Dista mucho de ser una calle turística. No digamos ya de ser una calle que esté cerca del centro o por la que muchos hayan tenido la ocasión y necesidad de pasar, pues se aleja del río Lérez, hundiéndose en los fondos de El Burgo, rozando los límites de Lérez. Una calle casi olvidada para un hombre que fue muy importante en su tiempo y cuyo sarcófago reposa en las ruinas de Santo Domingo, junto al de su mujer e hijo: hablamos de Payo Gómez de Sotomayor, bisnieto de Payo Gómez Charino, ese esquivo personaje que lució las galas de almirante de Castilla.
Resulta chocante el que le dedicaran una calle tan apartada, sobre todo cuando su casa se levantó en la que hoy se conoce como rúa da Ponte, a escasos metros del puente del Burgo, en la orilla izquierda del río Lérez.
Payo Gómez de Sotomayor no fue almirante pero sí mariscal de Castilla, título no precisamente carente de importancia durante la Edad Media y, además, embajador del rey Enrique III ante la corte del gran Tamorlan, que es como se conocía por estos lares al soberano mogol Timur El Cojo.
La relación de este Payo con la ciudad de Pontevedra se evidencia como más bien religiosa, aunque sin descuidar por un instante sus funciones y privilegios como señor feudal. Según el cronista Vasco de Aponte, era una persona cuerda y discreta, bien querida del rey y que contaba con un vasallaje compuesto por mil individuos de diferente condición. Su relación con la corte castellana venía de lejos, como prueba su relación con el almirante Charino, pero es que su padre, Diego Álvarez de Sotomayor “O Mozo”, y su suegro fueron incluso caballeros al servicio del rey Alfonso XI.
Además de mariscal y caballero de la Orden de la Banda, Payo Gómez de Sotomayor fue señor de las fortalezas de Sobrán y Lantaño con sus territorios, además de Insua, Cela, Santo Tomé do Mar, Portonovo, Carril, Rianxo, Villarmayor, las merindades de Postmarcos y una larga relación de tierras y jurisdicciones.
Señor poderoso y a tener en cuenta como aliado y como enemigo, pues resulta que su hijo Sueiro, quien recibió el mayorazgo, tuvo que jurar en 1445 que protegería a la villa de Pontevedra de todo peligro, incluso de su propia familia, los Sotomayor y, muy especialmente, de su padre.
Enrique III de Castilla, a quien sirvió Payo, fue considerado un hombre de gran visión y de estado, de ahí que ordenara enviar dos embajadas a la corte del gran soberano mogol Timur, una de ellas encabezadas por nuestro Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, de la jurisdicción de Arévalo, tras la sonada derrota de Nicosia en 1396, sufrida por el bando cristiano. El rey castellano tenía noticias de que el pujante Imperio otomano sumaba enemigos en sus fronteras orientales; aunque fueran musulmanes, muchas tribus y ciudades no comulgaban con los turcos y uno de ellos era el mogol Timur, quien había logrado formar su propio imperio desde Samarcanda, llegando a los territorios del Volga y exigiendo tributos a Polonia o atacando el mismísimo Egipto. Timur acabó posando su ambiciosa mirada en Beyazid I, sultán de los turcos. Enrique buscaba un enemigo común contra los turcos, en un intento desde la península ibérica de mantener sobre sus cimientos a Constantinopla.
Hacia 1401, los dos embajadores de Enrique III partes para Oriente con sus salvoconductos y llegan a tiempo para el combate decisivo entre Timur y Bayaceto: la batalla de Ankara (1402). Aunque pueda causar cierto resquemor o suspicacia, al parecer, en dicha contienda Payo Gómez de Sotomayor es nombrado caballero a las órdenes de Timur y se enfrenta a los turcos. ¿Sucedió realmente o es una hipérbole romántica que nos ha contaminado las prácticamente nulas crónicas de esta primera embajada a Tamorlan?
