lunes, julio 31, 2017

Resumen de publicaciones de Julio de 2017

Libros
—Lanzamiento de la segunda edición, corregida y aumentada, de «Major Bowie» la biografía de David Bowie desde la óptica de la ciencia-ficción y la carrera espacial http://amzn.eu/f7i3QLr

Artículos
—Breve reseña al artista Dirk Verdoorn https://goo.gl/eUy48y
—Llega el verano y, con él, los turistas despistados https://goo.gl/gFnKM6

Reseñas
—Reseña a «Narración de Arthur Gordon Pym» https://goo.gl/qvVYGF
—Reseña a la película Marvel «La era de Ultron» https://goo.gl/EEFDk2
—Reseña a la primera novela de Joe Hill «El traje del muerto» https://goo.gl/QSveRT
—Reseña a la película «Luz que agoniza», de George Cukor https://goo.gl/aT9ENX

Resumen de publicaciones de Julio de 2017

Libros
—Lanzamiento de la segunda edición, corregida y aumentada, de «Major Bowie» la biografía de David Bowie desde la óptica de la ciencia-ficción y la carrera espacial http://amzn.eu/f7i3QLr

Artículos
—Breve reseña al artista Dirk Verdoorn https://goo.gl/eUy48y
—Llega el verano y, con él, los turistas despistados https://goo.gl/gFnKM6

Reseñas
—Reseña a «Narración de Arthur Gordon Pym» https://goo.gl/qvVYGF
—Reseña a la película Marvel «La era de Ultron» https://goo.gl/EEFDk2
—Reseña a la primera novela de Joe Hill «El traje del muerto» https://goo.gl/QSveRT
—Reseña a la película «Luz que agoniza», de George Cukor https://goo.gl/aT9ENX

En dique seco, a saber por cuanto tiempo


Mañana es Agosto y, como viene siendo costumbre, el Navegante se dispone a ser internado en un dique seco y sometido a carena y descanso, que falta le hace.

Y bien podría dar por cerrado ya este post, sin decir nada más allá que “nos vemos en Septiembre con nuevos artículos y reseñas”; sin embargo, el barómetro avisa, pues su aguja oscila. Se observa la posibilidad de que, durante los próximos meses, mi rutinaria vida dé un vuelco, espero que a mejor, lo cual, según me temo, afectará gravemente a mi disposición para estar aquí, entre vosotros. Quizá el Navegante tenga que volver a puerto tras unas semanas de corto crucero a las puertas del otoño y permanecer silente sobre las aguas de forma temporal (espero que no definitiva), así como que mi producción literaria se vea mermada aún más si cabe. Cruzo los dedos para que esto último no suceda, pues es mi pasión y lo poco de lo que me puedo sentir orgulloso como ente individual.

Será una vuelta en redondo que aún está en el aire y que puede ser para mejor, pues a peor no se puede ir. Resurrección o seguir por la misma senda; una de dos.

Os tendré al corriente de todo cambio que pueda afectar al ritmo del blog en cuanto las noticias se presenten y puedan ser comunicadas. Atended al código de banderas.

Hasta entonces… Un saludo!

miércoles, julio 26, 2017

Guardia de cine: reseña a «Luz que agoniza»

Título original: «Gaslight». USA. 1944. Blanco y negro. 116 min. Director: George Cukor. Guión: John van Druten, Walter Reisch y John L. Baderston, basado en la obra teatral de Patrick Hamilton. Elenco de actores: Charles Boyer, Ingrid Bergman, Joseph Cotten, Angela Lansbury, Dame May Whitty, Barbara Everest

El eje de «Luz que agoniza» no es un asesinado sin resolver y el paradero de unas fabulosas joyas perdidas, sino la violencia psicológica ejercida por un cónyuge sobre el otro

Película que no huye de los marcos aterciopelados del telón de teatro para mostrarse a un público deseoso de admirar nuevamente a Ingrid Bergman (quien sería galardonada con el Oscar a la mejor actriz principal por el papel de Paula Alquist (Bergman compartió tiempo y estudió a fondo el comportamiento de una mujer perturbada psíquicamente, haciendo suyos los rasgos que apreciaremos en su rostro, tales como la negación y el miedo)), basada en el libreto escrito por Patrick Hamilton en 1938, fue filmada en 1944, transpirándose en cada escena el misterio y la oscuridad de un buen film noir, pero su eje no es un asesinado sin resolver y el paradero de unas fabulosas joyas perdidas, sino la violencia psicológica ejercida por un cónyuge sobre el otro (no obstante, la expresión inglesa “hacer luz de gas” significa eso mismo y no otra cosa).

