Sí, hablo del dichoso y tan traído lenguaje inclusivo con el que hay quien moja la ropa interior como el ciego llenaba su copa de vino frente al Lazarillo; ese mismo que amenaza con rebajar el nivel intelectual general muy por debajo de lo expuesto en las vitrinas de los Museos de Historia natural, todo ello fraguado al calorcito de una campaña ideológica mefistotélica que más que ensalzar a la mujer, la perniquiebra.
Y uno de los objetivos (de tantos) de los perros neofeministas de batalla (o pollos sin cabeza, mejor dicho) es la palabra «ente» y aquellas a las que sirve de participio activo para formar adjetivos y sustantivos (no voy a hablar hoy sobre la cobarde eliminación paulatina de términos propiamente femeninos como en el de poetisa, que ha quedado desahuciado, a pesar de su belleza intrínseca). Y ente, si acudimos al diccionario de la RAE, en su primera y más ajustada acepción a lo que pretendo exponer, significa «lo que es, existe o puede existir» y es similar a “ser”, como persona, animal o cosa que existe. Me gustaría aquí remarcar que, aún con su “masculinidad” reflejada en la definición, su neutralidad de género es evidente (sigue leyendo)
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