miércoles, enero 26, 2022

J. K. Rowling, “la malvada”

Representación de cómo ven los inquisidores
a J. K. Rowling (hasta nuevo aviso)
La creadora de Harry Potter, J. K. Rowling, es una especie de, bueno, malvada. Tal vez ella siempre lo ha sido, y cuando éramos niños, simplemente no nos dimos cuenta […]”.

Así es como una tal Ruth Johnson, colaboradora del blog de noticias de cultura The Beat, define a J. K. Rowling en su artículo de 7 de enero de 2022 «Saying goodbye to Hogwarts isn’t as hard as it could’ve been at this point». Y, claro, lo dice con esta contundencia por la enésima polémica en torno a la escritora por los motivos más inusitados y rebuscados. Ahora es que la representación de los duendes en el universo Potter es antisemita, a lo que se suma la “manifiesta” transfobia de la autora y sus “extrañas” metáforas acerca del SIDA y de la esclavitud en los personajes del profesor Remus Lupin y los elfos domésticos.

Y estoy prácticamente seguro que por solo escribir este post se me tachará de lo mismo que a la Rowling. Incluso se me ninguneará como defensor de una millonaria.

El artículo de Johnson, el cual quedó cerrado para comentarios tras recibir unas reacciones a favor y otras en contra bastante agudas, no es más que la pataleta absurda de una persona cuyo destino divino autoadjudicado es el de ser protagonista dando pena. Así, Johnson se recrea en su pasado desde la rostra de The Beat para desvelarnos una infancia dickensiana (para ella), en un hogar regentado por unos Ned y Maude Flanders hechos carne y hueso, unos iconoclastas cristianos norteamericanos que prohibían a sus hijos leer y visionar cualquier cosa que tuviera relación con el mago Potter, no fuera a ser que acabaran teniendo simpatía por el demonio. Tanto es así que la pobre Ruth tenía que violar el sagrado mandamiento paterno a hurtadillas y en la biblioteca pública. Como colofón a esta tragedia familiar de telenovela, resulta que es una chica que tuvo que luchar con su sexualidad e identidad de género durante la adolescencia. Vamos, que lo tiene todo y no tiene nada.

Siguiendo con la lectura de Johnson tras tan explosivo arranque, como si hubiera detonado una mina Claymore, continua con su periplo al pasado, a cuando incluso se vestía de alumna de la Casa de Ravenclaw para ir a los estrenos de cine y participaba en diversos eventos durante la etapa universitaria.

Pero, ahora, resulta que Johnson es un trasunto de exfumadora, un cuervo inquisitorial. Alguien que tras poner la serie de Potter como lectura de cabecera y biblia, la aborrece, reniega de ella y hasta considera que la prosa de Rowling es mediocre (extremo en el que no coinciden muchos autores literarios, como el caso de Stephen King). También que la continuación en teatro le parece idiota y que la serie «Animales fantásticos» suena aburrida (aunque confiesa que no ha visto ni la una ni la otra).

Johnson, como tantos como ella, es una hipócrita carente de escrúpulos y de muebles en la cabeza. Se las da de valkiria enarbolando la bandera del arcoíris cuando se menciona la palabra “transfobia”, pero piensa en monocromático, pues las polémicas en torno a Rowling son, en fío, exageraciones y bulos alimentados por gentes que no pasan del “clickbait”.

Claro, a Rowling se le ocurrió decir “esta boca es mía” en el tema de una vuelta de tuerca social tan artificial como es la novedosa y forzada aceptación del colectivo LGTBI hasta en lo más estúpido y, en especial, de las mujeres transexuales. En identidad de razón a lo que he expresado en el anterior párrafo, ¿cómo es posible que un, digamos, grupo en el que caben todos los colores, se automutile en cuanto a pensamiento; se haga monocromático? ¿Por qué caben lesbianas, gays, transexuales, bisexuales, asexuales, etc., y se quiera limitar al binomio tradicional y arcaico hombre-mujer? ¿Por qué la tolerancia es intolerante? ¿Por qué se habla de democracia y termina en populachocracia? ¿Por qué se cierra la puerta a la educación y se la abre a la imposición?

