martes, junio 05, 2018

Guardia de cine: reseña a «Trono de sangre»

Título original: «Kumonosu-jô». 1957. Japón. B/N. 1 hora y 50 minutos. Dirección: Akira Kurosawa. Guión: Hideo Oguni, Shinobu Hashimoto, Ryûzô Kikushima, Akira Kurosawa, adaptando la obra «Macbeth», de William Shakespeare. Elenco: Toshirô Mifune, Isuzu Yamada, Takashi Shinura, Akira Kubo, Hiroshi Tachikawa, Minoru Chiaki, Takamaru Sasaki

«Trono de sangre» es considerada por muchos como la mejor adaptación cinematográfica de «Macbeth». Yo no voy a discutirlo, pues coincido en es que es un filme cuidadoso, puramente japonés, que hace suya la historia shakespeariana, puramente humana, y la funde con las tradiciones narrativas niponas

William Shakespeare escribió tantas comedias como tragedias. De todas ellas solo unas pocas nos resultan mínimamente familiares al formar parte inexcusable de nuestro raquítico acerbo cultural. Aparte de las consabidas, es poco probable que nos suene algún título a mayores.

Entre los verdaderos dramones del de Straton-on-Avon se da una especie de quintología que reúne un vasto compendio con los más bajos instintos de los que hace gala el ser humano: «Hamlet», «Romeo y Julieta», «Otelo», «Macbeth» y «El rey Lear». De entre las reseñadas, mi favorita es «Macbeth», junto con «El rey Lear», quizá por la honda impresión que me causó ser testigo, a medio de la lectura y transcurridos los siglos, de la brutalidad de sus escenas, la misma en la que no existe piedad ni para los niños ni los ancianos indefensos, dejando en paños menores toda diarrea martiana en tronos de hierro.

Akira Kurosawa decidió en su día hacer una apuesta arriesgada pues el cine, bien se sabe, no es lugar para cobardes: adaptar la obra teatral «Macbeth» a la gran pantalla y con toda la esencia del Japón feudal. Hoy día nos parece incluso corriente ver a Hamlet como un príncipe danés en pleno s. XIX, a Puck como un duendecillo picaruelo en la década de 1900 o a Tito Andrónico gobernando un futurista estado fascista. Kurosawa trasladó la tragedia desde las highlands escocesas hasta unas tierras no menos inhospitalarias del Japón del s. XVI, en pleno periodo histórico del Sengoku (país en guerra), a los pies de un bosque y un castillo llamados de las Telarañas. 

Entre los recovecos de la floresta, los Macbet y Banquo de ojos rasgados, quienes responden a los nombres de Washizu y Miki, capitanes del daimyo Suzuka, se encuentran con una espeluznante figura espectral: un espíritu del bosque que compone el futuro en su rueca. Dicha aparición desvela a los dos oficiales el futuro que les deparará; aunque en realidad es el empujón que ambos, sobre todo Washizu, necesitarán para hacer realidad sus más profundos deseos: un empujón que los arrojará al abismo.

La esposa de Washizu, con vestimentas y afeites de mujer de samurai, ejerce de Lady Macbeth añadiendo al personaje un aura siniestra hasta entonces nunca vista; guía igualmente la mano homicida del protagonista del drama para hacer realidad las palabras del espíritu del bosque de las Telarañas: alcanzar el trono. Una vez más nos haremos la pregunta de si Macbeth-Washizu sería capaz de actuar como termina haciéndolo si su compañera no emponzoñara sus oídos, minando su determinación y lealtad hacia su clan y sus compañeros de armas. ¿Es en realidad Lady Macbeth-Washizu un ente real e individual o parte de la conciencia del protagonista, una materialización física de su mente separada, asumiendo el polo oscuro de su mente? Lo que resulta más evidente es el nombre del lugar escogido para desarrollar la historia, que parece condenar a los personajes de antemano: el futuro de Washizu se desvela en el bosque de las Telarañas, donde el espíritu teje el destino; donde Washizu queda atrapado sin remedio, debiendo pagar un alto precio por sus crímenes: pérdida de herederos, locura…

«Trono de sangre» es considerada por muchos como la mejor adaptación cinematográfica de «Macbeth». Yo no voy a discutirlo, pues coincido en que es un filme cuidadoso, puramente japonés, que hace suya la historia shakespeariana, puramente humana, y la funde con las tradiciones narrativas niponas. Akira Kurosawa realiza un gran trabajo y dirige con maestría a su actor fetiche, Toshiro Mifune, quien parece salir de un cuadro Ukiyo-e, al igual que las escenas más dramáticas, dotando de extremada fuerza al contenido gráfico.

Se echa en falta el soliloquio de Macbeth hacia el final de la obra, uno de los momentos más sobresalientes del original. “Apágate breve llama. La vida es una sombra que camina”; y se lamenta que la película no fuera filmada en color, pues nos impide acercarnos y recrearnos en el colorido propio de las vestimentas de los guerreros y los daimyos (a la riqueza del vestuario).

Ésta es una película que llevaba largos años deseando visionar, pero he comprobado que el espíritu del bosque de las Telarañas tenía trenzados planes bien distintos para mí. La experiencia ha sido positiva, aunque hay que comprender que es un filme datado en los años 1950, cuya lentitud y silencios pueden poner a prueba al más inquieto, siendo que los veremos plagiados en los westerns meridionales.

«Trono de sangre» es una producción a la que hay que salir al encuentro desde la curiosidad por el mundo nipón y por querer comprenderlo; por obtener una visión preclara de una historia universal de ambición desmedida y traición, tan naturales al ser humano, y que casa a la perfección con la idiosincrasia del Japón feudal.

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