Título original: «プラネテス (Puranetesu)». 2003-2004. 26 capítulos de 20 min. Drama, ciencia ficción. Japón. Animación. Dirección: Goro Taniguchi. Guión: Ichiro Okouchi. Estudio Sunrise
Adaptación televisiva del manga homónimo de Makoto Yukimura, con una argumento serio del futuro de la humanidad en el espacio a medio plazo. 26 capítulos (divididos originalmente en dos temporadas) con los que poder recapacitar sobre los problemas vigentes y los que están por venir
Una inexplicable conjugación de casualidades fue la que me condujo a que, hoy día, custodie en mi casa los seis DVD que encierran los veintiséis capítulos que componen esta serie de anime del género de ciencia ficción dura. No recuerdo el año en el que ese cúmulo extraño me envolvió, pero sí el orden de acontecimientos…
Me encontraba por aquella casi obsesionado, a la búsqueda y captura de películas japonesas de animación. Para ello me servía de Youtube y me pasaba los ratos libres navegando entre spots que ayudaran a enriquecer mi escasa cultura. Fue entonces cuando le saltó al ojo un producto novedoso por desconocido y poco común a los resultados que solía obtener: «Planetes», una serie que adaptaba un manga de idéntico título, de Makoto Yukimura, y que nos lleva a los años ’70 del s. XXI, a un futuro en el que la humanidad ha colonizado la Luna y Marte y explota sus recursos; un tiempo en el que los vuelos espaciales son habituales y la basura que órbita alrededor de la Tierra es un innegable peligro para la navegación, razón por la que existen unidades de recogida de desperdicios bajo los auspicios de distintas empresa que operan en el espacio.
El argumento se mostraba como serio y, para mi sorpresa, todos los episodios estaban disponibles en castellano en el portal de marras y por intercesión de un alma caritativa de esas que no entienden las normas de protección de la propiedad intelectual.
Aunque me hicieron gracia los minutos iniciales del primer capítulo, sobre todo la forma en la que la pareja protagonista se conoce (un tanto bizarra), no seguí adelante ante la saturación de humor japonés para el que no todos estamos debidamente vacunados. Pero me anoté la serie. ¿Por qué no?
Y resultó que, a los contados días, paseando por la calle, donde abre sus puertas el establecimiento de Cash Converters de mi ciudad, me detuve ante su escaparate con la sana intención de calmar el aburrimiento, acumulado entre tanto hormigón y alquitrán, y cual fue mi sorpresa al encontrarme con un pack de marcado color azul con la palabra griega «Planetes» y anunciando que contenía la serie completa en su interior.
Exclamé para mis adentros.
«¡Vaya!»
Pero no hice nada más, dirigiendo mis pesados pasos hacia la siguiente estación. No me inquietaba para nada la visión. Sabía que ese producto a la venta se había materializado en el escaparate por casualidad; quizá llevaba semanas allí y yo estaba más que harto de que mi retina lo obviase… pero, repito, «¡Vaya!»
Esa misma semana, un par de días a lo sumo después del hallazgo fortuito, acabé sufriendo una serie de desencuentros cada vez más violentos y me sentía como una maldita olla a presión, cargada de clavos, a punto de estallar y llevarse por delante a quien fuera. Y en esas ocasiones, antes de lamentar, lo mejor es levantar el trasero y calmarse con un sano garbeo por los alrededores, poniendo metros de distancia con el foco de la infección; así lo hice y mis pasos me llevaron, a marchas furibundas más que forzadas, ante el Cash Converters, pegando casi la nariz a la luna del escaparate. Sí, señor; ahí seguía el pack de «Planetes», llamándome en silencio, rodeado de otros títulos distribuidos por Selecta Visión.
Sí, claro. ¿Qué razón habría para no hacerlo? Lo necesitaba. Es casi como un bajón químico; quizá sin el como.