Porque a mí, como hombre blanco y heterosexual (el nuevo Gran Satán), todo esto me suena muy sospechoso y estoy seguro que muchos otros entre la comunidad LGTBI piensan igual. Pero supongo que dentro del círculo sucederá lo mismo que en la corriente intercultural de izquierdas: hay que sacarle brillo a lo bueno y tapar bajo la alfombra lo malo.

Rowling, por lo visto, lanzó una bola de nieve pendiente abajo al ironizar sobre el término “personas que menstrúan” para referirse a mujeres nacidas como tales. Literalmente dijo: “Estoy segura de que existía un término para esas personas”.

Y lo que es un sarcasmo que habría salido de las tripas de cualquiera, se convirtió en gasolina que prendió los insultos contra las mujeres más comunes sobre la faz de la tierra: puta, bruja… Pero es que Rowling, que se considera feminista, se sentía agredida, anulada y ninguneada, porque, por un lado, una mujer transexual tiene que llamarse mujer, pero una mujer con sus cromosomas XX, es “persona que menstrúa”. Lo mismo que ahora sucede en Gran Bretaña con las mujeres embarazadas, a quienes hay que llamar “personas gestantes”.

De los cortos mensajes de Rowling en el maldito Twitter, en ningún momento se expresó en un tono de tránsfobo, o eso me parece con mi insuperable falta de observación y sin saber si la cosa habrá ido a mayores. Al contrario: manifiesta que es amiga de personas que han dado al paso, a las que quiere y por cuyos derechos no dudaría en combatir. Sin embargo, aquí cada cual no entiende o no quiere entender, y así se acuñó la expresión “las mujeres trans son mujeres” para responder a la escritora.

Por si fuera poco, a la Rowling se le ocurrió incluso compartir algo tan simple como la opinión de que las mujeres trans no pueden cambiar su sexo biológico. Es de cajón de madera de pino que un hombre que hace la transición, aunque se le ponga vagina, en un análisis de ADN siempre se detectará el cromosoma XY, o eso creo yo. Y es que el sexo biológico corresponde con el que se nació, determinado por los cromosomas, los genitales, las hormonas y las gónadas, y es obvio que un tratamiento de cambio de sexo no anula ni muta todas estas condicionantes, así como que el sexo biológico nada tiene que ver, a fin de cuentas, con la identidad de género, que es otro palo.

Pero sobre lo que más ha incidido Rowling es en la idea absurda de que un hombre, con su barba, su alopecia y su pene (sin cirugía ni tratamiento hormonal), pueda decir que se siente mujer, se le conceda un certificado administrativo oficial y pueda entrar en un cuarto de baño o un vestuario reservado a las mujeres sin que nadie se lo pueda impedir, como Pedro por su casa.

Ay, J. K., ¿cómo se te ocurre?

Lo que se esconde detrás es el ansia del movimiento más recalcitrante y fundamentalista antifeminista (sí, he dicho bien, antifeminista), disfrazado de feminista, por hacer suya la corriente LGTBI simplemente para sumar adeptos a su lobby de presión social. Las mismas que se hacen llamar, con orgullo, feministas (cuando son feminazis), son las primeras que tachan a las mujeres trans como “hombres fetichistas” (solo hay que echar mano de Twitter). Empero, «el enemigo de mi enemigo es mi amigo y, luego, ya me desharé de él». Solo hay que tener ojos y oídos, y el miembro de la comunidad LGTBI que se crea que está siendo arropado por alguna línea feminista puede que no tarde en ver cómo la evolución progresista se queda en humo o da un giro orwelliano o atwoodiano.

