Durante la madrugada, ciertos sueños adquieren entidad en nuestro subconsciente, tanto que llegan a dejar una profunda huella dentada en el fondo de nuestra cavidad craneal. Cualquier entendido en la materia, con títulos cubriendo toda una pared, lo explicaría mejor que yo, mil veces mejor, pero ya sabréis a qué me estoy refiriendo, ¿no?
Esos sueños siempre se dan previo al alba, mientras disfrutamos de ese duermevela del que uno entra y sale con rapidez, y que se caracterizan por el absurdo o no. Entre ellos se tienden puentes con cada vuelta en la cama; el destello de la incipiente mañana colándose por entre las rendijas de la persiana atraviesa con dulzura nuestros párpados, para alejarse cuando nos hundimos nuevamente en la cálida oquedad del colchón.
Muchos de estos retazos me han dado ideas, sobre todo literarias; otros, momentos para la reflexión.
El pasado martes, día 27 de Marzo, experimenté unas imágenes y unas sensaciones que si no me encogieron el corazón, sí el alma. Me encontraba a bordo de un navío blanco que parecía un inmenso remolcador, en la amura de estribor. Iba vestido de blanco, pero parecía un traje NBQ sin capucha, y permanecía sentado, sin prestar atención a las tareas que otros tripulantes estaban realizando con serias dificultades (creo que izar una fueraborda). Allí sentado, la brisa arrastraba una bolsa de plástico de idéntica tonalidad a cuanto me rodeaba; la atrapé cuando pasó a mi lado, colocando la pierna encima. A mi lado había una persona, no sé si hombre o mujer, tampoco si estaba a la derecha o a la izquierda, pero sí que lucía igual que yo. Desconozco si esa persona me estaba hablando, pero, en un momento dado, me levanto y me asomo, apoyándome en el pasamanos; entonces, descubro con horror lo que nos rodea. El mar sigue estando ahí, obvio es, pero su azul queda moteado por un fondo fantasmagórico de cientos de miles de pedacitos de plástico que flotaban, otros se asentaban en el limo; y las lágrimas afluyeron a los ojos, bañando mi rostro mientras se me comprimía el pecho. Y tuve que despertarme. En el mundo "real", mi faz estaba seca, pero el pesar no se evaporaba.
Durante mucho tiempo he estado dándole vueltas al asunto del veneno que arrojamos todos los días a nuestros mares sin que a nadie preocupe realmente, empezando por las Administraciones. Patética me resulta la lectura de la contestación que recibí por parte del ayuntamiento cuando exigí una partida que tratara los márgenes del río, que son poco más que un vertedero ilegal de plástico en determinados puntos, siendo su cauce un triste cuentagotas de botellas, bolsas y todo tipo de restos que tardarán milenios en desaparecer. El responsable de las palabras que me dedicó debió sentirse tan dichoso como satisfecho al decirme que ya habían limpiado el año pasado.
No pude salir de mi asombro. Aún me calienta la garganta semejante despropósito por parte de un consistorio que solo apunta malas maneras en el tratamiento de materia orgánica, como si esa simplicidad fuese a salvar al mundo del desastre. La mierda orgánica se descompone y desaparece en cuestión de semanas; el plástico, el muy cabrito, no y, lo que es peor, va deshaciéndose y colándose por todos los lugares imaginables, incluso en nuestro estómago, como cúspide de la cadena trófica que somos. Pero, da igual, sigamos preocupándonos de recolectar mierda para abonar unos campos inexistentes.
Mi escaso conocimiento científico y de ingeniería es lo que me ha privado reunir lo suficiente como para dar con una solución. La tengo en mente, y hoy la comparto de forma tosca e infantil. Tengo dos diseños que no son espectaculares, pero que podrían dar una solución no definitiva al proceso de recuperación de plástico en nuestras aguas; dos máquinas bien simples como son las que ilustran este post a continuación.
Ambos diseños, toscos y sin fundamento más allá de la carcasa de mi sesera, tienen en común la necesidad de dotarles de un sistema de ultrasonidos que barra el área de operaciones para espantar cuanta vida marina sea posible y evitar que sea tratada como al plástico que se pretende capturar. Prima la preservación del medio y la economía de recursos y dicho sistema actuará alrededor del ingenio durante las tareas de limpieza, dejando total libertad de acción a los tripulantes.
El primer diseño debe mucho a las dragas mineras, con una lengua que se hunde en el agua a una profundidad máxima deseada a través de un sistema hidráulico.
Dicha lengua es en esencia una cinta de goma con perforaciones por donde emergen unos garfios retráctiles que van atrapando el plástico que acaba siendo arrastrado hasta la parte superior. En el tope de la cinta, los garfios desaparecen, se ocultan bajo la tira, para liberar la captura. En la parte digamos trasera de la cinta se ubican una serie de bandejas donde caerá el plástico, ayudado a no quedarse adherido a la goma por medio de unos cepillos de cerdas gruesas. He dispuesto que haya un mínimo de tres bandejas.
La operación de recogida será seguida por los tripulantes desde el primer puente, mientras la que la de almacenaje desde el segundo, centrándose estos últimos en controlar en todo momento la cantidad de agua embarcada y la estabilidad del navío.
Para maximizar la acción, tanto de esta draga como del siguiente diseño, he elucubrado la pertinencia de una red que cercara el área de acción, embolsándola una vez desalojada de vida, y evitar así perder parte del objetivo por acción de las obras y las corrientes marinas que actúen en el punto fijado.
Mi otro diseño puede que sea más eficaz o no en mar abierto, pero que resulta estar necesitado de mayor ingenio naval. Para el mismo me he inspirado en las ballenas azules y en su forma de alimentarse.
El navío, prácticamente un cetáceo acerado, actuaría en la zona designada una vez acotada, absorbiendo agua y filtrándola, separando el plástico del líquido elemento; la expulsión del agua por unas toberas especialmente diseñadas le darían impulso y generaría energía que se podría transformar. El problema de esta máquina es que necesita de más elementos de ingeniería, como filtros perfeccionados, prensas, distribuciones de estiba, conducciones, etc., así como una mayor dependencia del control de agua embarcada; también que no sería un ingenio muy fácil de usar en zonas de escaso calado o de dificultad para maniobrar.
Estas dos invenciones se cerrarían con la posibilidad de construir pequeñas dragas multitentaculares. Me explico: un navío con múltiples mangueras de absorción controladas y guiadas como drones submarinos, con motores, luz y cámara, que permitirían acceder a espacios reducidos entre rocas y fondos, etc. El problema aquí no es la materialización de este diseño, sino su control humano.
Estas son mis humildes aportaciones. Puede que no sean otra cosa que ridículas fantasías, humo desprendido de una testa calenturienta, o diseños sobre los que alguien en algún lugar y con más recursos formativos y financieros que yo ya tiene en mente. Dando lo mismo una cosa que la otra, aquí dejo estas ideas hasta la próxima, pues seguro que este año tampoco nos libraremos de la plaga de los incendios forestales de verano, por lo que expondré de igual forma y en este foro mi particular concepción de lucha contra el fuego o, al menos, de refrescar las áreas antes o después de la quema.