martes, abril 30, 2019

Guardia de cine: reseña a «Delitos y faltas»

Título original: «Crimes and Misdemeanors». 1989. EEUU. Tragicomedia. 1 h. y 44 min. Dirección: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Elenco: Martin Landau, Woody Allen, Bill Bernstein, Anjelica Huston, Mia Farrow


El exceso y el defecto parece ser las únicas razones de nuestro éxito o fracaso, según parece afirma Woody Allen en esta película que puede ser una de las menos interesantes para el espectador medio de su obra

Hubo quien dijo, con sus razones, que las películas de Woody Allen eran (y serán para él) raras, difíciles de comprender; una pérdida de tiempo, hablando en plata. Yo compartí tal opinión a mis entonces novicios quince años, refugiándome en el fugaz contacto con semejante filmografía tras un zapeo desconsolado por la parrilla; solo una vez me detuve ante tan graciosillo hombrecillo que protagonizada un filme que comenzó como comedia cuando di con él y que terminó en un drama que rozaba el patetismo existencial. Y es que la capacidad de Allen para escribir obras agridulces es lo que provoca reacciones encontradas.

Habiendo doblado aquella edad y sumando unos aniversarios más, soy capaz de sentarme sin complejos delante del televisor y disfrutar de la complejidad que Allen transmite a sus guiones, sobre todo en aquellos previos al año 2000. Este en particular que hoy nos ocupa, «Delitos y faltas», del año 1989, es un drama con contados tintes humorísticos, que anticipa al espectador lo que va a suceder por medio de extractos extraídos de películas clásicas en blanco y negro y del documental que el personaje que encarna Allen, el fracasado director de cine Cliff Stern, pretende que le sea producido; una historia separada en dos serpientes que solo se encuentran durante los últimos minutos, enroscándose en torno a las decisiones que van conformando nuestro éxito o desgracia; lo que somos, a fin de cuentas. Por un lado está Judah Rosenthal, un oftalmólogo reputado cuya vida de ensueño se ve amenazada por Dolores Paley, su amante, algo que el primero no está dispuesto a permitir; por otro está Cliff Stern, un cineasta gris que se ve obligado a trabajar para su pomposo y pedante cuñado, un peso pesado del entretenimiento televisivo, gracias al cual conoce a Halley Reed, una mujer que le hará replantearse el amor y su moribundo matrimonio. Ambos hombres irán tomando decisiones que les harán desprenderse de las capas superficiales para alcanzar su verdadera alma; decisiones que llevaran, incluso, al encargo de un asesinato.

Lo más perturbador de la cinta es el propio final, cuando Judah Rosenthal y Cliff Stern comparten el suspiro que concede un corto cigarrillo y una copa terciada, lejos del bullicio de la sala donde se celebra un banquete de bodas. La visión de Allen sobre el destino del hombre es pesimista, pues mientras el asesino acepta la carga de su delito con total naturalidad, constatando que su vida incluso ha mejorado, el pobre enamorado se hunde en el barro de la frustración, quedándose sin trabajo, sin matrimonio y sin la chica por la que bebe los vientos

A través de los flashback de la relación adultera de Rosenthal y de las películas que Stern visiona con su adorada sobrina, Allen expone su frío razonamiento: no existe justicia universal, sino el fruto de nuestros actos y decisiones y de la forma en la que lo asumimos en el fuero interno como seres humanos no del todo humanos. Pero, ¿es cierto lo que afirma Allen, que todo depende de nuestro propio carácter? ¿Estamos condicionados únicamente por la naturaleza de nuestra psique? ¿Por exceso o por defecto? Cada uno que manifieste lo que más le interese o case con su moral.

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