miércoles, noviembre 30, 2016

Brevísima reseña biográfica de Robert Fulton

Sin haber sido nuestra intención, se ha colado constantemente y por el medio — como una nota al margen o glosa, como una frase sin la cual no podríamos continuar—, el bueno del señor Robert Fulton. Le hemos llegado a nombrar hasta en dos de los últimos artículos publicados en este blog: por un lado, cuando hablamos de la curiosa y particular génesis de la idea de la navegación a vapor propugnada por el marqués de Jouffroy d’Abbans y, por otro, cuando escribimos la ficha de fauna marina correspondiente al molusco conocido por nautilo

No vamos a discutir si las casualidades existen o no, pero, como hacían los antiguos romanos, vamos a curarnos en salud, rezar a todos los dioses y escuchar las voces que nos llegan con insistencia y, de paso, poner a su disposición un poco de habilidad literaria y espacio virtual en la sección de Apuntes.

Robert Fulton nació el 14 de Noviembre de 1765 en Little Britain, Pensilvania (Colonias británicas norteamericanas, luego los Estados Unidos de América), fruto del matrimonio compuesto por dos emigrados irlandeses. 

De niño se inició como aprendiz de platero en Filadelfia, pero pronto desarrolló mayor interés por la pintura, tanta que emigró a Inglaterra para continuar estudios en Bellas Artes, mas fue al llegar al corazón de la Revolución industrial cuando encontró su verdadera vocación: la ingeniería civil, obteniendo la titulación correspondiente en 1795.

Aunque desarrolló cantidad de proyectos de canalización de aguas, que llegó a proponer a las autoridades francesas, es más recordado por sus ingenios navales que, primero, propuso al Directorio y, luego, al Gobierno consular. Su intención principal era la de obtener patrocinio para dos proyectos llamados a ser revolucionarios, pero que eran demasiado para las mentes de aquel momento: la bomba submarina llamada torpylla o torpedo y el barco submarino Nautilus*1.

A pesar de la demostrada funcionalidad de sus inventos, los comisionados galos recibieron los logros de Fulton con la misma calidez que mostraron cuando admiraron el barco a vapor de Jouffroy d’Abbans. Quizá inspirado por este marqués de funesto destino, Fulton, queriendo poner la Fortuna de su lado, revolvió los papeles y planos de un proyecto que le desveló durante 1793: un navío impulsado por la fuerza del vapor. El Monstruo o Locura de Fulton (según sus detractores) se construyó y probó en las aguas del río Sena, con éxito, el 9 de Agosto de 1803, pero el ambicioso ingeniero tan solo recibió por respuesta la fría y húmeda bofetada del rechazo institucional*2.

Totalmente desengañado, Fulton regresó a los EEUU en 1806, probando al año siguiente, en las aguas del río Hudson, el buque Clermont. Este primitivo navío, que desarrollaba una velocidad de dos nudos, realizó un viaje de demostración entre Nueva York y Albany, ante el regocijo de todos los curiosos.

Queriendo entregar a su país el secreto de sus conocimientos sobre la navegación a vapor, Fulton comenzó la construcción de una fragata para la Marina de guerra, la Demalogos*3, además de sentar las bases de las canalizaciones hidráulicas que se desarrollarían durante el s. XIX en los EEUU.

Robert Fulton falleció en 1815 a los cincuenta años de edad.

Lectura de 30 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 753 (Variable). Estratos
  • Termómetro: 11º
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martes, noviembre 29, 2016

Guardia de ensayo: reseña a «Antes que nadie», de Fernando Paz

Libroslibres. Madrid, 2012
246 págs.
ISBN 978-84-92654-99-4
Conjunto de historias que debían ser de conocimiento de todos y que Fernando Paz reúne en un libro cuyo subtítulo engarza a la perfección con el resultado final

Fernando Paz, profesor e historiador, firma una obra corta que luce un ostentoso subtítulo que reza de la siguiente manera: «Aventuras insólitas de unos españoles que quisieron ser demasiado», el cual, por desgracia, se puede aplicar, en su tramo final y en negativo, sin restarle una sola letra, al conjunto de historias de la Historia que se visten con las fastuosas tapas de una escena de caballería inmortalizada por los pinceles y el buen arte de Augusto Ferrer-Dalmau. Un libro que, por su génesis, no debería ni existir si aquellos que formamos la piara histórico-cultural, tantas veces informe como acomplejada, que se llama España tuviéramos, aunque fuera en cantidad irrisoria, algo de orgullo nacional al más puro, rancio y simple estilo inglés o, si no es menester hacer tal largo camino y cruzar las aguas para alcanzar la pérfida Albión, del que se encuentra al Norte de los Pirineos o al Sur del río Miño; historias que debían ser de conocimiento de todos y cada  uno de nosotros hasta la náusea o que, al menos, nos “sonaran”.

Pero el trabajo de Paz no es que sea erudito ni un producto que cumpla con las expectativas anunciadas a la hora de trasegar la introducción y prólogo. Digamos, antes de nada, que el cuadro de los Farnesios a la carga, aunque espectacular y con garra, es la miel dispuesta en la trampa por el cazador editorial, pues el libro es eminentemente naval y dedicado casi por completo a la era dorada de la navegación y los descubrimientos geográficos, pasándose por encima de aventuras hispanas quizá más alocadas, por mucho que haya algo de espacio para hazañas desconocidas en África o embajadas a cortes exóticas. 

Se aprecia un frustrante empeño por no entrar al detalle en acontecimiento alguno, más allá de anécdota, sin aportar nada a mayores a un conjunto de escasos y curiosos datos, cabos de los que el lector investigador puede tirar (al menos). Resulta que acaba siendo un exagerado trabajo de sinopsis.

