A su cuñado, José Ruiz Apodaca, guardiamarina bajo sus órdenes a bordo del navío de línea San Juan Nepomuceno: «Escribe a tus padres que vas a entrar en un combate sangriento; despídete de ellos, pues mi suerte será la tuya, y antes de rendir mi navío, lo he de volar o echar a pique: éste es el deber del que sirve al Rey a su patria.»
A un amigo: «Si llegas a saber que mi navío ha sido hecho prisionero, di que he muerto.»
A su tripulación, ante el capellán: «Cumpla Vuecencia con su ministerio: absuelva a esos valientes que no saben lo que en la batalla les espera.»
A si tripulación tras la bendición del capellán: «Hijos míos, en nombre del Dios de los Ejércitos, prometo la bienaventuranza al que cumpla con sus deberes; el que a ellos falte será fusilado; y si escapa a mis miradas o a las de los valientes oficiales que tengo el honor de mandar, sus remordimientos le seguirán mientras arrastre el resto de sus días miserable y desgraciado.»
Refiriéndose al almirante Pierre Charles Silvestre de Villeneuve, comandante de la flota francoespañola en Trafalgar: «El general francés no conoce su obligación y nos compromete… ¡Qué funesta ha sido siempre para España la unión de sus escuadras con las francesas! ¿Recuerda Vuecencia lo que decía días pasados del cabo Sicié y del combate de Finisterre, en que fuimos abandonados?»
Churruca murió el 21 de octubre de 1805, en el transcurso de la batalla de Trafalgar y el navío a su mando, el San Juan Nepomuceno, fue capturado por el enemigo, sirviendo a la corona inglesa hasta su baja y desguace en 1816.
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