La cinta da comienzo en las neblinosas calles de un Londres devorado por una tensa quietud nocturna. Ingrid Bergman, frágil y enlutada, es la joven Paula, la sobrina de Alice Alquist, una reconocida soprano que ha sido hallada muerta en el salón del número 9 de Thornton Square. La muchacha, evidentemente trastornada por el shock, acoge de buen grado el consejo que le dan y huye de esa casa, corre hacia el Sur, hacia el sol de Italia, donde podrá seguir estudiando música y ejercitando sus florecientes dotes vocales.

Sin embargo, aún pasados los años, la oscuridad solo se replegará cuando Paula conoce a Gregory Anton, un maduro pianista de quien se enamorará sin remedio y con quien contraerá nupcias de forma casi inmediata. Paula se abandona a los brazos de su marido, quien comenzará a controlar su vida, siendo que su primer deseo a conceder sin oposición será el de regresar ambos a Inglaterra, idea que no agrada en absoluto a Paula. El matrimonio se instalará en el número 9 de Thornton Square, vivienda que es propiedad de Paula por ser la única heredera de Alice Alquist.

Nada más llegar, Paula encuentra una carta fechada dos días antes de la violenta muerte de su tía y firmada por un tal Sergio Bauer, siendo que, a partir de ahí, la protagonista comienza a sufrir una serie de olvidos y pérdidas de objetos cada vez más bochornosos y humillantes que amenazan con conducirla a la celda de un manicomio; incluso en su delirio percibe que la luz de gas de la lámpara de la habitación en la que se refugia pierde intensidad y escucha pasos y ruidos en el piso superior, un desván clausurado al que han ido a parar todos los muebles de Alice. Y solo la perspicacia de Brian Cameron, un joven inspector de Scotland Yard podrá poner remedio a la tragedia que ensombrece los días de Paula y aniquila todas sus esperanzas.

La tensión sobre los brazos y hombros de los espectadores aumenta a medida que los minutos van transcurriendo, pues el guión y el rostro de Charles Boyer, interpretando a George Anton, no dejan lugar a dudas acerca de la maldad del personaje y de la entidad de la violencia que ejerce sobre Paula; no se llega a colar la posibilidad, por superficial que ésta fuera, de que Paula realmente sufriera ciertos trastornos mentales aprovechados por Anton, sino que, desde el primer minuto en el que Anton aparece, sabemos de qué palo va y nos convertimos, por fuerza, en testigos mudos de los constantes tretas y golpes psicológicos dirigidos contra su esposa, de voluntad cada vez más quebradiza. Heriremos de gravedad los reposabrazos de la butaca con las uñas y consultaremos el reloj decenas de veces para comprobar cuánto queda para que el héroe irrumpa en la casa y capture al ruin bastardo, salvando a la pobre protagonista (cosa que, por desgracia, no es frecuente que ocurra en la vida real).

Con una fotografía exuberante, la película cuenta con planos que dicen más que las propias líneas de diálogo, como cuando Ingrid Bergman pasa a ser una sombra reflejada en la puerta de su dormitorio o un rostro que tiembla entre la tiniebla cuando ha descubierto toda la verdad, la sofisticada trama de mentiras urdida por Anton, el asesino de Alice Alquist, gracias a la visita inesperada del inspector Cameron.

Las vejaciones son tantas y tan soterradas, conocidas por el criminal que las perpetra y el espectador, que llegan a convertirse en un mal trago, pero también siembran un buen campo para que germine una trama negra que ahonda en los aspectos más insidiosos y menos tenidos en cuenta de la relación de pareja en el cine.

Como curiosidad, la película fue nominada a siete Oscar, obteniendo los galardones por mejor guión adaptado y mejor actriz principal. Asimismo, entre las nominaciones estaría la de mejor actriz secundaria para la debutante de 17 años Angela Lansbury, en su papel de la doncella Nancy, intérprete más recordada por todos nosotros como la escritora de misterio Jessica Fletcher de Cabot Cove («Se ha escrito un crimen»).

Lectura de 26 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 757 (Variable). Cirros
  • Termómetro: 22º
  • Higrómetro: 39%

lunes, julio 24, 2017

Llega el verano y, con él, los turistas despistados

Aunque la capital de Pontevedra dista leguas y años luz de poder considerarse, por mérito propio, como una ciudad dotada de un mínimo atractivo turístico -por mucho que algunos paladines de brillante armadura de papel de aluminio defiendan justo lo contrario a capa, espada y esparto-; sí es un punto de paso enclavado en el camino que conduce a otros donde el motor económico-nacional calienta las temperaturas de las Rías Baixas y coquetea con los bolsillos más tacaños, con aquellos necesitados de una simple porción de playa y ambiente: léase Combarro, Portonovo, Sanxenxo, O Grove, Bueu, Cangas, etc.

El hogar del loro Ravachol, emplumado punto filipino elevado a hijo adoptivo, es un hito kilométrico por el que turistas de toda condición y meta tropiezan en la lectura del mapa de marras, más aún cuando se les ocurre la poco brillante idea de lanzarse a la aventura por sus calles unidireccionales a lomos de un camello de cuatro ruedas (en vías de extinción/represión a lo largo del río Lérez).