Pero, sin duda alguna, lo peor que podemos encontrar en el libro son las profundas cicatrices en el texto, causadas por un cicatero cariño a la edición, pues las erratas son legión y las reiteraciones terminan siendo sombríos y constantes acompañantes. Un grito descarnado se arrastra como un alma en pena a lo largo de los capítulos, suplicando correcciones, sinónimos y otras perlas, que en nada me resultan desconocidas como autor que soy de ensayos históricos, sabiendo bien que emana de dos únicas razones, censurables o no según para quién: la más comprensible es la del cansancio y el estrés acumulados por el autor, a quien, probablemente, le han “encargado” en exclusiva la labor de corrección (con las penalizaciones y penalidades que esto supone) una vez aceptado el primer borrador; y la segunda, más grave y denunciable, es una desatención absoluta por parte de la editorial en cuanto a la corrección orto-tipográfica y de estilo, algo que parece ser parte del menú diario de ciertos sellos. Pruebas de todo lo que afirmo las podemos hallar con exasperante contumacia en el último capítulo, dedicado a la Contraarmada inglesa de 1589, con la intercalación de varios párrafos seguidos en los que se dice siempre lo mismo y que sirven como preámbulo acelerado, a traspiés, para alcanzar un punto y final que deja al lector pasando la página para ser atropellado por la extensa bibliografía.

Innegable y digna de aplauso y reverencia es la honorable intención del autor por rescatar hechos y hombres de entre el cieno del olvido en el que chapoteamos como gorrinos pusilánimes; para que oigamos los nombres de personajes que son más recordados y admirados en países distintos a aquellos en los que les vieron nacer, pero he de ser fiel a mis impresiones y el libro deja en ciertos aspectos bastante que desear, siendo una lectura incómoda por su estilo.

Lectura de 29 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 751 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 10º
  • Higrómetro: 51%

jueves, noviembre 24, 2016

«Crazy Little Thing Called Love», Queen



This thing called love I just can't handle it
this thing called love I must get round to it
I ain't ready
Crazy little thing called love
This (This Thing) called love
(Called Love)
It cries (Like a baby)
In a cradle all night
It swings (Woo Woo)
It jives (Woo Woo)
It shakes all over like a jelly fish,
I kinda like it
Crazy little thing called love

There goes my baby
She knows how to Rock n' roll
She drives me crazy
She gives me hot and cold fever
Then she leaves me in a cool cool sweat

I gotta be cool relax, get hip
Get on my track's
Take a back seat, hitch-hike
And take a long ride on my motor bike
Until I'm ready
Crazy little thing called love

I gotta be cool relax, get hip
Get on my track's
Take a back seat, hitch-hike
And take a long ride on my motor bike
Until I'm ready (Ready Freddie)
Crazy little thing called love

This thing called love I just can't handle it
this thing called love I must get round to it
I ain't ready
Crazy little thing called love

Lectura de 24 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 745 (Viento-lluvia). No para de llover
  • Termómetro: 10,5º
  • Higrómetro: 50%

24 de Noviembre de 2016



miércoles, noviembre 23, 2016

Ficha de fauna marina: Nautilo



Nautilus pompilius


Reino: Animalia
Filo: Mollusca
Clase: Cephalopoda
Subclase: Nautiloidea
Orden: Nautilida
Familia: Nautilidae
Género: Nautilus

El término griego nautilus (marinero) se ha incorporado a nuestro acervo popular gracias a Julio Verne y al aparato que concibió para que fuera capitaneado por uno de sus antihéroes por excelencia: el capitán Nemo. Todos, al escuchar dicha palabra, giramos el cuello de nuestros pensamientos hacia ese submarino, más si cabe gracias a la versión de Disney de los años 1950.

El nautilo, como animal cefalópodo y fósil viviente, cuya existencia ya se registraba y analizaba en el s. XVIII (descubierto por el sueco Carl Nilsson Linnaeus en 1758), inspiró a grandes mentes de la Ilustración científica, llegando una publicación como el Diario de Madrid a afirmar que este molusco guiaba, por su forma, no solo los avances en la navegación aerostática, sino que hasta en la de la vela. Quizá los editores de este Diario científico de la capital se pasaron unos pueblos, pero ahí quedó su reseña en 1793.

Se considera que Verne bautizó a la terrible y enigmática máquina de guerra de Nemo inspirándose en el animal al que vamos a dedicar este artículo; y para nada (o quizá sí) en homenaje al navío sumergible de nombre Nautilus diseñado por el norteamericano Robert Fulton quien, además de desarrollar la navegación a vapor, hizo otro tanto con la submarina en 1800, sufriendo el rechazo institucional como otros tantos pioneros llevados por el sueño de conquistar los abismos insondables del mar. O , ¿fue en honor al submarino Nautile, de los hermanos Coussin?

Bien parece que el nautilo contaba en su interior con el secreto que hoy día permite a los submarinos ser operativos y resulta curioso que, contando con auténticos ases técnicos de estos buques, como fueron Isaac Peral o Narciso Monturiol, ningún submarino de la Armada española recibiera tal denominación, salvo una corbeta escuela en el s. XIX y una corbeta de escolta ya en el XX. Mas éste no es el tema de esta disertación.

Verne describe a su Nautilus, por boca de los aterrados testigos, como un monstruo inimaginable que surgía de las profundidades con una sed de sangre humana insaciable. Una bestia escapada de entre las páginas de los Bestiarios de siglos anteriores, que emerge a la superficie en una época de avance sin parangón de las Ciencias, incluidas las naturales. Pero no estamos ante un “bicho” tan terrible.

Aunque parezca raro de creer, el nautilo es un molusco de la misma clase que el pulpo. Quizá lo más llamativo a este aspecto sea su concha en espiral (de entre 25 y 30 cms.), que le sirve de habitáculo, pero también —gracias a su forma interna, dividida en distintas cámaras mediante tabiques (septa), le permite llenar de lastre (agua) o de nitrógeno—, para descender o ascender, siendo un animal que controla a la perfección su flotabilidad, dirigiéndose a voluntad mediante un sistema de chorro de agua. Dichas cámaras se comunican con un tubo o sifón membranoso revestido de una capa muy delgada de nácar, llamado sifúnculo, siendo que la última de las mismas es la que ocupa el propio animal.

