Título original: «To Have And Not Have”. USA. 1944. Blanco y negro. 100 min. Dirección: Howard Hawks. Guión a cargo de Jules Furthman (guión original) y William Faulkner (revisión). Elenco: Humpfrey Bogart, Lauren Bacall, Walter Brennan, Dolores Moran, Sheldon Leonard, Walter Molnar, Marcel Dalio
Choque de trenes entre Bogart y Bacall; un clásico del cine nacido de la adaptación de la que, probablemente, sea la peor novela de Ernest Hemingway
Aun siendo su novela menos valorada, a Ernest Hemingway no le tardó mucho tiempo en llegarle a las manos el correspondiente contrato de cesión de derechos cinematográficos, en el que figuraba como parte su viejo amigo Howard Hawks, deseoso de ganar la apuesta y hacer una excelente película de un pésimo libro.
El proyecto quedó placenteramente a la sombra, esperando el penoso día en el que Hawks se viera en la urgente necesidad de obtener dinero líquido de forma rápida y sin esfuerzo, momento para el cual reservaba esta trama de consumo delirante para el público. Eran los años de la segunda guerra mundial y aunque el Gobierno federal subvencionaba generosamente a Hollywood para que produjera películas de corte patriótico como churros, los capitalistas de Los Ángeles ansiaban llevarse algo fresco a la boca, por lo que «Tener o no tener» debía exponerse a los focos cuanto antes mejor; pero había que hacer frente a los engorrosos problemas que traía consigo la trama original de la novela de Hemingway: transcurría en aguas de Cuba y el protagonista era un contrabandista que, en un momento dado, decide apoyar a los insurgentes y enfrentarse al régimen del dictador Batista. Presentar algo así ante el censor, llegar incluso a iniciar la producción, pondría en serios aprietos a la Industria por las imprevisibles consecuencias diplomáticas que podría afectar a las relaciones bilaterales entre Washington y La Habana, aliados de antes y durante la contienda mundial (Cuba fue el único país de las Antillas que declaró la guerra al Eje).
Había que caminar con tiento.
La solución a la cuestión fue bien simple y vino de manos del guionista William Faulkner: en vez de presentar a Cuba, como el escenario de la trama, se sustituiría por la Martinica francesa; y en vez de encontrarnos con insurgentes contrarios a Batista, tendríamos unos simpáticos elementos de la Francia libre pululando por la pantalla; por ello, desde el primer minuto de metraje, una idea indigesta se va colando, con la insistencia propia de un gusano, en la opinión que se va formando en el espectador respecto a esta película, que descubre al mundo a Lauren Bacall: es una copia desvergonzada de «Casablanca». Es más, la propia campaña publicitaria del filme no se lo callaba: aparte de presentar los caballos de batalla que suponían el contar con Humpfrey Bogart y descubrir un nuevo mito erótico, llegaba incluso a asegurar, con cierta reprochable licencia, que «Tener o no tener» era tres veces mejor que la obra de Michael Curtiz.
La solución a la cuestión fue bien simple y vino de manos del guionista William Faulkner: en vez de presentar a Cuba, como el escenario de la trama, se sustituiría por la Martinica francesa; y en vez de encontrarnos con insurgentes contrarios a Batista, tendríamos unos simpáticos elementos de la Francia libre pululando por la pantalla; por ello, desde el primer minuto de metraje, una idea indigesta se va colando, con la insistencia propia de un gusano, en la opinión que se va formando en el espectador respecto a esta película, que descubre al mundo a Lauren Bacall: es una copia desvergonzada de «Casablanca». Es más, la propia campaña publicitaria del filme no se lo callaba: aparte de presentar los caballos de batalla que suponían el contar con Humpfrey Bogart y descubrir un nuevo mito erótico, llegaba incluso a asegurar, con cierta reprochable licencia, que «Tener o no tener» era tres veces mejor que la obra de Michael Curtiz.
En «Tener o no tener» encontramos al capitán Morgan, interpretado por Bogart, que es igual de cínico y aparentemente neutral, sin interés alguno en meter los morros en causa política alguna, que el Rick de «Casablanca»; el personaje de Ingrid Bergman se divide aquí en dos mujeres bien diferentes, siendo que una de ellas aparece en escena acompañando a su marido —quien, en vez de ser un destacado miembro de la resistencia, va a tratar de rescatar a una figura importante del movimiento que se encuentra en una isla cercana— y la Bacall.
Hasta hay un café (el del hotel Marquis), del que nunca parecen salir los protagonistas, y un piano, pero Sam, en el mejor de los casos, ha sido sometido a un tratamiento de adelgazamiento y blanqueamiento, reduciéndolo a un marinero borracho y pedigüeño, Eddie. Incluso conoceremos a un prefecto de policía, sustituido por otro más celoso en el cumplimiento de su cometido y apretujado en un traje y boina que apenas ocultan su gruesa corpulencia, siendo una mezcla entre el prefecto Renault al 5% y el oficial nazi al 95% de «Casablanca».
¡Incluso el guión de Faulkner se finiquitaba con un día de antelación a la fecha de rodaje de la escena en cuestión!
Todo esto no se lo tendríamos en cuenta a este película si llegara a tener algo del encanto de la adaptación de «Everybody comes to Rick’s». Llega a ser tediosa a ratos, sobre todo en aquellos en los que el combate dialéctico Morgan-Flaca, de una exuberancia erótica sobresaliente, queda en suspenso (combate en el que ya se observan ciertas miradas que son fiel reflejo de los sentimientos respectivos y correspondidos por ambos actores); y su final es atropellado e inconcluso, dejándote con un palmo de narices, aunque Bogie sí se lleva a la Flaca cogida de la cintura, no como en «Casablanca».
Aunque esta película es considerada un clásico del cine, dudo a la hora de afirmar que Howard Hawks supo hacer una buena película de un mal libro.
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