La falta de naturalidad se sustituye con el hollar el lugar por más de diez años. Ello me ha congraciado para, en más de una y de mil ocasiones, auxiliar a estos doctores Livingstone en bermudas, exploradores descarriados de la jungla y la sabana impresa por Turismo en un tríptico o folio en DIN-A3, en el mejor de los casos; a responder con la mentirijilla de “sí, soy de aquí”, pues no les voy a relatar la historia de mi vida, de cómo he acabado por estos pagos y ni falta que les hace. Y cada encuentro me obliga a saltar al asfalto y hacer funcionar el cerebro para posicionarme sobre el plano y descifrar, como en un pasatiempo infantil del laberinto, la forma de llegar a tal o cual marca y en automóvil; momento de estrés cívico que me permite cobrar una muesca más en el hueso que luce mi rizada cabeza de nativo asimilado.

El atender a las diferentes llamadas de desconocidos, amparándose en el ánimo gregario de supervivencia, de ayuda ante el ruego del desdichado, del impotente para ubicarse en el mundo, de “Disculpe, ¿podría indicarme…?”, permite a uno hacerse con algunas variopintas anécdotas, dignas de estudio, recuerdo y enmarcación para admiración de propios y extraños en el salón de estar. Hay una que, pasados los años, aun me hace refunfuñar para mis adentros y exteriores, pues confirma (por si hiciera falta) la socarrona conspiración del Universo entero para concentrar en nuestro planeta toda la estupidez que salió incólume durante el estallido del Big Bang; concentrar y centrar en una persona en concreto, tras la ventanilla entreabierta del lado del acompañante, ante mi figura atónica. 

En este caso no cabe como excusa la deficiente y confusa red de señales pontevedresa y de otros parajes de aquí a Argelia y tirando para todos los puntos cardinales; esa red que me resulta a mí también extraña y hostil, pues la he sufrido de forma vergonzosa y vergonzante, salvándome en más de una ocasión el contar con un tanque de combustible lleno hasta los topes, siendo yo uno más entre aquellos a los que se les nubla la visión ante la sobreabundancia o inexistencia de flechas indicadoras; también yo he tenido que recurrir a la generosidad de otros nativos con adornos óseos en la cabeza, pero en ningún momento he tenido el valor de hacer las dos preguntas que ilustran esta anécdota a renglón seguido: la primera obvia y comprensible, la segunda estúpida y hasta merecedora de una peineta sin gracia ni salero. Mucho menos responder de forma grosera a la generosidad de un desconocido. Centrémonos y al toro, que viene bragado.

En aquella, me encontraba yo gastando unas unidades de calorías, dándome un garbeo por el paseo de madera de la ría de Pontevedra; ese mismo que nace un poco más allá del Gremio de Mareantes y el puerto viejo, que se estira agónicamente al superar el puente de la AP-9 y recorre paralelo la autovía PO-12, enlazando con la de idéntica categoría PO-11, cuyo único cometido es unir Pontevedra con Marín y punto pelota. Entonces, un automóvil se detuvo a mi altura en el carril que sale de la capital y una fémina, de edad indeterminada (pues como caballero no estoy por la labor de perder el tiempo haciendo cábalas al respecto), se dirigió a mi persona de la siguiente guisa.

—Disculpa, ¿esta carretera va para Marín?

—Sí, todo recto —respondí de forma automática, pues no había lugar para la duda.

No sé si vería algo sospechoso en mi aspecto; algo digno de eso que se llama desaprobación. Me debió de confundir con un sátiro en manga corta que experimenta un inmenso placer al perpetuar el complejo de hámster atrapado en una rueda que muchos (y ella) experimentan hasta el punto de equivocar la provincia en la que se encuentran.

—¿Seguro? —rezongó la mujer con un mohín. La nariz arrugada y esas interrogantes tan marcadas, acompañadas de cierta cortedad intelectual probable, trataron de derribar mi seguridad.

Joder. Será por falta de veces de haber circulado por ella. Para una vez que la pregunta tiene fácil respuesta…

—Claro que seguro —afirmé, sintiéndome en la frontera de esa realidad paralela tan común a estas situaciones, más aún cuando, a escasos metros de donde se había detenido el vehículo, se alza aún una señal vertical elevada en bandera, en la que Marín figura en enormes letras blancas sobre un precioso fondo azul.

Si hubiera dispuesto de un par de segundos más, solo eso —por Dios, qué te habría costado el habérmelos concedido cuando me das todos los del mundo para perder el tiempo para cualquier estupidez—… Si los hubiera tenido a disposición, habría cargado, apuntado y disparado, ilustrando a la moza con el detalle histórico de que aquella carretera, desde el día de su inauguración, en 1963, no ha servido para otra cosa que no fuera llegar a Marín; así que, sí, estaba y estoy bastante seguro de que por esa cinta de asfalto acaba uno poniendo el pie en la pequeña localidad marinera.