Su concha es ligera y amplia, simétrica y de color crema con bandas rojizas. Su interior es de nácar.

El hábitat que le es propicio se encuentra en aguas tropicales, a cierta profundidad (entre 300 y 400 metros), entre acantilados de corales, pues gusta de zonas con temperaturas bajas (unos 7ºC), abandonando dicha zona de confort por las noches para dedicarse activamente a alimentarse de moluscos y peces ya muertos. Se sirve de sus múltiples tentáculos sin ventosas (entre 60 y 90, si es macho o hembra) para agarrar sus presas inanimadas y de su pico de loro para triturarlas, pero es incapaz de defenderse como otros cefalópodos, pues carece de bolsa de tinta.

La cópula se realiza a través de un tentáculo del macho, fertilizando las huevas de la hembra, que eclosionan a los 9 meses.

Cuando la vida de un nautilo llega a su fin, el cuerpo se desprende de la concha y queda flotando, a merced de los carroñeros.

Se han descubierto y catalogado varias especies de nautilo, como son las siguientes:

Nautilus belauensis
Nautilus clarkanus (extinto)
Nautilus cookanum (extinto)
Nautilus macromphalus
Nautilus pompilius
Nautilus praepompilus (extinto)
Nautilus stenomphalus

Lectura de 23 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 746 (Viento-lluvia). Altocúmulos
  • Termómetro: 11º
  • Higrómetro: 50%

23 de Noviembre de 2016



martes, noviembre 22, 2016

Guardia de cómic: reseña «Bateadores», de Mitsuro Adachi

«Bateadores» es considerado como el mejor manga centrado en el béisbol de instituto japonés, aunque también es una historia dedicada a esa etapa anterior a la madurez

Guiado, más que por ninguna otra cosa, por mi reciente afición al béisbol, busqué en Internet un manga cuyo eje central fuera este deporte tan complejo (como desconocido en nuestro país, a pesar de contar con divisiones y hasta una selección nacional). En todas las webs que fui consultando destacaba esta obra de Mitsuro Adachi por encima de todas las demás (incluso de la otra firmada por este mismo autor y dedicada al mismo deporte: «H2»). Me dije entonces: ¿por qué no adentrarme en sus tomos sin remordimiento alguno?

«Bateadores» (torpe título en castellano para un manga que responde al nombre de «Touch» y cuyo protagonista es un lanzador) sigue al milímetro la regla marcada por Mitsuro en el prácticamente ciento por cien de sus historias protagonizadas por adolescentes, siendo un deporte en concreto sobre el que, supuestamente, gira la trama central. El mangaka se sirve de los clubes de instituto de los que aquí tuvimos un lejano y primerizo conocimiento gracias a Chicho Terremoto, para escribir y dibujar una historia de juventud y de amor blanca pero sin cursilería alguna, y que se resume (en plan sinopsis de contraportada) de la siguiente manera: Los hermanos gemelos Uesugi, Tatsuya y Kazuya, son como el agua y el aceite y esto bien lo sabe su vecina y amiga desde la infancia, Asakura Minami, una chica adorable y hasta (demasiado) perfecta. Mientras Katchan es el chico responsable, estudiante aplicado y excelente pitcher, Tatchan es un desastre, un perezoso redomado y aprovechado, un patito feo a conciencia, el “estúpido hermano mayor” que podría cambiar su vida si se molestara en esforzarse mínimamente por algo. 

Katchan, además, vive para cumplir el sueño de Minami, con quien las respectivas familias ya han planeado unir en matrimonio: llevarla al torneo nacional de clubes de institutos de secundaria que paraliza al país desde la década de 1920, al Koushien, consiguiendo un pase con el equipo del Meisei. 

Los hombros de Katchan no se resienten por cargar con el peso de los sueños de Minami, aunque el joven se dará perfecta cuenta de que comienza a disputarse el amor de Minami con su hermano gemelo, quien, al parecer, no tiene otra aspiración que espiar a sus compañeras de clase mientras se cambian de ropa, con la ayuda de unos prismáticos. Esta floreciente lucha entre hermanos abocará a Tatchan, por amor propio, a ingresar en el club de boxeo, a pesar de que es un lanzador excelente, sin saber qué le espera cuando Katchan fallezca a consecuencia de las heridas sufridas al ser atropellado por un camión, justo el día en el que iba a disputar un partido crucial.

A partir de entonces llegar al Koushien no será únicamente el sueño de Minami.

La lectura del manga es muy agradable y me gustó desde el primer instante, gracias a la capacidad del autor de plasmar silencios y a esos detalles del cielo, las calles o la vida del instituto Meisei encuadrados en viñetas (aunque aquellos dedicados a los ojillos más rasgados y pícaros llegan a sobrar). Está muy bien trazado y dibujado, sobre todo cuando nos sumergimos en la tensión de los partidos de béisbol, entre los que destaca, por si lo dudaba alguien, el enfrentamiento con la Escuela Técnica Sumi del as Nitta Akio. Mitsuro está provisto de una gran sensibilidad para transmitir los sentimientos y las emociones que embargan a los protagonistas, no llegando jamás a derramar gotas de más y sabiendo donde introducir notas de humor gracias a los divertidísimos secundarios, tales como  Harada, Yuka o Nishimura; aún así, se aprecian ciertos elementos que no han quedado muy bien en el desarrollo narrativo, pues la pronta muerte de Kazuya, más que un recurso dramático, acaba siendo prueba de que el autor se veía incapaz de profundizar en el triángulo amoroso que comenzaba a gestarse entre los dos hermanos Uesugi y la adorable Minami, no quedándole otra opción que eliminar a uno de ellos, dejando vivo al personaje más interesante. Para rematar, el drama de la muerte de Katchan solo gana peso durante los últimos tomos de la colección, y eso que fallece en el capítulo 66, casi al comienzo. Resulta incluso incomprensible cómo Tatchan afronta esta pérdida asumiendo un papel cómico que va más allá del que le corresponde, como cuando se le ocurre burlarse de Koutarou, el receptor de Katchan, de una forma demasiado cruel.

