miércoles, junio 17, 2020

Por fin lo hice: me he suicidado digitalmente

He hablado de ello en incontables ocasiones a lo largo de los años, cuando sentía honda frustración contra las redes sociales (RRSS), y lo hacía con mayor o menor convencimiento; solo fueron conatos que terminaron con mis "muñecas" cubiertas por cicatrices.

Sin embargo, esta vez es la definitiva. Antes de publicar este artículo, apenas hace unos minutos, he entrado por última vez en mis perfiles y, yendo a las pestañas correspondientes de ajustes y configuración, me he “suicidado”.

La razón que me ha impulsado a semejante acto, el cual ha despertado admiración o atónito estupor a partes iguales, es el odio grumoso que rezuma el “muro” hacia todo, como el orín en un barco corroído por el salitre.

Tomé la decisión el mismo día que HBO retiró de su oferta la película «Lo que el viento se llevó» por “racista”, que comenzó una campaña contra J.R.R. Tolkien por "misógino" y, de paso, por lo mismo con lo que se tilda ahora a la cinta antes referida; también fue el día en el que me encontré una “señora”, blanca, rubia e hispanoparlante, con más de 80.000 seguidores en su haber, sentando cátedra en Supuesta Historia y adjudicando a los españoles la patente exclusiva de la esclavitud de africanos. Por concretar la efeméride.

Sin embargo, he dejado pasar unos días para que todo el mundo se diera por enterado del edicto colgado en el tablón y supiera de otras formas de contactar conmigo.

Estoy muy harto de toda esta mierda y de verme arrastrado a situaciones surrealistas y estúpidas; de ser contagiado por un virus zombie, de ser mordido por la serpiente una y otra vez. De que, en su día, se me ocurriera algo tan inocente como seguir en Twitter al periódico ABC porque tiene una buena sección de noticias de cultura, historia, navegación y ciencia, y un montón de gente que “desapareciera”, ¿por qué? ¿Qué pasa? De encontrarme (sucedió hace tan solo unos pocos días) a un pavo (no voy a decir quién) colgando mensajes malintencionados para descubrir quienes de entre sus amistades/seguidores/etc. (incluyendo gente de su entorno más directo) eran de determinada ideología o simpatizantes de tal partido para hacer una lista negra y eliminarlos, con la jocosa rúbrica final de que no le importaría agredirles físicamente si tuviera la ocasión.

¿A qué mundo nos abocamos si somos capaces, gracias a las RRSS, este quinto jinete del Apocalipsis, de desvincularnos incluso de amigos que tenemos desde antes del nacimiento de estas trampas porque opinen esto o aquello, lean esto o aquello, vean esto o aquello, etc.? ¿Qué mundo es ese en el que descubres que el de al lado lanza proclamas de odio y pasa de ser tu amigo/conocido a un enemigo recalcitrante que te quiere sacar los ojos si te atreves a despegar los labios? ¿Qué mundo es ese que se maquilla y engalana de democrático si solo cabe una “única y correcta” opción, opinión y postura, impuesta por la violencia de las palabras, dónde se combate hostilmente al discrepante y no se dialoga con él? ¿Desde cuándo la Democracia y la Libertad de expresión son vehículos para el extremismo y la anulación, objetivos que comenzamos a entender como “lógicos”? Encima, los que se coronan con adjetivos tan tergiversados en su significado como “tolerantes”, son aquellos a quienes solo les falta el brazalete con la esvástica y correr por las calles rompiendo cristales.

Esto no es más que un útero fermentador para narcisistas, exhibicionistas, embusteros, usurpadores, extremistas, falsos profetas, beatos y secretarios políticos.

No, señores. Me niego a formar parte de esta distopía, plato primero y caliente de nuestro futuro más inmediato.

Me subo a la columna como el santo Estilita. Y sí: hubo cosas y gente buena por el camino... ¡Siempre nos quedará el blog!

PD: «El barco en éxtasis avanza indolentemente; soplan los perezosos vientos alisios; todo le inclina a uno a la languidez. […] en esta vida ballenera en el trópico, a uno le envuelve una sublime ausencia de acontecimientos: no se oyen noticias, no se leen periódicos, no hay números especiales con informes sobresaltadores sobre vulgaridades que le engañen a uno excitándole sin necesidad; no se oye hablar de aflicciones domésticas, fianzas de quiebra, caídas de valores; nunca preocupa la idea de qué habrá de comer, pues todas las comidas, para tres años y más, están confortablemente estibadas en barriles, y la minuta es inmutable» (extracto del capítulo “La cofa”, contenido en la novela «Moby Dick», de Herman Melville (1851)).

1 comentario:

Fernando Camuñas dijo...

Pues no me parece tan mala idea
Hay tanto talibán suelto que yo también lo he pensado alguna ocasión
Un abrazo