Pero pasó lo siguiente: la tipa pisó el pedal a fondo y se marchó sin si quiera darme las gracias por la molestia de confirmarle que iba en la dirección correcta y, no me cabe duda, dedicándome en su fuero interno alguno de esos términos peyorativos tan en uso: paleto.

El encuentro no causó graves desperfectos en mi ánimo de ayudar, en la medida de lo posible, a las intranquilas voces que claman ayuda en mitad del desierto urbano; pero, si os veis en la coyuntura embarazosa de asaltar a un extraño en la calle, dudad de él, pero no os larguéis sin darle las gracias. Así de simple.

Lectura de 24 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 22º
  • Higrómetro: 40%

24 de Julio de 2017



miércoles, julio 19, 2017

Lanzamiento de la 2ª edición, corregida y aumentada, de «Major Bowie»


Cuando publiqué la primera edición de Major Bowie, al tenerla en papel, me percaté de que había pasado de puntillas, tan solo mencionándolos de pasada, ciertos puntos que debían haber merecido un trato, estudio y análisis más profundo. La obra en sí, en aquel instante y aún hoy, era completa y no desmerecía el esfuerzo y su contenido; pero la buena recepción de la misma por parte del público, interesándose en adquirir un ejemplar, me convenció de que bien merecía un repaso para apuntalar y traer aspectos y piezas musicales que solo se quedaron en un apunte al pie de página. Aunque el trabajo no ha sido tan exigente, he tenido que volver a imbuirme del espíritu de ciencia-ficción que David Bowie imprimía a muchas de sus canciones y entender mejor su discografía. 

Así es como he llegado a publicar esta segunda edición, corregida y aumentada (en unas 30 páginas y hasta tres apartados nuevos) que ayudará a completar la visión biográfica de Bowie desde la óptica de la ciencia-ficción y la carrera espacial.

Aquí os dejo el enlace: http://amzn.eu/f7i3QLr

Lectura de 19 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 754,5 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 23º
  • Higrómetro: 39,5%

martes, julio 18, 2017

Guardia de literatura: reseña a «El traje del muerto», de Joe Hill

Título original: «Heart-Shaped Box»
Punto de Lectura SL, Madrid
Tercera edición. Enero de 2009
486 págs.
ISBN: 978-81-663-2119-8
La lectura de la primera novela de Joe Hill tiene sus claroscuros, debiendo recorrer el autor aún mucho camino para heredar, por derecho propio, el trono de su padre 

Si no se anunciara a bombo, platillo y demás instrumentos de percusión que el bueno de Joe Hill es vástago del prolijo escritor de terror Stephen King, quizá podría escribir yo una reseña de ésta, su opera prima, algo más objetiva y pausada, más ajustada a lo que se debe de esperar de semejante labor, menos corrompida por las heces de otras lecturas; pero el gusano, gris y hambriento, está haciendo su camino por entre mis neuronas, lento y seguro. Para bien o para mal.

Joe Hill es un viejo conocido mío. Tropecé con él mucho antes, siquiera, de saber acerca de esta novela (soy así de despistado), gracias a la excelente novela gráfica titulada «La Capa», adaptación a este formato de uno de sus relatos, publicados en el recopilatorio «20th Century Ghosts», y para la cual buscaré hueco, tiempo y esfuerzo para la pertinente Guardia de cómic; una historia que me dejó impresionado en el buen sentido de la palabra, por la fuerza y la viveza emocional que el guión despliega de forma generosa y brutal, aunque advirtiendo en su desarrollo no pocos acordes propios de papi. Habiendo contado con la suerte de tener a semejante maestro puerta con puerta, es de recibo que Joe haya asimilado de Stephen varios puntos cardinales sobre el teclado. 

El argumento de «El traje del muerto» es simple, pero no por ello deja de ser atractivo para cualquiera que esté decidido a subirse al barco del amigo Joe durante cuatrocientas y pico páginas. Jude Coyne, un hombre entrado en la cincuentena, es una estrella retirada del heavy metal; vive en su rancho en el estado de Nueva York atormentado por la disolución traumática de su banda, la cual no pudo soportar la muerte de dos de sus integrantes en un accidente de tráfico (suicidio más bien) y por culpa del SIDA. Jude capea aquellos dolorosos recuerdos por medio de hobbies tan dispares como recorrer de punta a punta el país, de estado en estado, sin salir de la alcoba, convirtiendo en amantes a chicas góticas bastante más jóvenes que él, siendo su última conquista Georgia, una bailarina de striptease que en realidad se llama Marybeth Kimball y que posee un pasado bastante escabroso; o adquiriendo todo tipo de objetos esotéricos, perversos, oscuros y de mal gusto que acrecienten su ya inflada leyenda de individuo siniestro que tantos discos le ha permitido vender: desde cuadros firmados por seguidores suyos que cumplen cadena perpetua por pederastia a todo tipo de tratado sobre magia negra, pasando por una cinta de vídeo, una prueba policial, con una película pornográfica en la que la actriz resulta asesinada realmente ante las cámaras. Sus aficiones distan mucho de ser puramente inocuas, pues son casi obsesivas y podrían explicar muchos hitos de su biografía. Y esa obsesión será el resorte que accione una trampa mortal.