Otro aspecto negativo es la noción de ciertos personajes de saberse actores en un manga, sobre todo Tatsuya, y los innecesarios cameos del autor entre sus viñetas, que poco o nada aportan. Son chistes sin fundamento y que no ayudan en nada, pues Mitsuro ya ha dotado de suficiente humor al texto gracias a la perra Punch o a Harada, ese gigantesco y taciturno Pepito Grillo, además de con las caídas de Nishimura.

Tampoco es comprensible la irrupción en la trama de la idol star Sotomo, de camino al Koushien o que todos los personajes, a pesar de haber transcurrido cerca de cuatro años entre el primer y el último tomo, apenas cambien físicamente, y otros, como Nitta, se vean mayores para, luego, rejuvenecer e, incluso, parecerse a Kazuya.

Mismo problema, al igual que sucede con el triángulo amoroso, se observa con el personaje de Yoshida, quien entra en escena como un acérrimo seguidor de Tatchan y termina obsesionado con ganarle el puesto de as del Meisei. Para cuando se va a disputar la prueba entre ambos jugadores, Yoshida ha de ausentarse del Japón, así, de repente. ¡Zas!. Pero la cosa no termina aquí, pues Yoshida regresará a los pocos meses y se encuadrará en un equipo de béisbol de instituto bastante mediocre que ha sorteado con fortuna los primeros lances en el camino hasta el boleto de acceso al Koushien, gracias a los lanzamientos de su as. Yoshida, en sí mismo, es un ejemplo de arrogancia y de hasta cierta vileza a la hora de querer ser algo que no se es; sin embargo, el autor se libra con cierta crueldad de un personaje que guarda cierto parecido con Nitta Yuka.

El personaje del odioso y violento entrenador sustituto del Meisei, aunque desarrollado, se ve alterado por el maltrato injustificado y las humillaciones que dispensa a placer, siendo que solo se porta como un entrenador de verdad cuando ve que esos pobres chavales, que nada malo le han hecho, están a punto de llevar a su instituto, por primera vez en su historia, al torneo del Koushien. Son interesantes las luchas dialécticas que protagoniza con Tatchan en el banquillo, demostrando la madurez y responsabilidad del mayor de los Uesugi, así como su brusquedad en contraste con la conmiseración de Tatchan y Minami hacia su enfermedad. Pero le falta algo al personaje.

La historia que termina templándose es dulce, de las que sabes a la perfección que culminarán con una sonrisa, pero a mí me pilló desprevenido, fuera de juego, pensando que aún me quedaba un tomo más y resultaba que estaba leyendo el último de la serie. Esperaba ver a Tatchan y al Meisei en el Koushien, pero los capítulos se sucedían y yo no me daba ni cuenta, a pesar del tono de despedida (dirigidos al lector) que se advertía en los diálogos referentes a la historia entre Tatchan y Minami. Me atropelló su final, cuando el verano queda rápidamente atrás y el otoño deshoja los árboles.

Los tomos no me han dejado satisfecho por la simple razón de que me he encariñado deestos personajes, dándome ahora perfecta cuenta de la elegancia con la que Mitsuro cierra una serie creada y cerrada hace treinta años.

Lectura de 22 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 744 (Viento-lluvia). Despejado
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 50%

lunes, noviembre 21, 2016

Traducción de la obra «Old-World Japan», de Frank Rinder

«Old-World Japan» es un título que, como suele verificarse con la mayoría de las cosas maravillosas que nos pueden suceder a lo largo de nuestra existencia, encontré por mera casualidad, sin pretenderlo siquiera. Un tropiezo fortuito al girar una esquina sin nombre a lo largo de un trayecto harto olvidado.

Enseguida me sentí prendado por su sencillez y belleza, por una obra publicada en 1895 con la que su autor pretendió reunir un modesto listado de relatos mitológicos y tradicionales que retratara a uno de los pueblos más extraños y únicos del planeta, aislado del exterior durante siglos. Por ello, emprendí la costosa aventura de traducir a Rinder al castellano. Algún oni debió nublar mi siempre escaso juicio y me lancé, como suelo hacerlo en demasiadas ocasiones, a cumplir la tarea impuesta con ardor, tratando de desentrañar cada palabra y llevarla a nuestro grato idioma de la mejor manera posible, incluso aportando notas al pie de página que pudieran aclarar diversos puntos oscuros al lector más bisoño.

Tras el paso de los años, en los que aquel trabajo quedó oculto entre los bits de la memoria del ordenador, decidí hace unas pocas semanas rescatarlo y llevarlo a la luz; repasarlo, corregirlo y, por medio de CREATESPACE, publicarlo y ofrecéroslo como curiosidad, como la primera y única (por ahora) traducción de este libro que he tenido a bien titular «El Japón del mundo antiguo», editada tanto en formato papel.

Los relatos que nos introducen en «Old-World Japan» desgranan la concepción shintoísta del origen del mundo y de los humanos, con la intervención divina de Izanami e Izanagi, a los que siguen el nacimiento de sus hijos llamados a reinar los cielos y las profundidades de la Tierra, así como de los dioses que harán la guerra contra los demonios. El resto de relatos o cuentos tienen como eje central la interacción entre humanos y dioses, y diversos aspectos culturales locales relacionados principalmente con la adoración a la Naturaleza.

Como en cualquier otro libro de idéntico espíritu, Rinder traslada al papel lo que la gente le cuenta de palabra y lo completa con notas extraídas obras firmadas por eruditos occidentales empeñados en desenterrar cada mota de polvo del Pasado del Japón, para ofrecérselo a sus compatriotas y a todo aquel que tenga un mínimo de curiosidad por un Imperio parcialmente anclado en el Medievo y que formaría una de las cabezas del terrible ser bicéfalo conocido como “El Peligro Amarillo”.

«El Japón del mundo antiguo» es una traducción que guarda intacta toda la belleza del original y que lo mismo agradará a los que, ocasionalmente o no, se asoman a las ventanas abiertas que dan a las lejanas tierras del Imperio del Sol Naciente e, incluso, a los que gusten de las fábulas y de leérselas a sus hijos.

