Desde hace unos días tenemos la suerte de disfrutar de pasatiempo y gonorrea gracias al bicho que se menea cada año al son de la canción de los tontos. Ya andaba yo rumiando que
el honorable Sr. Fabián Picardo, Counselor de su Graciosa Majestad, llevaba demasiado privándonos de su particular arte, gracia y salero llanitos y el asuntillo del BREXIT —ese charco de fango en el que muchos
allá arriba chapotean mostrando los dientes, no por ufanos sino porque llevan los paños hechos un asco a ver quien encuentra la luz al final del túnel—, tenía que llegar, tarde o temprano, a hacerse notar en nuestras costas y noticiarios.
Resumiendo: al Sr. Picardo no le gusta un pelo del tupé que su puesto de rey de la Tortuga y su pata de palo pendan del giro inesperado de 180º que ha tomado Bruselas, derrapando y quemando rueda, apoyando a un Estado miembro en respuesta al Reino Unido, que ha decidido, aunque sea haciendo eses, a cruzar el puente de plata. Sí, le pica eso del spaniard veto a toda negociación en la que Gibraltar sea ficha.
Por si fuera poco, el circo de tres pistas con carpa en gules y plata ya se ha montado y, esta vez, cuenta con payasos recién fichados, que ya venía siendo hora pues para algo la Sra. Theresa May dirige el cotarro y deleita al público con sus ademanes y su fusta de pega. El último en unirse a la feliz troupe es el Barón Michael Howard de Lympne, muy dicharachero él con sus ocurrencias de viejo chocho nostálgico de los tiempos de la Guerra Fría, del Imperio y de los que ambientan las novelas de Patrick O´Brien; quien no se ha enterado, o debido enterar, que España lleva ya un tiempecito templando el asiento en la NATO y en otras cuestiones que no tienen importancia para él, vamos. Y este muchacho, que se ve que se ha mantenido un tiempo alejado de los focos y el maquillaje, se pone a divagar en un discurso muy british y de meñique tieso para soltar la palabra mágica: «guerra». Sí, señor, con dos cojones, los mismos que comparten otros “enmedallados”, salvapatrias a renglón seguido a los que se les ha hecho la boca agua pues la estupidez del primo americano Trump se contagia como el sarampión. Ahora bien, yo me pregunto, aquí sentadito, como si no tuviera cosas mejores en las que perder el tiempo, ¿cuántos “rubios” se presentarán para donar sangre, no digamos ya “manolos”, por ese chusco de monas?
Y todo por culpa del dichoso BREXIT de las narices. ¿Qué hay mejor, cuando los ingleses corren como pollos sin cabeza, que dedicarse a echar finuras sobre España? Hoy (y mañana) toca para ocultar la incompetencia, el miedo y el quiero y no puedo de Londres ante el proceso de desconexión (término catalanista donde los haya que hoy pedimos prestado con “v” de vuelta) con la UE. Y, ¿cómo no va a estar el nº 10 de Downing Street a partir un piñón con la Roca si lleva décadas consintiendo e inspirando la proliferación y buena salud de una colonia de ratas y contrabandistas, a los que lo mismo les da el tabaco, los narcóticos que las armas, que el bunkering, que los Tireless? La pena es que hemos tardado mucho en presenciar a los Santo Tomases de Bruselas metiendo el dedo y apercibiéndose de la realidad (dichosos aquellos que crean sin haber visto) de las reiteradas y fundadas denuncias de los “manolos”: que en Gibraltar hay mierda de la fina y de calidad, al ritmo de tour turístico de banco, despacho de abogados (a buen seguro, los responsables de las estafas al sector hostelero de la costa levantina) y sedes de empresas pantalla que cogen el parné y no miran a quién, y vuelta a empezar.
La sola existencia de ese cada vez más prescindible peñasco, cuyo valor estratégico es risible a día de hoy en comparación con tiempos pretéritos, es a todas luces ilegal por cuanto siempre ha vulnerado un tratado internacional como el de Utrecht (en vigor desde 1715 y por el que Reino Unido se desvive para que no pierda la eficacia en aquello que le beneficia), al haberse apropiado de zonas que se extralimitan a la concesión española (violación del primer término del art. X, si no recuerdo mal) y a que España posee un derecho de retrocesión por el cual, a día de hoy, ya ostentaría soberanía sobre Gibraltar —conforme al Derecho Internacional, el título jurídico de España es la existencia previa del Estado (título originario), mientras que el título del Reino Unido es la cesión por tratado (título derivativo), debiendo atenderse al régimen fijado en ese pacto; esto explica que el Reino Unido no disponga de una soberanía plena sobre el territorio, sino, según se desprende de la cesión, de un usufructo que le da el derecho al uso pero no a enajenarlo—. Ilegal y anacrónica, por cuanto Gibraltar es una crown colony, una población extranjera dentro del territorio nacional de un tercer país. Devolvieron Hong Kong y estamos con esto a tortas, si es que es de locos.
El Reino Unido siempre se ha amparado en la voluble voluntad de los gibraltareños para intimar con la Comisión de Descolonización de las Naciones Unidas, quien ya rechazó el resultado a favor de la independencia en un referéndum de 1967, por no ajustarse a los requisitos mínimos exigidos por la Asamblea ni a los derechos previos de España. Y eso fue en la era prodigiosa de la descolonización, mas, como me hartaré de repetir, a Londres nunca le ha interesado desprenderse del nido de las monas, más que nada cuando su estatuto comenzó a permitir la proliferación descontrolada de negocios para los que la Policía se quedó harta y agobiada de mirar para otro lado y engordar el trasero. La cuestión militar ahora es lo de menos.
En realidad los misters nunca ha habido voluntad, pues el orgullo y la flema se les atora en el pecho y garganta sonrosándoles el rostro, no vaya a ser que pierdan el peñasco y les atormente el espectro de la reina Victoria con cadenas, faja y mala baba de ultratumba.
Desconociendo en profundidad la problemática jurídica de Gibraltar —ese puntito ideal para concertar ciertos negocios ilícitos y por cuyo Estrecho los submarinos militares entran y salen del Mediterráneo en inmersión y como “Pedro por su casa”—, desde mi despreciable posición ofrezco una posible e injustificada solución al asunto, pues los llanitos prefieren ser moros antes que papistas (no nos engañemos con cosoberanías y experimentos, nunca vamos a recuperar ese guisante y desde bien niños hemos aprendido que un album de cromos no se puede compartir entre varios amigitos), y que necesitaría de cierto empuje en Madrid: exigir que Londres integre a Gibraltar en igualdad de condiciones al resto de territorios en el seno del Reino Unido o que se conceda la independencia al pueblo colonial, ambos casos previo de su importe en euros, dólares, libras, cupcakes o lo que tercie, por el pedazo de parcela, tanto al metro cuadrado, dejando de aplicar, de una vez por todas, ese esperpento jurídico sui generis a medio camino entre “propiedad” mal entendida de la Corona británica, pactada por España en Utrecht, y de soberanía sin jurisdicción territorial.
El Gobierno ha de implicarse y terminar de una vez con el perro rabioso. Pero, claro, con la Roca las cosas siempre se han hecho con falta de ganas.