador (no voy a decir nada de la chorrada de que se siente atraído hasta por la sangre que brota un corte en el dedo), sino las primeras escenas de las luces de Navidad que Joyce instala por su casa para comunicarse con su hijo, atrapado en el Mundo del Revés: es una escena que me regocijó, al igual que ese otro plano, copia en espejo del pueblo de Hawkins, en una atmósfera enrarecida hasta donde la pequeña Ce ha llegado con sus sondeos mentales.
Me hubiera gustado ver un final más original y no el de siempre, con cabos sueltos, preguntas y separación temporal, y que no tiene que ver con esa masa viscosa que regurgita el renacido Will y que se escurre por el desagüe del lavabo de su casa (que tampoco es que sea muy allá). Sobre todo me hubiera gustado una muerte más digna para el oscuro personaje que encarna Matthew Modine, pues la que se escenifica es patética, siendo entonces, en ese preciso instante, cuando empecé a tener sudores fríos; y más y más cositas para volver a darle de palos a esta miniserie y que podría eternizar esta reseña, al igual que otras tantas que he hecho para este blog, así que aligero.
Aún con toda su amplia parte negativa, «Stranger Things» tiene suficientes elementos positivos que merecen que nos tiremos casi ocho horas delante del televisor y sin pestañear. Eso, sí, ¿merecerá la pena dignarse en visionar la segunda temporada?
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