Cuando Danny Wooten, el fiel secretario gay de Jude, da, como si tal cosa, con un portal de subastas a imitación de Ebay en el que se ha puesto a la venta un fantasma, no se aguanta las ganas. Lo que en realidad se estaría vendiendo sería un traje al que el fallecido estaba muy apegado y la explicación de la vendedora para deshacerse de él es tan encantadoramente escalofriante que Jude da orden de adquirir ese fantasma, aunque sea como broma que solo le costará mil pavos bien invertidos en su imagen. En el instante en el que el paquete llega por mensajería a su destino, la pesadilla da comienzo para Jude, Georgia y Danny, pues aquello no resulta ser una simple diversión, una muesca más en la biografía del cantante de rock: el fantasma es real y Jude, ciertamente, lo ha comprado, siendo que es el de Craddock McDermott, exoficial del Ejército de los Estados Unidos de América en la guerra de Vietnam, experto hipnotizador y zahorí y, además, padrastro de Florida (Anna McDermott), la penúltima y mentalmente desequilibrada amante de Jude, de cuya muerte el espectro culpa a la estrella musical, clamando venganza desde el Más Allá. La subasta fue una trampa que le habrían tendido a Jude el viejo antes de fallecer y la hermana mayor de Florida.

El propio devenir de la trama convertirá la novela en una de carretera, con contados momentos espeluznantes en los que conoceremos la verdadera naturaleza de la labor de Craddock en el Ejército; la historia del fantasma de Ruth, la desaparecida hermana de Bammy, la abuela de Georgia, secuestrada hace medio siglo; o el profundo y pantanoso recuerdo que Jude guarda de Florida más allá del sexo estival en el asiento trasero de un restaurado Mustang del ’65, acercándose a la raíz de todo, aunque no termine sorprendiendo a nadie.

De la lectura de esta novela de Joe Hill se pueden extraer muchos puntos positivos, al igual que sucede con las obras que firma su padre, pues, aunque acabe escribiendo auténticas necedades, de esas que te hacen llevar las manos a la cabeza y a exclamar “¡Dios todopoderoso, ¿qué estoy leyendo?!”, sigues quemando capítulo tras capítulo. Joe ha heredado esa fuerza casi física, como también ciertos elementos negativos que no se deben en exclusiva a Stephen King. Uno de estos es el desasosegante vértigo que afecta al lector al estar sentado ante una novela bastante desestructurada, con continuos cruces carentes de señalización a lo largo de la narración, con pensamientos y flashbacks que no llegan a encajar los pongas donde los pongas, con independencia de su capitalidad narrativa, sobre todo durante las primeras doscientas páginas. Es como si Joe Hill tuviera los dedos inertes y enflaquecidos, incapaces de asir con determinación las bridas y frenar al monstruo a cuyos lomos se ha subido con tanta ingenuidad.

A pesar del esfuerzo del autor con la pareja protagonista, sobrada de personalidad, el resto de personajes son un esbozo errático. El secretario de Jude, Danny, es barrido de la escena como un desperdicio que sobra desde el comienzo, siendo que su único momento de “gloria” se restringe a la llamada telefónica que le hace a su jefe una vez que cuelga de una viga por medio de una soga anudada al cuello, la misma que Craddock McDermott le ha enseñado a hacer y con la que le ha convencido de que se quitara la vida. Tampoco es que Joe haya dotado de suficiente peso a la hermana de Florida, Jessica Price, una iracunda y perfecta madre que no es otra cosa que una depravada sexual; así como Martin Cowzynski, el violento padre de Jude, un viejo postrado a su catre, esperando a la Muerte.

Incluso el propio fantasma, Craddock McDermott, pierde todo su hálito macabro, llegando al paroxismo de la ridiculez en mas de una ocasión, sobre todo hacia el tramo final de la novela (es que, ¿a quién se le ocurre escribir semejante escena?), mereciendo un suspenso en la cartilla de notas y una llamada a su padre la forma que idea Joe para que el espectro persiga a Jude y a Georgia de Norte a Sur de los Estados Unidos: en su propia y espectral furgoneta descolorida, la cual solo se salva de esta reprimenda cuando la ve Arlenne, la anciana enfermera de Martin (quien, a su vez, es la hermana clónica en diálogos de Bammy, la abuela de Georgia), y porque creo que es una referencia nada velada al vehículo que dejó gravemente herido a Stephen King hace prácticamente dos décadas.

