Título original: «UFO». 1971-1973. Reino Unido. Ciencia-ficción, acción. 26 episodios de 45 minutos cada uno. Dirección: varios. Guión: varios. Elenco: Ed Bishop, George Sewell, Michael Billington, Gabriel Drake, Dolores Mantez, Antonia Ellis
Una trama que nos traslada a un futurista (para finales de la década de 1960) año 1980, en el que los vuelos espaciales son rutinarios, existen explotaciones mineras en la Luna y vehículos eléctricos… En el que una amenaza procedente del otro extremo de la galaxia mantiene en vilo a la primera línea de defensa de la Tierra: una civilización alienígena que lucha por su propia supervivencia a costa nuestra
En un podcast cuyo nombre no logro recordar, en uno de tantos en los que participa una pléyade de colaboradores, reunidos a propósito y con la misión de diseccionar algún aspecto friki de marcada nostalgia ochentera, una voz de porte desanimado se elevó para compartir la opinión que otra, más joven, le había transmitido a respecto de la trilogía jackosiana de «El señor de los anillos», cuestionándola en el aspecto técnico de efectos especiales: su CGI es pobre. Como respuesta a tal aserto —equiparable a una cruda crítica hacia quien desprecia al inventor la rueda de piedra, milenios atrás, si se lo compara con algún ingeniero de la Pirelli—, otra voz, más quejumbrosa, exclamó: “Pues cuando vea que el bicho verde de los «Cazafantasmas» es un muñeco…”. Creo que debió quedarse sin aliento justo cuando de disponía a cerrar la frase; comprensible.
Las producciones de épica, fantasía y ciencia-ficción siempre han necesitado de efectos especiales para trasladar a la pantalla mundos que provienen de los sueños y que alimentan nuestras desbordantes fantasías. En la actualidad, el maravilloso abanico de posibilidades que abre la tecnología informática parece querer arrojar a la basura a las añejas obras por sus ya "penosos" efectos especiales; pero estos no son más que una herramienta visual, que no narrativa, por mucho que ciertas espadas las alcen como centro de toda película del género. Pocos no se han mofado de títulos que nos doblan la edad, para los que los departamentos de efectos se esforzaron al máximo con lo que tenían a mano, algo a lo que no concedemos el merecido reconocimiento.
Quizá las que más palos se hayan llevado son las producciones de ciencia-ficción, apegadas en demasía al momento de su realización y a las extravagancias propias de la época, tantas que provocan cierta vergüenza ajena por sus predicciones, ahora ridículas, de un futuro próximo del que aún no sabemos nada. Pero antes y después del año 1977, el de estreno de «La guerra de las galaxias», hubo títulos excelentes y otros no tanto, pero que no hemos de juzgar por los efectos especiales, en su día, revolucionarios, hoy un tanto ingenuos, sino por las historias que contaban.
Uno de estos a los que me refiero en la serie británica de televisión «UFO», con copyright de 1969 y que tan solo contó con una temporada (eso sí, grabada a lo largo de varios años). La trama nos traslada a un futurista (para finales de la década de 1960) año 1980, en el que los vuelos espaciales son rutinarios, existen explotaciones mineras en la Luna, vehículos eléctricos… Nada del otro mundo, aunque los guionistas no abusaron en su papel de futurólogos, sin llegar al agravio comparativo en cuanto a la tecnología que se hacía uso por entonces. Para alguien que presenciara de niño el primer vuelo de los hermanos Wright bien pudo hacer otro tanto, al otro lado del receptor, con el alunizaje del Apolo XI; ¿cómo no pensar entonces, con semejante progreso, en una Humanidad más avanzada? Lógico, pues hoy nos maravillamos con los drones y sus usos y utilidades de transporte de mercancías y pasajeros, cuando el concepto ya se barajaba en 1950, pero me estoy yendo por las ramas. Sin embargo, a 2018, ¿dónde están las bases lunares y todo lo demás? Bueno, habrá que esperar aún.
En «UFO», la Tierra está amenazada por una misteriosa civilización extraterrestre; como única línea de defensa (un tanto pobre, vista con perspectiva y objetividad) está la organización SHADO, con el comandante Straker a la cabeza, que tanto intercepta y destruye toda nave enemiga que se acerque al planeta como protege a sus habitantes de las aviesas intenciones de los alienígenas: abducir cuantos más humanos sea posible para extirparles los órganos y transplantarlos a sus cuerpos humanoides y prolongar así su vida de forma ininterrumpida. Quizá no haya explicado el argumento (interesante, algo morboso, pero dotado de una fuerza inmensa), de la mejor forma, con soltura y suficiente dramatismo para que entendáis el efecto que causó en mí, pues la idea de tal destino para la especie humana me produjo cierta desazón.
Lo más chocante es que si las naves que nos visitan están claramente identificadas, la serie debería titularse de forma diferente y no «UFO»; y otras muchas cosas, pero para qué tirarnos de los pelos de la cabeza: sigue siendo todo un puntazo que la empresa pantalla o tapadera donde trabajan los protagonistas sean unos estudios cinematográficos.
Los diferentes y autoconclusivos capítulos de la única temporada nos llevarán a espacios reducidos, aun costosos, y a una historia que siempre gira en torno a la amenaza extraterrestre, pero adornada con detalles o elementos bastante conocidos, tales como la lealtad, la amistad, el compromiso, la desconfianza hacia lo extraño, el choque entre organismos burocráticos, etc.; todo ello bajo un concepto moderno para 1969, pues SHADO es una organización militar internacional, con dotaciones interraciales y mixtas (aunque, salvo las oficiales de la base lunar, el resto de féminas solo parecen justificar su sueldo tomando notas, llevando café o luciendo tipo; o que el comandante negro de la base es relegado por el menos bronceado coronel Foster), haciendo suya una visión futura más integrada e integradora socialmente hablando.
Salvo por dos episodios, como los que detallan el secuestro de Foster por los alienígenas y la creación de SHADO, pobres en guión y con un final abrupto, el resto posee un magnetismo difícil de calificar, importando bien poco que las tomas del despegue del Skyone y de los interceptores lunares sea, en realidad, solo una grabada desde distintos encuadres y con distintas luces, añadida en el montaje cuantas veces fuera necesario. Recordemos que los efectos especiales solo son lo que son.
Por su parte, los actores no es que sean de premio, pero algunos de ellos eran caras bien conocidas en producciones del género, como Ed Bishop, encarnando a Straker, o Michael Billington, que hace lo propio con Foster y que a poco estuvo de vestir el esmoquin de James Bond. Todos llevan las riendas de unas historias que entretienen, nublando nuestras actuales y tecnificadas reticencias y chascarrillos; la tensión fluye, pues estamos ante una producción que hunde sus raíces en el aspecto narrativo, dando su justa medida al aspecto técnico y decorativo. Risible sí que resultan las naves de los extraterrestres, que semejan una peonza invertida girando sin control (no nos lo podíamos callar).
La pena es la parquedad de capítulos, lo cual no ha impedido que forme parte de la cultura freak británica por su originalidad, como la peculiar vestimenta de las oficiales lunares (aunque solo le quedara bien la peluca morada a la actriz Antonia Ellis) o la idea del empleo de transbordadores reutilizables y unos interceptores que, a todas luces, han inspirado los X-Wing del universo «Star Wars». La pena es que, en su momento, no se contara con el suficiente apoyo como para permitir seguir disfrutando de esta serie que debió expandir no pocas retinas y mentes, aún con sus nada disimuladas maquetas y sus desproporciones longitudinales.