Entre mitos marineros, ciencia y tradición vasca
Como los restos en la playa tras una noche de tormenta, así reaparece de vez en cuando la noticia en ciertos medios del noreste español. También lo hace en páginas web de sidrerías y en vídeos de supuestos expertos en nutrición que hacen su agosto en TikTok. Todos coinciden en la misma idea: la supuesta pócima mágica de los marineros vascos contra el escorbuto.
Pero, ¿la sidra servía realmente para combatir y curar esta enfermedad?
Antecedentes médicos e históricos
Aunque el escorbuto podía aparecer también en tierra —con algunos casos menos graves entre el campesinado europeo durante inviernos duros, o en cárceles y hospitales— fue en la navegación oceánica donde alcanzó dimensiones epidémicas.
Síntomas principales del escorbuto:
• Cansancio, debilidad y malestar general.
• Encías inflamadas, sangrantes y dolorosas.
• Pérdida de piezas dentales.
• Piel seca y áspera, con tendencia a hematomas.
• Sangrado bajo la piel (petequias, equimosis).
• Dolor en músculos y articulaciones.
• Cicatrización deficiente de heridas.
• Anemia.
• Irritabilidad y cambios de humor.
• En casos graves: fiebre, neuropatías, infecciones y riesgo vital.
En 1498, Vasco da Gama describió los síntomas de un mal desconocido en su viaje a la India, así como su remedio —limones y naranjas—, aunque aquel hallazgo no trascendió.
Durante la circunnavegación de Fernando de Magallanes se registraron tres brotes, relatados por Antonio Pigafetta y Ginés de Mafra. Ambos destacaron la inflamación de encías que impedía comer a los enfermos, provocando muertes por inanición. En Filipinas, los exploradores recibieron de los indígenas, entre otras frutas frescas, naranjas: sin saberlo, Pigafetta dejó por escrito la solución al problema.
Ya en el siglo XVIII, el capellán Richard Walter, a bordo del HMS Centurion de George Anson (circunnavegación realizada entre los años 1740-1744), describió con detalle síntomas y estragos del escorbuto (A Voyage round the World). Aunque observó que las frutas frescas aliviaban la dolencia, se desconocía aún la causa real: se atribuía a vientos malsanos, falta de limpieza, podredumbre de los barcos o escaso ejercicio.
Hoy sabemos que el escorbuto lo provoca la carencia de vitamina C (ácido ascórbico), hallazgo confirmado en el siglo XX.
La “pócima mágica” de los navegantes vascos
En el Cantábrico, el aprovechamiento de la manzana mediante su zumo fermentado —la sidra— era tradición ancestral. Por su resistencia al deterioro, fue bebida habitual en travesías largas, al igual que el vino.
Así nació el mito: los balleneros y bacaladeros vascos de los siglos XVI y XVII llevaban en sus bodegas grandes cantidades de sidra, y como los casos de escorbuto no eran frecuentes, se concluyó que esa bebida era la cura. La rumorología fue tan lejos que hubo quien sospechaba de pactos con el Diablo.
Hoy, sin embargo, las investigaciones desmontan esa creencia. Daniel Zulaika (La sidra no prevenía el escorbuto en las travesías oceánicas) y Javier Almazán (Estudio clínico epidemiológico de la primera circunnavegación a la tierra) coinciden: la sidra apenas contiene trazas de vitamina C, reducidas aún más en la fermentación. El mito se explica porque las campañas de pesca vascas rara vez pasaban más de un mes sin tocar tierra, insuficiente para desarrollar la enfermedad.
Zulaika aventura que esta creencia es fruto de la malinterpretación de los resultados de los experimentos realizados por el médico James Lind, de la Real Armada británica, en mayo de 1747.
James Lind y el primer ensayo clínico
En 1747, el médico de la Royal Navy James Lind realizó un experimento histórico en el HMS Salisbury. Seleccionó a doce marineros con escorbuto, que compartían condiciones de vida, y los dividió en seis parejas. A cada grupo les administró un suplemento distinto:
1. Un litro de sidra.
2. 25 gotas de elixir de vitriolo.
3. Dos cucharadas de vinagre tres veces al día.
4. Un cuarto de litro de agua de mar.
5. Dos naranjas y un limón al día.
6. Una pasta medicinal con ajo, mostaza, rábano, bálsamo del Perú y mirra.
Los resultados fueron claros: la pareja que recibió cítricos se recuperó rápidamente y volvió al servicio activo. Los que tomaron sidra mostraron cierta mejoría inicial, pero pasajera: la bebida ralentizaba la progresión de la enfermedad, sin curarla.