El regreso al hogar de Jude Coyne o Justin Cowzynski, el último paso de penitencia, al que llega hundiendo hasta el fondo el pedal del acelerador del Mustang, no tiene relevancia alguna en el drama, pues la apoteosis final pudo haberse escrito en la cocina familiar de los Cowzynski, junto a la porqueriza, como en el cuarto de baño de un anónimo cine X junto a los Everglades o en cualquier otro lugar perdido de la mano de Dios. Y Joe no se ruboriza a la hora de ir dejando flecos aquí y allá a nivel policial durante la sanguinolenta carrera de Jude y Georgia desde Nueva York a Louisiana, pasando por Florida: me cuesta tragar la facilidad con la que se da carpetazo al expediente de los sucesos violentos en la casa de los McDermott, la falta de interés por aclarar las circunstancias reales del supuesto atropello que Jude y su pareja dicen haber sufrido y del que no hay vestigio alguno dónde debió suceder o que un anciano postrado en su cama y que no reacciona desde hace días a estímulo alguno tras sufrir una severa apoplejía sea, de pronto, capaz de tratar de asesinar a dos personas, por muy malheridas que estuvieran, persiguiéndolas, navaja en mano, por media casa.

Podemos afirmar que el final es como los que cocina su padre, aunque resulta evidente el mensaje de la novela que no es otro que escuchar a quienes están con nosotros, algo costoso de cumplir tanto en las relaciones familiares como amorosos; no son simples objetos de atrezo sobre los que tenemos un derecho a despreciar y a deshacernos de ellos como si tal cosa. Escuchar y amar recíprocamente, profundizar en sus almas, conocerlas.

La lectura de la primera novela de Joe Hill tiene sus claroscuros, debiendo recorrer aún mucho camino para heredar el trono de su padre por derecho propio, para que una legión de incondicionales lo coronen con laureles teñidos de sangre; esto es si estamos hablando de novelas, pues Joe, y se nota, se ve más suelto como guionista de cómic. Solo el paso del tiempo, con su perturbadora voluntad de iluminar todo recoveco pasado, espantando las frescas sombras, nos lo aclarará.

Lectura de 18 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 754,5 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 23,5º
  • Higrómetro: 37,5%

miércoles, julio 12, 2017

Guardia de cine: reseña a «Los vengadores: la era de Ultrón»

Título original: Age Of Ultron. EEUU. 2015. Acción, aventura, ciencia-ficción. 2 horas y 21 minutos. Dirección: Joss Whedon. Guión: Joss Whedon. Elenco: Robert Downey Jr., Chris Hemsworth, Mark Ruffalo, Chris Evans, Scarlet Johansson, Jeremy Renner, James Spader, Samuel L. Jackson, Don Cheadle


La responsabilidad por enmendar las consecuencias de nuestro egoísmo, aunque el mismo nazca y se justifique en nuestro propio y más hondo dolor es la lectura que se extrae de una buena, pero larga, película de superhéroes

Los gustos y aficiones se heredan como las deudas o nacen de forma espontánea, sin control. Muchas enraízan y evolucionan, muchas más se malogran y se marchitan antes de tiempo, sin saber qué se siente cuando el calor de la pasión pega con fuerza desde el cielo. Nosotros mismos somos viveros y cementerios de segundos de oro dedicados a objetos materiales o inmateriales que llegan a motivar o frustrar, pero que permiten que nos enfrentemos a un mundo dentro de otro, con diferentes ojos, oídos y tacto.

En mi adolescencia me dejé secar el seso por grapas de superhéroes de la Marvel; me encantaba. Me encantaba la Patrulla X, Spiderman, los Vengadores. Con mi limitado presupuesto iba atesorando historias, una ínfima cantidad que cabía de sobra entre mis ahuecadas y rechonchas manos, reteniendo parte de un tesoro cultural que palpitaba y crecía como un monstruo con solo boca; y fui a ver las adaptaciones de las aventuras de aquellos vistosos personajes paridos por Stan Lee, pero solo me quedé con la primera de los X-Men y las de Peter Parker-Tobey Maguire y punto. Aunque me parezca genial Robert Downey Jr. como actor, no he sido capaz de pasar del minuto 30 de su Ironman y, en cuanto a Thor, solo Natalie Portman, como una hechicera menuda y hermosa, me susurraba conjuros al oído para que me quedara otros cinco minutos más, engañándome así hasta que llegaron los títulos de crédito finales.

No me convencen para nada las adaptaciones al cine de la Marvel y puede que todo se deba a que ya no siento el tirón del género de superhéroes, de hombres y mujeres vistiendo coloridas mallas e incómodas capas, enfrascados en eternizantes luchas contra el mal en un mundo en el que nadie sangra (hasta que la editorial se le ocurrió dar luz verde al proyecto «The Punisher», muy propio de la década de 1980). Y no sé por qué han quedado Lobezno y los demás al abrigo de las sombras, hibernando sin sospechar si algún día despertarán o morirán en silencio y con la carne desprendida de los huesos; para mí, el mundo del cómic va mucho más allá de los superhéroes.