Si recapacitar (no había razón), crucé las pesadas puertas de la tienda y me dejé envolver por el ambiente acondicionado y saturado del interior, tan distinto de aquel que se respiraba en el exterior, donde quedó a la espera todo rijoso rastro de mi particular y endémica vergüenza y tibieza para asaltar al primer dependiente que pasó a menos de dos metros de mí y le exhorté a que me vendiera la serie.
Como no debió entender (o justo lo contrario), el muchacho dispuso ante el mostrador y con cierto orden atractivo todas las colecciones de anime, informando del inmejorable precio de 12 € la unidad y que todas estaban en perfectas condiciones, como nuevas. Sí, genial, pero yo solo quería «Planetes». El resto de títulos se perdían entre la bruma del desinterés.
El dinero cambió de manos, pero no salió de mi bolsillo. Fue un bálsamo para mi alma, la culminación de una inocente y hasta infantil venganza hacia quién me estaba sacando de quicio. Me sentía pletórico cargando con mi última adquisición, aún con cierto matiz de resentimiento en la garganta… Y, sin embargo, he tardado años en ver la serie entere. Justo terminé ayer de hacerlo para unas sesiones nocturnas de dos capítulos de cada vez. ¿No os suele suceder cosas así? Es como con los cromos: te obsesionas con conseguir el que cierra la colección y, luego, te olvidas de ella en el fondo de un cajón. Espero que vuestra respuesta sea afirmativa, pues no me gustaría ser el único al que le pasa esto.
En mi primer intento por ver la serie más allá de unos minutos en Youtube no llegué más allá del capítulo sexto, camelado por otras inquietudes videográficas o por el aborrecimiento hacia cierto abuso del ya referido humor nipón; pero hace unos días una pieza que estaba suelta dentro de mí encontró su lugar y “me llegó la orden” de regresar al espacio junto a los tripulantes de la Toy Box de la Technora, justo cuando tropecé con «Planetes» en su formato original en papel y del que no he podido leer apenas nada para apoyar una reseña como es debido.
Como ya he dicho unos párrafos atrás, la serie nos traslada a la década de 2070, cuando el problema de la basura espacial es capital para la seguridad del desarrollo humano, que ha roto la cerradura de su confinamiento terrestre. Un simple tornillo que, a ocho kilómetros por segundo, impactó contra la ventanilla de una nave civil de pasajeros provoca una catástrofe de una magnitud hasta entonces no tenida en cuenta.
Menos de un lustro después del fatal accidente, muchas serán las empresas que dedican parte de su presupuesto a la recogida de desechos, que van desde tuercas a satélites en desuso; un negocio que permite obtener materiales reciclables pero que dista de ser un lucrativo negocio para aquellos que no obtienen las mejores concesiones en una lotería un tanto arbitraria.
En la estación orbital Seven se encuentra la Technora, empresa que acaba de contratar a Tanabe Ai y otras compañeras para desempeñar distintas funciones. Tanabe está destinada a la Sección de Desechos debido a sus estudios y licencias para actividades extravehiculares, una ínfima rama de la empresa que recibe el jocoso sobrenombre de La Semi debido a sus pobres resultados al cierre del ejercicio contable (más que nada por la categoría de desperdicios que tienen permiso para recoger), por lo que solo reciben la mitad del presupuesto anual que les correspondería.
Tras un embarazoso traspiés al presentarse Tanabe en Control y no en la Sección de Desechos, Tanabe conocerá a sus compañeros y a Hoshino Hachirota (alias Hachimaki o Hachi), un tipo irascible que será su superior inmediato y quien no se corta un pelo a la hora de ser duro con una chica tan frágil en apariencia.
Hachi es el protagonista de la serie, a cuyo destino quedará unido Tanabe.
Desde el principio seremos testigos de las relaciones laborales en la Technora, como si en el afán del guionista estuviera mostrar las particularidades empresariales internas en Japón. Un punto interesante que choca con la japonización forzosa de los personajes no japoneses.