Pero como hay tontos de sobra, en vez de analizar y sopesar las palabras de Rowling, es mucho mejor hacer el paripé y participar en otra quema de libros y de brujas. Y a estos les siguen varios (que no todos) de los actores, entonces niños, de la saga fílmica de Harry Potter, que se han puesto los primeros en la manifestación y en el juicio del Tribunal de la Santa Inquisición New Age, todo ello sin renunciar a un solo penique de los millones de euros que han amasado cada uno (y seguirán amasando), por derechos de imagen y reproducción cada vez que las películas salen en la televisión, se sacan nuevos productos de Wizarding World, etc., porque de su talento interpretativo no están viviendo, palabrita del Niño Jesús.

«Muerdo la mano que me da de comer, pero con delicadeza que, al final de cuentas, mis manifestaciones han sido al cuello de la camisa, y luego me como las salchichas que me echa con el rabo entre las piernas».

Al cuello de la camisa porque, ahora, nadie está molesto con Rowling...

La cosa entre el reparto se diluyó y hay quien ha sabido salir airoso, como Rupert Grint, quien considera a Rowling como una tía a la que quiere y respeta, aunque eso no suponga estar de acuerdo con todo lo que diga. Sí, señor. 

Sin embargo, lo que más simpático me resulta son las novedosas lecturas que se hacen de las historias que Rowling trasladó a sus libros, y que son un reflejo al otro lado del espejo de su propia experiencia vital. Solo hay que molestarse en profundizar (y si uno tiene tiempo), en ver los extras de las películas para sacar buenos apuntes biográficos de esta señora, que vivió una infancia triste, con una nula relación paterna (que da fruto al trauma de la pérdida de los padres de su joven protagonista); que fue pobre hasta el extremo (el primer libro de la serie Harry Potter lo escribió en una cafetería para ahorrarse la calefacción y esperaba pagar facturas con lo que le dieran de regalías), depresiva (los dementores nacen de este trastorno), obsesionada con la idea de la muerte (una constante en todos los libros), y víctima de violencia de género y maltrato en el hogar. Y todo ello lo trasladó sin olvidarse de aquello que percibía durante la época en la que comenzó a escribir y, en concreto, en la que la saga está ambientada (1991-1997). Rowling es una persona que hasta que no consiguió el éxito, era una verdadera desgraciada, algo que no pueden entender aquellos que la critican y se criaron entre algodones.

Tomando como guión los rebuscados motivos de novedosa crítica negativa de la obra de Rowling, una vez finiquitado el asunto de la supuesta transfobia, me gustaría expresarme de la siguiente manera:

Respecto a la extraña metáfora del SIDA, es cierto que Rowling quiso tratar el asunto a través del personaje de Remus Lupin, amigo de James Potter y Lily Evans, y, a la postre, el único profesor normal de defensa contra las artes oscuras que pasa por Hogwarts en aquellos años. La licantropía que sufre Lupin, con todo lo que viene aparejada en cuestión de salud y de repulsa social, es lo que veíamos del SIDA durante aquellos años. Hasta que Lady Di no le dio la mano en público a un enfermo de SIDA (año 1987), estas personas eran unas apestadas y no solo enfermas, algo que se mantuvo hasta bien entrada la década de 1990. Parece que a muchos se les ha olvidado el desprecio que se impregnaba a las sentencias de muchos sobre aquellos “maricones y drogadictos” que te podían transmitir su maldición incluso si te sentabas en el mismo inodoro. Hoy veo muchos chavalines que han descubierto a Freddy Mercury, pero a este hombre, que, por cierto, se murió por una complicación agravada por el SIDA, fue descalificado por muchos. No todo fueron florecitas y velas en el portal de su casa (y encima hoy Queen sería un grupo cancelado por haber tocado en el Brasil de los dictadores o la Sudáfrica del Apartheid, por ejemplo, aunque luego donara todo el dinero del bolo).

