martes, febrero 26, 2019

Guardia de cine: reseña a «La modista»

Título original: «The Dressmaker». 2015. 1 h. y 59 min. Tragicomedia. Australia. Color. Dirección:  Jocelyn Moorhouse. Guión: Jocelyn Moorhouse, basada en la novela de Rosalie Ham. Elenco: Kate Winslet, Judy Davis, Liam Hemsworth

Western tardío, australiano y sui generis que retrata un microcosmos que gira en torno a la vileza y a la venganza

Dungatar es un pueblo de mala muerte, perdido de la mano de Dios, situado en algún punto no identificable del desierto de Australia. Un chusco de metal y maderamen que trata de ser un hogar y donde se sostiene una colonia infecta, una comunidad de hombres y mujeres entre los que se confunden algunas buenas almas; aplastados por el tórrido sol, deambulan sobre el polvoriento suelo, soportados por una maldad que les permite seguir un día más con vida. Un lugar, en apariencia, tranquilo que, a medio de los recuerdos dolorosamente recuperados por la protagonista de la cinta, irá desvelándose como lo que es: un nido de serpientes unidas por la vejación y la violencia más íntima.

Tilly Dunnage regresa a Dungatar tras varios años de exilio, el cual dio comienzo de niña, cuando fue injustamente acusada de la muerte traumática de un compañero de clase; pero Tilly ya cargaba por entonces con el oprobio de ser considerada una bastarda, la hija de una madre soltera, "de una guarra", como se lo repetían muchos adultos y otros no tanto en cuanto tenían aquellas orejas infantiles al alcance de su saliva. La muerte “a sus manos” del criajo, el típico abusón, le valió ser considerada (y considerarse a sí misma) como maldita, siendo que Tilly retorna con la intención de desvelar todo lo concerniente al supuesto asesinato que no recuerda haber cometido. Con la escasa ayuda de las prácticamente inexistentes buenas personas que habitan en Dungatar y que luchan a brazo partido por no ser engullidos por la tóxica e hipócrita comunidad, Tilly irá tirando del hilo de su historia personal mientras cose espectaculares trajes y vestidos, auténtica tela de araña que le valdrá para una venganza más agria que dulce, pues la tragedia se le adherirá a la piel como el sudor de un verano sin fin y arrastrará consigo a aquellos que pueda considerar como seres queridos.

La venganza se cumplirá aunque cualquiera que llegue hasta los títulos de crédito bien opinará que aquellos que la sufran se merecían eso y muchísimo más.

Lo más pintoresco de la cinta es el aire de Western de los ’70 que se cuela en ambientaciones, poses y giros de cámara; en característicos enfoques y acompañamiento musical. Si se hubieran colado unos caballos y unos revólveres de por medio, no se habría notado gran diferencia en una narración de sutil regusto a lo Tarantino, con sus notas de humor negro y de descubrimiento de la putrefacción del alma en la única calle del pueblo; una putrefacción que llega hondo, hasta a las vísceras de la mojigata de la hija del propietarios de la tienda de ultramarinos, pasando por el farmacéutico o la maestra; en un elenco de personajes odiosos y crueles.

Durante el visionado podría llegar a entenderse que la intención de Tilly es la de averiguar la verdad, limpiar su nombre y obtener el perdón de aquellos que la desprecian sin razón; alcanzar una redención e, incluso, el amor. Pero su camino es errático y sus “queridos” convecinos se esfuerzan para que Tilly siga llorando por  entre las ruinas de su pecho. El sabor salado de la venganza se diluye hacia el ecuador de la cinta, pero cristaliza y se afila en Tilly a medida que la gente que ama va desapareciendo. Se aprecia cierta bicefalia que demuestra la bondad innata de Tilly, incluso tras un sufrimiento imperdonable, en una visión muy cristiana de este personaje; una bipolaridad que se desequilibrará, haciendo al personaje central vestir las galas del ansia revanchista y de la justicia personal.

Las notas de humor, demasiado trilladas, son píldoras digestivas para una tragedia occidental; eficaces gracias a personajes como Molly la loca, la madre de Tilly, o el sargento Farrat, el policía local. Una ayuda necesaria para soportar un menú a base de hiel y recuerdos de pura vileza.

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