Por todo ello, la llegada a casa del título que voy a reseñar podría levantar rociones de suspicacia en mi intelecto, pero a falta de pan nocturno-televisivo, buenas son tortas en DVD, y el disco terminó girando como un loco en el reproductor y ofreciendo un comienzo que te debía enlazar a una historia anterior de los Vengadores o de Thor (no lo sé), con el cetro de Loki por medio, etcétera, etcétera.

La película, un tanto larga en su tercio final, me sorprendió y agradó. ¡Sorpresa! Es más, no despegué la mirada de la pantalla (y no fue porque se paseara por allí Scarlett Johannson con las carnes apretadas, amiguitos míos), pues creo que es un producto que goza de una salud y calidad excelentes en cuanto a escenas y diálogos en su conjunto. Me gustó sobretodo advertir, a la terrible sombra de Ultron, esa inteligencia artificial que nace de la gema de Loki y de la negligencia de Tony Stark, una pátina de profunda humanidad en los personajes que conforman a los díscolos Vengadores. Seguían repartiendo leches como siempre, a medida que el plan del malo-maloso se iba desarrollando, pero los silencios y las miradas demostraban ese brillo y aroma a debilidad humana tan ausente en los superhéroes por término medio.

También ha sido agradable contemplar largas y veloces coreografías de lucha digitalizadas que no marean o en las que se ve algo más que un batiburrillo gris como sucede, por ejemplo, en las infumables «Transformers» o en la agotadora «La batalla de los cinco ejércitos»; pero siempre hay algo que chirría, como es la necesidad de dotar a la trama de elementos moralizantes o incluso redentores (muy de la Marvel, por otro lado), que son protagonizados esta vez por la pareja de hermanos mejorados por Hydra: la responsabilidad por enmendar las consecuencias de nuestro egoísmo, aunque el mismo nazca y se justifique en nuestro propio y más hondo dolor, pues el daño que provocamos es inmenso.

El filme, excesivamente largo hacia el final, como ya he dicho, en el que la intervención de SHIELD se presenta a priori como un Deus ex machina, deja a Ultron con dos muertes consecutivas y con una “advertencia” de la intención de seguir explotando la franquicia hasta agotarla gracias a su demostrada rentabilidad.

Y poco más puedo decir;extraño, cuando me ha gustado lo que he visto…

¿Está aconteciendo un renacer de la era dorada del cómic norteamericano de superhéroes? Quizá lleve años, pero no me he dado cuenta hasta ahora.

Lectura de 12 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 23º
  • Higrómetro: 40%

miércoles, julio 05, 2017

Dirk Verdoorn, un artista que vive el mar

Hacía ya un tiempo que no se olía a bordo a pintura fresca, pero Internet, en ciertas ocasiones, pone remedio a las profundas lagunas y a largas ausencias. Hoy quiero haceros conocer la existencia de Dirk Verdoorn (Dordrecht, Países Bajos, 1957).

De niño, Verdoorn vivió en una de las típicas barcazas de canal holandesas, en la confluencia de los ríos Waal, Mosa y Merwede; aunque en la edad adulta se trasladó a Francia donde ejerció distintos empleos en tierra hasta que tomó la decisión de dedicarse a la pintura, siendo que, a día de hoy, reside en Salento, Italia, frente al mar Jónico, gracias a su fama. Es un artista autodidacta que se dedica a la pintura en exclusiva desde 1997, momento en el que arranca una espectacular y reconocida carrera, con un estilo específico y realista centrado en el mundo naval, que le ha granjeado varios premios y el ser nombrado artista oficial de la Marina de guerra de la República Francesa demostrando un interés pictórico eminentemente centrado en los buques, principalmente mercantes, en diferentes lugares del mundo, pero también las olas y los paisajes marinos.

Como podréis observar en la pequeña galería que adjunto, el Sr. Verdoorn tiene merecida su fama.









Lectura de 5 de Julio de 2017 a las 1200 horas



  • Barómetro: 755 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 23,5º
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martes, julio 04, 2017

Guardia de literatura: reseña a «Aventuras de Arthur Gordon Pym», de Edgar A. Poe

«Adventures of Arthur Gordon Pym»
Club Joven Bruguera, nº 33
Editorial Bruguera SA, Barcelona. 1981
267 págs.
ISBN: 84-02-08212-2
Una novela que inspiró a escritores de la talla de Julio Verne y H. P. Lovecraft; siendo la única incursión de Edgar A. Poe en el mundo de las narraciones prolongadas y un experimento que le llega a explotar en las manos