Ahora, treinta años después, gracias al avance de la medicina, el SIDA nos parece una anécdota, una enfermedad endémica y punto (aunque al Sur de Sáhara no lo sea). Pero no, amigos, es una desgracia para muchas personas y Rowling, a través de Lupin, un buen hombre, quiso dignificar a estas personas.

Con respecto a la extraña metáfora de la esclavitud de los elfos domésticos pasa también algo muy curioso. Para nada Rowling es proesclavista, sino que se limita a denunciar la existencia de esclavos en la actualidad, que están a nuestro alrededor, que sabemos que están ahí, que nos dan igual y que viven ocultos hasta que una redada policial acaba con parte de la red. También que hay personas que trabajan por un sueldo, pero que acaban en unas condiciones de semiesclavitud porque se les va privando día a día de derechos laborales. ¿Acaso no nos parece normal que haya negocios no esenciales abiertos hasta las diez de la noche? ¿Acaso no nos parece normal ir a hacer la compra al centro comercial un día que está señalado en rojo en el calendario? ¿Acaso no nos parece normal ver mensajeros sin sonrisa atravesando la ciudad a cualquier hora del día los siete días de la semana? ¿Acaso no sabemos qué se esconde tras las canjas llenas de basura que traemos del otro lado del mundo con la frase impresa "Made In PRC"? Yo aún me acuerdo de comer pan duro los domingos.

Y, lo peor de todo, es que a los que nos beneficiamos de este sistema nada nos importa y los mismos esclavos están tan anulados que llegan a olvidar que tienen derechos. Como dice le dice a Hermione Granger un personaje que no recuerdo y durante el desarrollo de «Harry Potter y el Cáliz de Fuego»: “son felices así”. Son felices así, en la ignorancia y la desidia.

Para terminar, quisiera hacerme eco de la más novedosa polémica en torno al supuesto antisemitismo encarnado en las figuras deformes y narigudas de los duendes que principalmente se ven dentro de los seguros muros del banco Gringotts. El afirmar aquí que Rowling se dejó llevar por la histeria antisemita y por los atributos que siempre se han colgado a los judíos es pueril y simplón.

Recuerdo bien que hice mi último curso de instituto, hasta poco antes llamado COU, y era tonto el que no se quisiera meterse a estudiar Económicas para trabajar en un banco porque ahí estaba la pasta y un futuro prometedor (diría que más del 85% de mi clase que superó la Selectividad se matriculó en dicha facultad). A mi hermana, que pocos años antes había terminado la carrera universitaria, un día se le puso, a ella y al resto de sus compañeros de aula, al banquero Mario Conde como ejemplo a seguir para la juventud española. Durante las décadas de 1990 y 2000, las instituciones financieras, siguiendo el sendero abierto por los tiburones de Wall Street, se alimentaron con hordas de licenciados tendentes a la psicopatía y al embuste para copar sus organismos de control. El dinero por el dinero; ¡más madera! Los clientes pasaron de seres humanos a cerditos de barro a reventar con el martillo, y si no había nada dentro, a otra cosa... De ahí nacen escándalos como las participaciones preferentes, los créditos SWAP, etc., etc. ¿Acaso Rowling no sería uno de tantos que fueron sacados de un banco cogidos del cuello, confundidos por pordioseros que se habían confundido de lugar donde echarse y cocerse?

Los duendes de Rowling no se despintan del común de los cuentos. Si destaca algo de ellos en los rowlianos es su tremendo apego por los galeones de oro. Son codiciosos y egoístas, ¿pero ese es un cariz propio de la leyenda negra del pueblo judío? Un antisemita te respondería que sí. Alguien como yo, que soy prosionismo, diría que es un atributo propio a toda la Humanidad, con independencia de narices. Quizá los escarbatos sean judíos adorables, ya puestos.

Esta es mi pica en Flandes a favor de la Rowling y las nuevas fuerzas del Mal, esas en las que aún se cree que se puede opinar distinto. 

He dicho.


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