Podéis adquirir este libro en el siguiente enlace: http://amzn.eu/iQtQUvB

Lectura de 21 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 739,5(Viento-lluvia). Lloviendo
  • Termómetro: 14º
  • Higrómetro: 50%

miércoles, noviembre 16, 2016

martes, noviembre 15, 2016

Guardia de cine: reseña a «Casablanca»

Título original: Casablanca. 1942. EEUU. Blanco y negro. Dirección a cargo de Michael Curtiz. Guión a cargo de Julius J. Epstein, Philip G. Epstein, Howard Koch y Casey Robinson, basado en la obra teatral Everybody comes to Rick’s, de Murray Barnett y Joan Alison. Elenco: Humphrey Borgat, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt

Una película de amor y suspense que apuntala el movimiento propagandístico antinazi y gaullista, recordándonos que debemos luchar por aquello que amamos, por muy alto o desagradable que pueda resultarnos el precio a pagar

Buena parte de la culpa de que las películas que entran en el saco de las “de culto” no sean conocidas ni reconocidas por la mayoría del público la tiene esa insana idea de que son plato tan solo del gusto de bocas desdentadas de las viejas (o no tanto) glorias de la crítica cinematográfica, investidas con los atributos de su poder por medio de enormes gafas de pasta, arregladas perillas y bigotes por entre las que se descuelgan enfermizos y nasales hilillos de voz. 

Y Casablanca es una de estas víctimas.

Es un título que deja ciego a quien se atreva a consultar las páginas polvorientas de cualquier enciclopedia dedicada al cine, así como las bases de datos de Internet que se dedican a destripar, una a una, todas las películas que pueda, cuantas más mejor; incluso es posible encontrarnos con su cartel enmarcado y colgado de una de las paredes del despacho del profesor más pedante al que nos podamos haber enfrentado durante nuestra etapa universitaria (esto último lo extraigo de mi propia experiencia personal). Es como si emitiera una perniciosa radiación.

Casablanca destaca en boca de todos como la joya imperfecta a la que nadie quiere renunciar; un filme con el que nos contentábamos con visionar una y otra vez las trilladas escenas de “tócala, Sam”, “siempre nos quedará París” y “presiento que éste es el inicio de una hermosa amistad”, todas ellas encerradas entre los estrechos y pesados márgenes del blanco y negro.

La idea nació en la Costa Azul, en un Café, escuchando a un pianista que interpretaba la canción «As Time Goes By», pieza compuesta por Herman Hupfeld para un musical de escaso éxito y recorrido de la década de 1930 (que a poco no llega a escucharse en la película por culpa del codicioso Max Steiner, quien quería sustituirla por una composición propia y forrarse con los pertinentes royalties). En aquel Café se encontraba al menos Murray Burnett quien, junto a Joan Alison, escribiría el libreto de Everybody comes to Rick’s, una obra de teatro musicalizada que pasó apática por los despachos de los productores de Broadway y, luego, por los de Hollywood . El día que cayó el guión en la Warner, Irene Lee, lectora de guiones a sueldo de la productora, escogió de entre todo lo que se le ofrecía el firmado por Burnett y Alison y le encantó tanto el argumento que convenció al productor Hal B. Wallis para que se hiciera con los derechos cinematográficos de la obra. Wallis supo observar las notas de exotismo escondidas en el libreto que podrían llevarle a financiar una película que le encantaría al público; eso sí, primero habría que cambiarle ese horroroso título.

El proyecto de Casablanca fue entregado a los hermanos y guionistas Julius y Philip Epstein, quienes empezaron a perfilar las escenas, dotándolas de cinismo y humor, mientras se buscaba los actores del reparto, cosa que no resultó nada sencilla. Pero, de pronto, los Epstein fueron reclamados por Frank Capra para escribir varios de sus documentales patrióticos y el guión cayó en las manos de Howard Koch, que encaminó sus diálogos hacia una mayor moralidad acorde con los tiempos de guerra que se vivían; mas hubo un cuarto guionista en discordia, Casey Robinson, que aportó su granito de arena en cuanto a las escenas más dotadas de sentimentalismo.

El guión se iba entregando casi en fascículos a los actores, aún con la tinta fresca y a pocos minutos de iniciarse los ensayos. Ingrid Bergman declaró en una entrevista que aquella forma de trabajar era una locura, pues ni siquiera sabía qué escena seguiría a la anterior, ni qué aportar a su personaje, pues estaba inacabado. Por no saberse, no se supo hasta el último momento si Ilsa se iría con su marido, el idealista Víctor, o se quedaría en tierra junto al cínico Rick.

Tampoco es que el ambiente durante el rodaje fuera muy apacible, pues el director, Michael Curtiz, era un vendaval cada vez que se ponía detrás de la cámara o discutía con sus asistentes.

Pero si Casablanca tiene algo de sentido y lógica en mitad del desconcierto total que se vivía en el set, es gracias al montaje final a cargo de Owen Marks. Gracias a este hombre disfrutamos de una historia de amor y expiación, de un triángulo de sentimientos y corazones rotos en las calles y locales de una ciudad marroquí, último lugar de acogimiento para cientos de refugiados políticos (Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt y Peter Lorre lo eran en realidad) que huían a la desesperada de la guerra, sintiendo en la nuca el aliento pútrido de la esvástica nazi, y que acumulaban dinero, a la para que desesperanza, pretendiendo obtener un visado que les permitiera subir a bordo del avión que hacía la ruta Casablanca-Lisboa y, desde la capital lusa, poder dar el salto a América. 

Gracias al buen hacer de Marks, sabremos por fin la razón de ser de la nostálgica canción que se repite una y otra vez, del mosqueo de Humphrey Bogart, cuando Sam la interpreta, y del rostro sorprendido de Ilsa (Ingrid Bergman); todo encajará con asombrosa suavidad entre las luces y las sombras donde acecha el peligro y nadie parece ser lo que realmente es.

