Título original: «Zootopia». 2016. Animación, acción. 108 min. EEUU. Director: Byron Howard, Rich Moore, Jared Bush. Guión: Byron Howard, Rich Moore, Jared Bush,Jim Reardon, Josie Trinidad, Phil Johnston, Jennifer Lee
«Zootrópolis» maneja tramas con las que los niños han de ir tomando ligero contacto, pero que entretienen, ahondando más allá de la superficie, a los más adultos. Encontramos gags con los que los guionistas de ríen de los propios clásicos de Disney, además de otros referidos a temas tan angulosos como son el sexismo, el bullying, el racismo, el mobbing laboral, la corrupción política o la manipulación de la sociedad, a lo que ha de sumarse una crítica nada soterrada al sistema burocrático
Mi bienintencionada y paternal recomendación (que no parece venir a cuento para la presente reseña, pero dadme cancha) para todos aquellos que tengáis un mínimo conocimiento en Informática e Internet es que os lo calléis; que guardéis tal secreto con el celo propio de un avaro dragón, pero, ¿para qué sirve mi consejo si muchos ya habréis sufrido en vuestras magras o rechonchas carnes las desagradables consecuencias de sucumbir al pecado de la presuntuosidad propia, de alardear ante amigos y desconocidos o de no importarnos ser un pardillo bonachón y manipulable al que plantar y regar durante horas frente a un monitor “atascado”? Si sois de estos, entonces os resultará familiar hasta la náusea ese interesado ruego que acaricia el pabellón auditivo para que descarguéis (sí, parche al ojo, pata de pato y pinta de malo, aunque ya no me preste a ello), tal o cual producto reducido a millares de bits, ¿no? Pues en una de estas me encontraba yo hace un tiempo, recién revelada al mundo mi escasa pero suficiente destreza en estas bahías virtuales, cuando me llegó la siguiente petición del público:
—¿Me puedes descargar el disco de los Cantajuegos para mi hijo?
—¿Los Cantajuegos? —respondí con otra pregunta, sacándole brillo a la mueca con la que daba a entender que no tenía ni pajotera idea sobre qué me estaba hablando el colega.
—Sí, los de la canción del «Arca de Noé» —explicó el tipo mostrándome las palmas de las manos en señal de sorpresa—. Los que salen en la tele. ¡¿Tú qué clase de televisión ves?!
Por un instante pensé (con razón) que me estaba tomando por un extraterrestre o algo más raro aún.
—Pues veo una televisión de adultos —bufé con descaro y con el peso de un cansancio acumulado durante varias y funestas horas de trabajo.
Una de adultos…
Sin embargo, la inagotable variedad de canales de TDT sin nada que ofrecer me ha abocado a hacer bailar los dedos sobre el teclado del mando a distancia y acabar en aquellos distantes puntos brillantes que tienen por destinatario principal a un público formado por desprevenidos impúberes que se pegan a la pantalla para recibir su chute diario de formas extrañas y colores chillones. Así, me gusta pasar el rato visionando «Historias corrientes» o «El asombroso mundo de Gumball», cuyos argumentos poco o nada tienen que ver con niños, más allá de «Los Simpsons» (dibujos para adultos aunque muchos no se hayan ni dado cuenta de ello pues yo, personalmente, puedo susurrarle al oído a quien quiera (pues no lo haré de viva voz para no ser la mecha que prenda alguna nueva cruzada de tontos meapilas y puritanos sobrados de demasiado tiempo libre) dos capítulos en los que se hace alusión expresa al sexo oral y otros cuantos otros emperifollados con lindezas varias que pasan de largo por los oídos infantiles y los adultos más duros, pero no para otros también adultos pero más avispados).
Esta clase de entretenimiento, al igual que los clásicos cuentos, buscan la ilustración y resolución a problemas complejos que resultan ser más completas cuanto más adulto es el destinatario, sobre todo si observamos desde la óptica de una interpretación extensiva, de esas que cuesta llegar pues hay que pensar.
«Zootrópolis» es otro tanto pues maneja tramas con las que los niños han de ir tomando ligero contacto, pero que entretienen, ahondando más allá de la superficie, a los más adultos. Encontramos gags con los que los guionistas de ríen de los propios clásicos de Disney junto con enfoques a temas tan angulosos como son el sexismo, el bullying, el racismo, el mobbing laboral, la corrupción política o la manipulación de la sociedad, junto con una crítica nada soterrada al sistema burocrático (al final pilló el chiste de la camella; menos mal). Posee mejor argumento que muchas películas de acción real para adultos de temática policial, al igual que sucede con «Cars 2», cuyo guión respecto a Mate hace palidecer a más de una entrega de la saga James Bond, y se emplea un lenguaje que habría causado cierto revuelo si hubiera formado parte del guión de una película actual de acción real, pero, como en «The Twiligth Zone», la ausencia de entes humanos permite burlar todo impedimento.
La lección con la que se quedarán los niños, y que es muy importante, es que pueden llegar a ser lo que quieran, sin tener que importarles lo que digan o piensen los demás; tan solo han de empeñar ilusión y esfuerzo en conseguirlo (algo de lo que carecen, por lo visto, demasiados especímenes de los que componen nuestras nuevas generaciones). Pero los adultos con barriga cervecera habremos disfrutado de la película a más niveles (como con «Phineas y Ferb»), ya sea porque la Disney ha comprendido que ha de mantener a los padres en las butacas y seguir provocando un placer inocente a través de las retinas, ya sea por otra cosa que se escape a mi entendimiento;.
Por último, me uno gustoso, y de paso, al coro que glorifica la indulgencia del héroe anónimo que ha logrado eliminar cualquier escenita en la que los protagonistas den el cante con un número musical, el cual se deja reducido a una canción en los títulos de crédito con una Shakira travestida, transformada… (léase como se desee) en una gacela e interpretando una pieza musical en suahili, nepalí o coreano o yo qué sé.
Por último, me uno gustoso, y de paso, al coro que glorifica la indulgencia del héroe anónimo que ha logrado eliminar cualquier escenita en la que los protagonistas den el cante con un número musical, el cual se deja reducido a una canción en los títulos de crédito con una Shakira travestida, transformada… (léase como se desee) en una gacela e interpretando una pieza musical en suahili, nepalí o coreano o yo qué sé.
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