Lind publicó sus conclusiones en A Treatise of the Scurvy (1753) y no fueron pocos los doctores que se hicieron eco del experimento en sus obras sobre los males de la mar.
Volúmenes como Consideraciones político-médicas sobre la salud de los navegantes, del médico Vicente de Lardizabal, de la ciudad de San Sebastián (1769), pueden ser buen ejemplo de la sacralización del mito. Dicho libro contiene instrucciones para los cirujanos de los navíos que hacían la travesía hasta América, especialmente dirigidas a los de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas y Lardizabal, en la nota 71, afirma: “Es, pues, muy conveniente el introducir en los Navíos el mismo régimen; pero la importancia y utilidad del asunto pide el que individualmente especifiquemos los medios más conducentes para el logro de estos fines. La orden misma de la cosa nos conduce como por la mano a dar principio a esta materia por un fruto que la naturaleza produce con tanta abundancia en el País mismo donde tuvo su cuna la Real Compañía de Caracas, Hablo de la Manzana que siendo por sí misma tan saludable para el escorbuto su zumo fermentado que es lo que llamamos Sidra la deja muy atrás en el goce de este privilegio: pues por su grata accidéz es muy propia para corregir las alkalescencias de la sangre y la putrefacción de las provisiones. Pero para evitar algunos retoques de cólico, que pudiera ocasionar se pro¬ curará que la Sidra esté reposada, que ya suele estarlo á los dos meses. Aunque suceda acedarse, no por eso es menos eficaz. Sabemos sin embargo, que los Ingleses le conservan en buen estado hasta las Indias Orientales.”
Lardizabal se hace eco de las observaciones de Richard Walter y de James Lind, entre otros, pero no de las conclusiones finales correctas del experimento que éste último llevó a cabo en 1747 hasta llegar a la nota 96, dentro de un corto capítulo dedicado en exclusiva al escorbuto. Lardizabal dedica las notas 72-76 a las naranjas y los limones y subraya que son el medio más eficaz para curar y preservar las dolencias de los marineros. Ante la dificultad de proveerse de estas frutas, propone servirse de sus zumos.
El médico de San Sebastián achaca el escorbuto y otras enfermedades de los marineros con la putrefacción de los humores causada por la corrupción del aire encerrado. Así se hace eco de las molestias en la escuadra del comodoro Anson, que navegó por latitudes donde “los vientos no se renovaban, ni refrescaban” (“falta de vientos terrales”), y cuya tripulación carecía de provisiones de calidad. Lardizabal también gira sobre el eje de las frutas y hortalizas, pero todos desconocían la vitamina C.
A pesar de hacerse referencia a Lind y a las naranjas y limones, Lardizabal da la impresión de ser más de la opinión de servirse de la sidra por ser más fácil de conseguir.
Antes y después de Lind
La sidra ya figuraba en tratados médicos como remedio para diversas dolencias. Pedro María González, en Tratado de las enfermedades de la gente de mar (1805), la describía como “poderoso preservativo de la putridez”, preferible al vino porque embriagaba menos, aunque inferior a la cerveza por su conservación.
Incluso antes, George Hartman, en The Family Physitian (1696), la recomendaba contra la melancolía y el escorbuto, pero siempre acompañada de “hierba escorbútica” (Cochlearia officinalis), muy rica en vitamina C. John Hall, en Select Observations on English Bodies (1679), también la prescribió en tratamientos de escorbuto (apartados XLVI y LIII).
Es decir, la sidra era conocida en la farmacopea tradicional del s. XVII, pero como complemento y nunca como remedio único.
Conclusión
La sidra no fue una pócima mágica contra el escorbuto. Su ingesta podía retrasar o mitigar los efectos iniciales, pero no curaba la enfermedad causada por la falta de vitamina C.
El hecho de que los marineros vascos llevaran abundantes barricas de sidra respondía más a la tradición local y a la seguridad de la bebida frente al agua corruptible que a sus propiedades terapéuticas. Y si no reportaban casos de escorbuto o eran leves, se debía a que no permanecían el tiempo suficiente sin el aporte alimenticio recomendado.
La verdadera cura estaba en los cítricos y vegetales frescos.