Es una historia que recibe su fuerza vital de sus diálogos chispeantes, sin que por ello mermen la carga moral y sentimental; están ajustados y son de buen talle para todos y cada uno de los personajes; una calidad en la facturación de la que tanto adolece el cine y televisión actuales, que confunden este buen hacer con esculpir papeles tontos que solo dicen tonterías.

Aunque el final no sea feliz deja buen sabor de boca gracias a sus personajes y sus interacciones: desde el cínico y despreocupado Rick o el corrupto y desvergonzado prefecto de policía Renault hasta el último de los nombres en el elenco de personajes en los que luce el refinamiento y las buenas maneras adornadas con la mayor ferocidad dialéctica posible entre amigos y enemigos mortales. Humphrey Bogart interpreta un personaje ajustado por un sastre a su figura y porte físico y profesional: seco, egoísta y distante, es un hombre que nunca tiembla hasta que la única mujer que amó realmente se vuelve a cruzar en su camino hacia ninguna parte; Ingrid Bergman es la mujer desestabilizadora que no solo aporta una belleza nórdica y serena, tan deseada en aquel Hollywood en blanco y negro, sino el impulso a un tren cargado de sentimientos que brotan con cada sonrisa y cada lágrima…

Casablanca, para dar punto final a este crítica, comenzó a rodarse a los pocos meses de entrar los EEUU en la segunda guerra mundial, aunque la nación llevaba desde 1939 participando de forma soterrada en la misma por medio de bloqueos políticos y económicos, apoyando al Reino Unido; por lo que la pátina moral de guerra de Howard Koch no desentona con el aspecto general de Hollywood y resulta obvio que es una especie de respuesta cultural a la caída de París y Francia entera. Nada es casualidad en la cinta a este respecto, por lo que se hace hincapié en la lucha antifascista y se apoya sin ambages a la Francia Libre de De Gaulle con la escena de «La Marsellesa» en Rick’s (que sería plagiada en el capítulo navideño de la serie regular “V”). Una película de amor y suspense,  que apuntala el movimiento propagandístico antinazi y gaullista con París como objetivo final: recuperar la ciudad de la luz y la libertad, luchar por aquello que amamos, por muy desagradable que pueda resultarnos el sacrificio.

Lectura de 15 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758 (Variable). Estelas de vapor
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 49,5%

lunes, noviembre 14, 2016

La superluna del 14 de Noviembre de 2016


Vivimos en un mundo muy complejo, pero los humanos tendemos a dar las cosas por hechas. Los eventos cósmicos ya no nos interesan tanto como antaño, quizá por la dichosa contaminación lumínica que diluye nuestro ánimo por observar los cielos, esos que escrutaban enfermizamente aquellos hombres y mujeres que se recluían en las cuevas y hablaban con los dioses.

Hoy acontecerá la llamada superluna. Nuestro satélite natural se mostrará más grande y brillante que de costumbre, pero esta noche se posicionará en un punto con respecto a la Tierra que no había alcanzado, en su baile eterno y elíptico alrededor de nuestra perla azul, desde el 25 de Enero de 1948. Describiendo su órbita en torno a nosotros, alcanzará hoy el punto de perigeo, que es el de mayor cercanía con respecto a la Tierra, es decir, que se encontrará a unos ridículos 356.567 km. de distancia de nuestros ojos, lo que supondrá que la contemplaremos un 14% más grande y un 30% más brillante de lo habitual.

Durante dos horas, siendo que su máxima intensidad será hacia medianoche, la Luna estará a 147.985.477 km. del Sol, es decir, su punto de máximo acercamiento a la estrella de nuestro sistema, lo cual hace único este fenómeno cósmico.

La siguiente superluna de estas características no la podremos contemplar hasta llegado el año 2034.

Lectura de 14 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 758 (Variable). Cirros
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 49,5%

jueves, noviembre 10, 2016

«Money For Nothing», Dire Straits



Now look at them yo-yo's that's the way you do it
You play the guitar on the MTV
That ain't workin' that's the way you do it
Money for nothin' and chicks for free
Now that ain't workin' that's the way you do it
Lemme tell ya them guys ain't dumb
Maybe get a blister on your little finger
Maybe get a blister on your thumb

We gotta install microwave ovens
Custom kitchen deliveries
We gotta move these refrigerators
We gotta move these colour TV's

See the little faggot with the earring and the makeup
Yeah buddy that's his own hair
That little faggot got his own jet airplane
That little faggot he's a millionaire

We gotta install microwave ovens
Custom kitchens deliveries
We gotta move these refrigerators
We gotta move these colour TV's

I shoulda learned to play the guitar
I shoulda learned to play them drums
Look at that mama, she got it stickin' in the camera
Man we could have some fun
And he's up there, what's that? Hawaiian noises?
Bangin' on the bongoes like a chimpanzee
That ain't workin' that's the way you do it
Get your money for nothin' get your chicks for free

We gotta install microwave ovens
Custom kitchen deliveries
We gotta move these refrigerators
We gotta move these colour TV's, Lord

Now that ain't workin' that's the way you do it
You play the guitar on the MTV
That ain't workin' that's the way you do it
Money for nothin' and your chicks for free
Money for nothin' and chicks for free

Lectura de 10 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 757 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 48%

miércoles, noviembre 09, 2016

Entrevista a Francisco Narla


Hoy se ha subido a la web Historia Rei Militaris la última entrevista que le he realizado al autor lucense Francisco Narla, con motivo de la publicación de su última novela, «Donde aúllan las colinas», una pequeña obra en la que nos adentramos en una Naturaleza indómita y vengativa en el s. I a. de C.