Detalles del sepulcro de Payo Gómez Sotomayor en las Ruinas de Santo Domingo |
No nos atreveríamos a dudar de la bravura del Sotomayor, pero resulta una postura un tanto arriesgada para un embajador extranjero. De todos modos, la victoria sonrió al bando mogol y Beyazid terminó enjaulado y sirviendo de escabel para el triunfador, y las relaciones del monarca con el embajador fueron excelentes, aunque no tanto como las que tendría Timur con el caballero y cronista Ruy González de Clavijo, quien es recordado a día de hoy en una avenida de Samarcanda (desde 2004) y en un barrio de la misma ciudad (entonces pueblo), que lleva el nombre de su lugar de nacimiento, Madrid.
La embajada castellana regresó a la península acompañada por representantes de Timur, como fue Mahomet Alcaxí, a quien conocería Clavijo en su misión posterior, y gran cantidad de regalos, entre los que se encontraban tres bellas “princesas” húngaras o griegas (no se sabe muy bien) que fueron cautivas de Bayaceto y que, tras la victoria en Ankara, lo eran de Timur.
Debemos dedicarles unas palabras a estas tres damas (hermanas según alguna crónica) que, incluso, se creía que eran miembros de las casas reales de Hungría, Servia y Grecia. Una de ellas, conocida como Angelina Griega, una belleza inmortalizada en los versos del trovador Mícer Francisco Imperial, contrajo nupcias con Diego Rodríguez de Contreras, poderoso noble segoviano, a quien dio tres hijos y fue enterrada en San Juan de los Caballeros.
Otra de las cautivas era conocida como Catalina y se desposó con Hernán Sánchez de Palazuelos, quien perpetuó la estirpe castellana con esta exótica sangre.
Estos dos casamientos hicieron muy feliz a Enrique III, quien no tuvo reparos a la hora de dotar a las novias.
Pero la tercera en discordia, y rogamos que se nos permita hablar así, es María, quien llevó de cabeza a nuestro Payo Gómez de Sotomayor, pero por culpa exclusiva de éste y de nadie más. Cuando la embajada llegó a la villa jienense de Jodar, el pontevedrés “tuvo amores” con esta dama, a la cual dejó en estado. No sabemos si esas relaciones fueron consentidas o no, pero Enrique III montó en cólera y puso precio a la cabeza del indecente noble quien, sin duda, se habría aprovechado de su posición frente a una chica que había pasado gran parte de su vida como cautiva de los infieles.
Payo tomó las de Villadiego e hizo muy bien para salvar su pellejo, mas Enrique III calmó su ira tras recibir numerosas peticiones de diversos nobles que abogaban por el perdón real.
El rey castellano dotó a María y obligó al perdonado Payo que se casara católicamente con ésta. Obviamente, en la sala del trono, la espada de administrar Justicia estaba recién afilada.
Payo Gómez de Sotomayor contrajo nupcias con María a regañadientes y tuvo con ella descendencia nobiliaria, y aunque muchos románticos hayan dulcificado su relación matrimonial, a la que solo le faltaban cupidos revoloteando por las esquinas, lo cierto es que para él, tal y como consta en su testamento, era una sirvienta (miña serventa, si prestamos atención a su testamento).
Con la muerte de Enrique III en 1406, el de Sotomayor pudo denunciar ante el tribunal eclesiástico su matrimonio con María, oponiendo coacción regia sobre su voluntad ejercida por el propio monarca ya fallecido. Por mucho que se pudiera alegar a favor de la pobre María, Payo tenía razón: se había casado a la fuerza, algo que, aunque demasiado habitual en las fechas, era un alegato justificado en Derecho canónico para declarar la nulidad del enlace.
Sepulcro de Mayor de Mendoza en las Ruinas de Santo Domingo |
Decir, además, que con el emparentamiento con los Mendoza, los Sotomayor ganaron mayor peso, si cabe, en el Almirantazgo de Castilla.
Ahora, el nombre de Payo Gómez de Sotomayor se recuerda como una calle perdida de Pontevedra y su sepulcro, junto al de su esposa e hijo, guardan silencio entre las ruinas de Santo Domingo, esperando a que alguien los rescate del Olvido.
1 comentario:
Excelente trabajo y curioso su contenido. Un abrazo.
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