martes, marzo 06, 2018

Guardia de cine: reseña a «Robin de los bosques»

Título original: «The Adventures of Robin Hood». 1938. EEUU. Aventuras-romance. 1 h y 42 min. Dirección: Michael Curtiz y Williamm Keighley. Guión: Normal Reilly Raine y Seton I. Miller. Elenco: Errol Flynn, Olivia de Havilland, Basil Rathbone.

No hay tregua para el espectador y el guión apenas se deja nada de la tradición oral trasladada al papel. Mucha acción y buenos diálogos para una producción que pretende entretener y abrir las puertas de la fantasía. Puro cine y nada más durante los primeros pasos de un cine a todo color

De entre la mítica britana sobresalen dos personajes que llevan siglos poblando el imaginario popular de todo Occidente, en su Literatura y en la adaptación de la misma a dispares medios, importando poco la pega de ser considerados como figuras cuya existencia real es discutida y discutible.

El más importante, quien ha tenido más calado en el acervo cultural, es el caudillo Arturo con sus caballeros de la Mesa redonda; un habitual en los textos desde la oscura Edad Media; un posible líder britano del s. V d. C. al que se le han ido añadiendo adornos como los de Lanzarote del Lago o Perceval y la búsqueda del Santo Grial; una línea argumental ésta última que ha llevado a no pocos expertos a la conclusión de que pueda ser un mito acerca de asimilación de la Fe del Crucificado en las islas pues, si se analiza a Arturo y lo que le acompaña, más allá de la epidermis, no falta coincidencia con la figura central de la nueva religión oriental.

Arturo era un nombre muy popular entre los anglos y en los tiempos de la retirada de Roma de taN alejadas tierras, pudiendo la verdad confundirse con las palabras envenenadas de audaces trovadores para tiempos de caos y sin un rey fuerte en las islas, algo que engarza con el personaje de Robin de Locksley, alias Robin Hood, un noble sajón en los primeros tiempos del dominio normando de Inglaterra.

Las aventuras del famoso proscrito se transmitieron de forma oral, con sus añadidos y olvidos, y aunque sea un personaje reciente en la Historia pertenece a un terreno abonado a la divagación, un lastre en el estudio que no se siempre llega a tener solución. El relato es bien simple: un país sin rey, Ricardo Corazón de León, que parte a la Tercera Cruzada en Tierra Santa, dejando a un regente al cargo del trono que es rápidamente traicionado por una codiciosa nobleza normanda, incapaz de contener su sangre nórdica y la sed de pillaje de sus antepasados, llegados a dichas costas en drakkars apenas unos siglos antes. Los normandos gobernantes, en ausencia del rey, exprimen con mano de hierro las ubres del pueblo sajón (tampoco originario de la isla), provocando no pocas tensiones. Robin Hood se alza como eje vertebrador de la resistencia armada frente a los desmanes de los nobles normandos, pero leal a un rey ausente, que también es normando.

La lectura final que se puede extraer del mito es la de búsqueda de una convivencia y paz entre pueblos, con la presencia irremplazable de un rey, de un símbolo de unidad, que haga suya una política aislacionista que ha sido la tónica en las islas hasta la fecha. Pero también una línea filosófica y política centralista y antifeudalista que daría pie a un proceso que se culminaría en toda Europa con las unificaciones de los distintos reinos para crear los actuales Estados, siendo muestra evidente de ello la acumulación del poder en soberanos como los franceses o nuestros Reyes Católicos.

Robin Hood, lo mismo si fue un hombre o varios, noble o plebeyo, real o imaginario, medró en el imaginario popular y ha sido exportado a todo el mundo como ejemplo de truhán leal a la verdadera Justicia del Rey; un aventurero que tenía que dar el salto al cine tarde o temprano, como fuera.

Mi versión favorita, la que considero como la mejor por su calidad y capacidad de entretenimiento, es la noventera protagonizada por Kevin Costner, pero hoy reseñamos la vetusta datada en 1938, con Errol Flynn y su imborrable sonrisa Profident como ariete (cualquiera diría que estaba haciendo publicidad encubierta a su odontólogo…); un Flynn haciendo de rana saltadora y arrogante que recibe un par de lecciones de humildad y algo más entre la floresta.

Lo que es digno de aplauso es el ánimo de la producción de crear una ambientación creíble dentro de lo que se podía esperar de aquel Hollywood. Aunque algunas cosas se les vayan de las manos, el vestuario es fiel a la época medieval, aún con una incontenible borrachera de colores y con unos normandos demasiado dados a morir sin que les rompieran la cota de mallas o perdieran gota de sangre.

La película mezcla a la perfección la aventura con el romance entre Robin y Marian, que podría haber sido más roñoso, pero que casa tal cual, con un par de escarceos que en nada afectan al natural curso de los acontecimientos, con sobresaltos cada pocos metros. No hay tregua para el espectador y el guión apenas se deja nada de la tradición oral trasladada al papel. Mucha acción y buenos diálogos para una producción que pretende entretener y abrir las puertas de la fantasía. Puro cine y nada más durante los primeros pasos de un cine a todo color que se ha mantenido con cuerpo a lo largo de las décadas; todo es diversión, incluso con los malos malosos, aunque Rathbone, por su ladina sobriedad, queda a años luz del sheriff de Nottinghan interpretado por Alan Rickman, por mucho que sea una cornucopia de ingenio y de estupidez para el Hood de Flynn.

El buen hacer de profesionales como Michael Curtiz, uno de los dos directores de la cinta, es garantía de que este filme seguirá aguantando los embates del Tiempo y que hará las delicias de todo aquel que se siente delante de la pantalla, con independencia de su edad, importando poco si lo hace repitiendo la experiencia o la visiona por primera vez.

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