Lectura de 9 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756,5 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 13,5º
  • Higrómetro: 46%

martes, noviembre 08, 2016

Guardia de Literatura: reseña a «Joyland», de Stephen King

Stephen King tira de nostalgia y de juventud perdida a través de un muchacho de 21 años, de corazón roto, que se enfrenta a lo inexplicable y a un despertar a la madurez

El Maestro de Bangor presta su arte narrativo a un Devin Jones entrado en la sesentena, para que rescate del fondo de su memoria vital, tirando de la cadena nostálgica del ancla, su año 1973; aquel en el que su novia lo abandonó por otro tipo más alto, rico y guapo, conduciéndole a tomarse muy en serio en tomar la vía rápida y suicidarse; pero también aquel en el que pudo acabar asesinado a manos de un serial killer. Aquel mismo año en el que descubre el mundo de las ferias en el parque Joyland, en Carolina del Norte; en el que conoce a dos magníficos amigos, de esos que aguantan a tu lado toda una vida, así como a un chico muy especial y logra perder la virginidad con la madre de este último.

Devin contaba con 21 años y una vida que no sabía aún como encarrilar.

La novela, según la presenta la editorial, gira o se ambienta en un parque de atracciones con fantasma incluido, el de Laura Gray, que fue asesinada en una instalación de las llamadas oscuras; sin embargo, pronto daremos cuenta de que el fenómeno paranormal es residual en una historia que, por la simple razón de haberse salido de padre y de las marcas mínimas de extensión y número de palabras, ha terminado siendo una novela y no un relato de larga duración que habría tenido todas las papeletas para acabar cerrando filas en un recopilatorio en plan «Corazones en la Atlántida»

Resulta improbable que cualquiera que se considere aficionado a las obras de Stephen King no distinga en la narración elementos familiares o de la casa, incluso robados a otras historias anteriores en el tiempo; así, por nuestro paladar se arrastrará cierto regusto a «El resplandor», «El cazador de sueños», «La zona muerta», «Cementerio de animales» y otras muchas obras, mayores y menores, firmadas por este prolífico autor, quien tan solo tenía en mente, con «Joyland», escribir una historia de descubrimiento vital, recuperar un retal de memoria de un hombre entrado en años que quiere compartir con quien quiera el mejor y peor año que le tocó vivir; siendo, por ello, que no encontraremos el viejo y acostumbrado thriller, sino la historia personal de ese chico que se va a trabajar a un parque de atracciones al borde del colapso financiero; una historia detrás de las luces, colores y tinglados en los que la música está a todo volumen, de trastiendas donde los coniles no asoman la nariz: de un lugar sobre la Tierra en la que se vende diversión.

Devin relata su historia en dos partes bien diferenciadas en el texto: verano y otoño. La primera parte, alrededor del 65% del libro, sirve para adentrarnos en Joyland como novatos (trabajadores de temporada que nunca más volverán) que tienen que aprender de todo y deprisa a cambio de un salario ridículo que les servirá para pagar sus estudios universitarios. Entre casetas de feria, manchas de grasa y jerga de feriantes, Devin aprovechará para tratar de curar las heridas abiertas, provocadas por su nada discreta y sensible exnovia, e irá poniendo oídos a los que le susurran los secretos del parque, entre los que sobresale con luz propia el asesinato perpetrado en la Casa Embrujada y el fantasma de la chica muerta, que se suele aparecer a los novatos. Devin llega a ansiar encontrarse con el espectro y hasta le tiene envidia a su amigo Tom, que la vio un día que libraron del trabajo y que lo pasaron en Joyland como simples paletos.

El único momento en el que alcanzaremos a sentir (si se siente (yo sí)) un escalofrío recorrer el espinazo será al escuchar a Rozzie Gold-Madame Fortuna advirtiendo a Devin acerca de la Casa Embrujada y dos niños a los que conocerá, además de que, como era de esperar en toda pitonisa de feria, se cierne un peligro sobre su vida.

Entre experiencias laborales de todo tipo y cotilleos, el verano se nos pasa sudando a chorro.

Cuando las primeras hojas de los árboles comienzan a alfombrar el parking de Joyland y Devin consigue que se le amplíe el contrato de trabajo (por el capricho de poder encontrarse con el fantasma de Laura Gray), es cuando conocemos a las otras dos personas que se nombran muy de pasada durante las primeras ciento y pico páginas: Annie y Mike Ross, madre e hijo, quienes viven en una de las casas de ricos junto a la playa y en los que confluyen el elemento paranormal y la salvación de Devin cuando se alcance el clímax final, al desenmascararse la identidad del asesino en serie que hizo su última parada criminal en el tren de la Casa Embrujada de Joyland.

Mike resulta ser un chico afectado por una grave enfermedad que lo condena a una vida muy corta, pero que resulta estar en posesión de un don que comparte con el fanático religioso y charlatán de su abuelo. A pesar de su importancia y de lo bien que cae el chaval, al igual que Devin (nuestro John Smith («La zona muerta») de esta historia), vemos que su intervención en el texto como elemento paranormal es forzado. Incluso Annie, su madre, esa dama de hielo que, con dificultad, acaba derritiéndose ante Devin, regalándole otro despertar con el que olvidar al hombre que era antes de ese verano de 1973, no resulta estar presentada de una forma muy correcta. Para cuando se nos sirve a estos dos personajes, el plato está frío. Habría sido mejor idea la inclusión activa de este par de personajes sin tener que esperar al otoño.

Respecto al hard crime case de Joyland, King juega a marearnos la perdiz con la identidad del autor del crimen, aunque en ningún momento llega a explicar con un mínimo de fundamento porqué debemos dirigir nuestras pesquisas hacia los trabajadores del parque de atracciones. Juega con deducciones simplistas que, al final, nos llevan a detener nuestro avance detectivesco y a acusar con el dedo al personaje que menos era de esperar a priori, pues no nos hemos percatado, por culpa de la bondad y falta de malicia (además de ciertos prejuicios) de un chico de 21 años, natural de Maine, de que el asesino cuenta con la ventaja de tener cara y mascara. Sin duda alguna, el autor debe recelar de las personas que siempre están sonriendo y que se muestran demasiado amigables, sin que hubiera nada más negro en ellos que la sombra que proyectan un radiante 4 de Julio.