El rey del relato macabro y de misterio, quien cimentó el género negro, el creador de sombras más famoso e influyente de la Historia moderna de la Literatura, Edgar Alan Poe, trató de emular a otros grandes de su tiempo negándose a tan solo publicar breves narraciones, pasajes de corta vida en los que impregnar la pasión de un alma torturada. «Aventuras (o Narración) de Arthur Gordon Pym» fue su única incursión en el no siempre agradable mundo de la novela y ahí es donde lo podemos comparar con esos grandes, como es el caso de Oscar Wilde. Poe hace protagonista y narrador a un hombre, ya en edad madura, que relata unas vivencias de adolescencia que comienzan cuando se deja arrastrar por las calenturientas historias que le relata Augustus, su amigo y compañero de fatigas, todas ellas con lejanas y exóticas tierras y el mar como telón de fondo. Debemos asentir ante la presentación de Poe, muy acertada para atraer al público en aquella lejana década de 1830.

Sin embargo y en mi humilde opinión, el experimento le explota a Poe en las manos a pesar de que es una obra que ha pasado a los anales de la Literatura, llegando a inspirar a Julio Verne, quien escribiría una secuela bajo el título «La esfinge de hielo», y a H. P. Lovecraft, quien sentía verdadera admiración por esta novela que le serviría para dar forma a «En las montañas de la locura». Y afirmo esto de forma tan categórica obligado por el amargo regusto de una lectura árida, agotadora y que encierra escasos instantes de lucidez y originalidad en el desarrollo de la trama.

Para abrir boca es como si Poe diera rienda suelta a una especie de obsesión malsana por la muerte por inanición, algo que es constante en estas aventuras inacabadas. Obsesión que provoca buena parte de la aridez ya comentada y que domina la novela en casi tres cuartas partes de la misma; como botón de muestra más que representativo el relato exhaustivo del encierro de Pym como polizón a bordo del bergantín ballenero Grampus, al que le sigue la pormenorizada relación de sucesos por parte de Augustus tras el motín contra el capitán Barnard. A esto debemos sumar cuando el Grampus termina sus días como un peligroso derrelicto en el que sobrevivirán a duras penas cuatro desdichados, aunque es entonces cuando se alcanza el clímax de la novela: la escena del buque presumiblemente holandés, tripulado por esqueletos (en clara alusión a la famosa leyenda) y aquella otra en la que los náufragos han de recurrir al canibalismo; clímax que desfallece cuando Poe, de forma inexplicable, obliga a Pym a narrar los hechos a modo de diario, algo del todo inverosímil y error en el que autor caerá nuevamente más adelante.

Cuando las aventuras a bordo del Grampus tocan a su fin, Poe no tiene “mejor” idea que someternos a una fría relación de datos geográficos, históricos y de fauna y flora extraídos de alguna enciclopedia o de las columnas de periódico referidas a las expediciones en las latitudes australes, tan en boga durante aquella época; detalles estos que no apreciará el lector cuando se le obligue a pasar de una narración pormenorizada a otra “acelerada”. Los dos únicos supervivientes del Grampus, Pym y Peters, son rescatados por la goleta Jane Guy, momento en el que arranca la segunda parte de la novela mediante la introducción de los datos objetivos reseñados antes, con ambos hombres enrolados en una expedición hacia el Sur (la lectura de coordenadas será una constante que nos pondrá a prueba); y es aquí donde Poe desvaría acerca de animales y hasta razas humanas, todo ello sin sustento científico alguno, que hace caer al relato en la más pura fantasía para rellenar huecos en blanco. Así sabremos de los Tsalal y su traición para con los hombres de la Jane Guy, y del viaje al Sur que Pym no termina de narrar o es interrumpido de forma abrupta (como último recurso clásico de tensión dramática), a un lugar cálido donde se haya un ser extraño, quizá sobrehumano.

A esto me molesto en añadir que Poe sufre varios deslices en su prosa, pues no parece que esté muy al tanto de qué tipo de mástiles posee un bergantín (que me corrija alguien si me equivoco, pero un navío de esa clase no posee un palo de mesana (sí trinquete y mayor (de estos últimos, cuantos necesite)), mas si cabe cuando, de lo que se extrae de la lectura, el Grampus solo contaba con dos mástiles), así como de los días que puede aguantar un ser humano sin tomar líquido alguno.

Aunque «Aventuras de Arthur Gordon Pym» sea una obra que llevaba largos años deseando leer, sobre todo desde que escuchara sus primeros compases en «Historias», de RNE, la experiencia se me ha hecho obscenamente cuesta arriba, quizá debido a la disasociación temporal, cada vez más amplia, entre los ojos y mentes de Poe y sus contemporáneos y los míos, ya entrados en el s. XXI. Pero tampoco debe ser esa la única razón, pues siempre he disfrutado mucho del resto de obras firmadas por este genio de las Letras norteamericanas y compunge mi corazón el tener que leerle la cartilla a Poe por culpa de esta novelita.

Lectura de 4 de Julio de 2017 a las 1200 horas



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