Al contrario de lo poco que he observado en el manga, la serie es más coral, aunque sea, a priori, solo como recurso puramente cómico, sobre todo gracias a los más veteranos miembros de la Sección, para adentrarse en una espiral de oscura depresión que atrapará a Hachi mientras somos testigos de un futuro no muy halagüeño, distinto del que parece mostrarse durante los primeros estadios de la serie, de armonía y viajes ociosos al espacio. La Tierra es asolada por hambrunas y guerras civiles; países que otrora fueron poderosos han caído y son presa de rebeliones y de la política más nociva (no olvidemos que la ciencia ficción ha servido a la mayoría de los autores para relacionar y denunciar los males sociales del momento en el que firmaron sus obras). Solo unos pocos escapan a semejante panorama de inestabilidad como son los miembros de la Alianza, donde despuntan EEUU y Japón.
Los problemas de la Humanidad acaban alcanzando a los integrantes de La Semi y a aquellos otros personajes con los que interactúan, constatando las injusticias y desigualdades entre naciones, sobre todo en el reparto de las riquezas que se obtienen en la explotación de los recursos extraterrestres y los golpes de mano del grupo terrorista Frente de Defensa del Espacio, que se opone a la expansión humana por el cosmos para evitar la contaminación de otros astros y que cuenta con miembros convencidos de que los programas espaciales hacen a los pobres más miserables.
Todo esto hará que algunos personajes tomen posiciones y decidan dar un giro de 180º a sus ideas preconcebidas; incluso la propia Tanabe profundizará más allá de su ingenuo concepto del amor y Hachi, quien experimentará una serie de dolencias psíquicas, encontrará el sentido a esa vastedad a la que se enfrenta cada día… Y no sigo más por aquí, que tampoco quiero destriparle a nadie la serie.
En el aspecto puramente gráfico, los veinte minutos de duración de cada capítulo son casi como una película por su excelente calidad, detalle, mimo y buen hacer. Se nota que siempre se quiso presentar un producto de primer orden para los amantes de la ciencia ficción dura, aunque bien es cierto que los encargados de los estudios de diseño no han querido ser ambiciosos a la hora de presentar un futuro como el que podrá ser el de la década de 2070 (al igual que Makoto Yukimura hizo en su momento), tecnológicamente hablando; mejora exponencialmente lo que se puede ver en el manga, pero todo resulta ser tan familiar que hasta siguen existiendo cabinas telefónicas y aparatos con funciones puramente analógicas que hoy día ya hemos superado. Ese futuro a 50-60 años vista, aparte de por las estaciones y las naves, no parece muy desarrollado en punto alguno, ¿por qué?, supongo que será para evitar lo fantasioso e hiperbólico, dando al espectador un punto de anclaje seguro y conocido.
En cuanto a los extras del DVD, estos no son muy espectaculares. Aparte de los consabidos spots televisivos, algunos capítulos están comentados y se introducen unos "cómics" más bien cómicos que ahondan en algunas cuestiones referenciadas en algunas escenas.
En la reseña de dos líneas de una espectadora que en su día leí, ésta compartió con quien quiso su opinión al afirmar que ningún otro anime le había dejado tan buen sabor de boca al terminar su visionado. Y yo estoy con ella; es verdad: su último capítulo te da las claves para un futuro prometedor sin el lastre de las fronteras y la desigualdad, en el que el espacio no será y no debe ser de ninguna bandera, sino de toda la Humanidad, desterrando cualquier visión impositiva nacionalista y victimista del pasado. Un futuro mejor que se descubrirá durante los títulos de crédito finales del último episodio, cargados de esperanza y que terminan de acunar al espectador, cuyos sentimientos podrán haber sido puestos a prueba con la triste suerte de Tanabe.
«Planetes» es, en mi opinión, un título donde refugiarse, como me sucede con otros tantos, cuando la oscuridad y el vacío ganan terreno y son tan espesas que me hacen dudar de la existencia de la luz.