La resolución del libro no resulta muy trabajada, aunque lo está mucho más que otros títulos de King. No es un apelotonamiento de sucesos en un embudo conectado directamente a nuestras gargantas y mentes que termina por atragantarnos; pero es lineal y falto de originalidad, con la inclusión sin necesidad de elementos mediúmicos para salvar al héroe.

Aún así, la última escena cierra bien el ciclo narrativo por su emotividad y dramatismo, sin resultar pegajoso; es sincera, como toda la historia de Devin Jones.

Lectura de 8 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Cúmulos
  • Termómetro: 13º
  • Higrómetro: 46%

miércoles, noviembre 02, 2016

El curioso génesis de la navegación a vapor

Resulta harto complejo el introducirse en la mente de un hombre condenado y encerrado entre las graníticas paredes de una celda, aspirando vaharadas de humedad y desasosiego; tanto como el formarse una superficial idea de cómo piensa destrabar el cerrojo de la pesada puerta que es el primer obstáculo que se interpone entre él y la ansiada libertad de la que ha sido privado; burlar a los carceleros, siempre acechantes como depredadores, y poner millas de distancia con respecto a la mansión de los malditos. Pero con el caso de un tal Claude-François-Dorothée, marqués de Jouffroy d’Abbans, vamos a hacer un pequeño esfuerzo imaginativo, espiarle por entre los barrotes de la puerta y observarle en su creciente decrepitud. Quizá no se haya dedicado aún a contar las piedras que le rodean, probablemente no tenga la oportunidad; mucho menos a ponerles nombre y a hacerse amigo de algún ratoncillo avispado y dócil con el que plantar cara a la soledad; tampoco a conocer a un viejo ábate con el que asociarse en una evasión fantástica y disfrutar de unas riquezas que se escapan de lo meramente concebible. Claude no es Edmond Dantés, ni llegará a saber quién es, pues fallecería una década antes de que Alejandro Dumas publicara una de sus obras cumbre, aunque comparte con el personaje de ficción algo muy especial: acabar con los huesos entre rejas, en un insalubre chateau rodeado por las aguas del mar, en la isla de Santa Margarita (La Provenza) por culpa de una traición, por ambicionar la misma mujer que su enemigo, oculto y más poderoso. Claude no es que haya violado el Décimo Mandamiento de las tablas de Moisés, según la Iglesia Católica; simplemente se ha enamorado de la misma dama en la que Carlos Felipe de Borbón, para más señas, conde d’Artois, hermano de Luis XVI y futuro Carlos X de Francia, había puesto sus ojos, corazón y lo que conviniera. Por si fuera poco, d’Artois era el jefe del regimiento Borbón, donde prestaba el real servicio de las armas nuestro héroe.

Por todo esto y más, según las crónicas que hemos consultado y que no son coetáneas y beben en demasía del espíritu romántico decimonónico (pues Claude tampoco es que se viera envuelto por las frías sombras de una celda, con un ventanuco al que asomarse, tras los barrotes, al mar; un rectángulo por el que se cuela con timidez el sol y algo de calor, por donde se escurren los gritos de las gaviotas; un cuadro vivo desde el que observar el transcurrir de la vida misma).

El marqués de Jouffroy d'Abbans disfrutaba de una condición nobiliar y no villana. Su situación era bien diferente.

Claude puso en funcionamiento su mente ilustrada para poner coto al tedio y hacer frente a la tortura del tiempo transformado en obstinada tortuga, caminando con tiento desesperante por el suelo de la celda, convertido en el manifiesto del reloj de sol de cientos de horas al día, siempre que hiciera buena meteorología. Y pronto reparó en las galeras reales que hendían sus brazos de madera en las procelosas aguas; observaba su avance, imaginaba el esfuerzo y la contracción en los rostros de los galeotes, y se hizo la luz en su cabeza. Claude vivía los asombrosos años de la Ilustración, del nacimiento de nuevas máquinas e ideas y de la continuidad de los estudios científicos, olvidados durante largos siglos de imperio de la necedad, la superstición y la mera supervivencia entre la podredumbre, a merced del miedo. Claude es uno de esos hombres de Letras y Ciencias y, en su celda de Santa Margarita, comienza a trazar las líneas de un concepto revolucionario y que fue tomando forma gracias a los estudios y hallazgos de Denis Papin (1647-1712) y los hermanos Jacques-Constantin y Charles Augustus Perier (creadores de la bomba de fuego Chaillot); y mientras lo hacía, vivía ajeno a cómo cambiaría su trabajo el mundo y esperaba su pronta liberación, pues Claude no era ningún Edmond Dantés.


Una vez liberado y retornado a la Corte, Claude desarrolló un primer navío de trece metros impulsado por vapor llamado Palmipède. La máquina da impulso a unas aletas equipadas con aspas giratorias y se lo vio navegar en 1776 por el río Doubs, un afluente del Saona, tributario del Ródano.

Ya en 1783 Claude creó el Le Pyroscaphe, de 46 metros de eslora, cuyo diseño, más allá del empleo de una máquina de vapor, debe bastante al navío de guerra tardoromano impulsado por fuerza animal conservado en textos medievales. El Pyroscaphe navegó con éxito por el Saona el 15 de Julio de ese mismo año, demostrando su versatilidad y utilidad, pero la Academia de Ciencias de Francia prohibió el uso del invento del marqués de Jouffroy d’Abbans y Jacques-Constantin Perier, un poco envidioso, recibió gustoso el encargo del ortodoxo Organismo de inspeccionar a fondo los planos y el modelo. Sin embargo, todo intento por salvar el proyecto o hundirlo en el fango burocrático o de salón quedó en el olvido con el estallido de la Revolución en 1789.

Jouffroy d’Abbans, quien murió en la indigencia y por culpa del cólera en 1832, por recibió reconocimiento alguno en vida. Ocho años después, las instituciones galas dieron el suficiente mérito a sus esfuerzos; pero ya nada se podía hacer, pues en 1803 Robert Fulton asombró al mundo con su barco de vapor.

Lectura de 2 de Noviembre de 2016 a las 1200 horas



  • Barómetro: 756 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 18º
  • Higrómetro: 48%