martes, abril 30, 2019

Relación de publicaciones de Abril de 2019

Cómic «1921: El Rif», Cascaborra Ediciones
Entrevistas:
 —Reseñas:

Colaboraciones con la Revista General de Marina

Cosmonavt Yurii Gagarin, ISSN 0034-9569, Vol. 276, MES 3, 2019, págs. 239-246.

Libros
Este mes de Abril he relanzado Major Bowie. La influencia de la ciencia ficción y la carrera espacial en la vida y música de David Bowie, con una tercera y definitiva edición que llega hasta las 135 páginas y las 35 piezas musicales reseñadas, contando además con nueva portada, realizada por el ilustrador Antonio Gil.

Reseñas
—Reseña a la película de Steven Spielgberg «Ready Player One» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2019/04/guardia-de-cine-resena-ready-player-one.html
—Reseña a la novela de ciencia ficción «El fin de la infancia», de Arthur C. Clarke https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2019/04/guardia-de-literatura-resena-el-fin-de.html
—Reseña a la película «Matar a un ruiseñor» (1962), adaptación de la novela de Harper Lee https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2019/04/guardia-de-cine-resena-matar-un-ruisenor.html

Guardia de cine: reseña a «Delitos y faltas»

Título original: «Crimes and Misdemeanors». 1989. EEUU. Tragicomedia. 1 h. y 44 min. Dirección: Woody Allen. Guión: Woody Allen. Elenco: Martin Landau, Woody Allen, Bill Bernstein, Anjelica Huston, Mia Farrow


El exceso y el defecto parece ser las únicas razones de nuestro éxito o fracaso, según parece afirma Woody Allen en esta película que puede ser una de las menos interesantes para el espectador medio de su obra

Hubo quien dijo, con sus razones, que las películas de Woody Allen eran (y serán para él) raras, difíciles de comprender; una pérdida de tiempo, hablando en plata. Yo compartí tal opinión a mis entonces novicios quince años, refugiándome en el fugaz contacto con semejante filmografía tras un zapeo desconsolado por la parrilla; solo una vez me detuve ante tan graciosillo hombrecillo que protagonizada un filme que comenzó como comedia cuando di con él y que terminó en un drama que rozaba el patetismo existencial. Y es que la capacidad de Allen para escribir obras agridulces es lo que provoca reacciones encontradas.

Habiendo doblado aquella edad y sumando unos aniversarios más, soy capaz de sentarme sin complejos delante del televisor y disfrutar de la complejidad que Allen transmite a sus guiones, sobre todo en aquellos previos al año 2000. Este en particular que hoy nos ocupa, «Delitos y faltas», del año 1989, es un drama con contados tintes humorísticos, que anticipa al espectador lo que va a suceder por medio de extractos extraídos de películas clásicas en blanco y negro y del documental que el personaje que encarna Allen, el fracasado director de cine Cliff Stern, pretende que le sea producido; una historia separada en dos serpientes que solo se encuentran durante los últimos minutos, enroscándose en torno a las decisiones que van conformando nuestro éxito o desgracia; lo que somos, a fin de cuentas. Por un lado está Judah Rosenthal, un oftalmólogo reputado cuya vida de ensueño se ve amenazada por Dolores Paley, su amante, algo que el primero no está dispuesto a permitir; por otro está Cliff Stern, un cineasta gris que se ve obligado a trabajar para su pomposo y pedante cuñado, un peso pesado del entretenimiento televisivo, gracias al cual conoce a Halley Reed, una mujer que le hará replantearse el amor y su moribundo matrimonio. Ambos hombres irán tomando decisiones que les harán desprenderse de las capas superficiales para alcanzar su verdadera alma; decisiones que llevaran, incluso, al encargo de un asesinato.

Lo más perturbador de la cinta es el propio final, cuando Judah Rosenthal y Cliff Stern comparten el suspiro que concede un corto cigarrillo y una copa terciada, lejos del bullicio de la sala donde se celebra un banquete de bodas. La visión de Allen sobre el destino del hombre es pesimista, pues mientras el asesino acepta la carga de su delito con total naturalidad, constatando que su vida incluso ha mejorado, el pobre enamorado se hunde en el barro de la frustración, quedándose sin trabajo, sin matrimonio y sin la chica por la que bebe los vientos

A través de los flashback de la relación adultera de Rosenthal y de las películas que Stern visiona con su adorada sobrina, Allen expone su frío razonamiento: no existe justicia universal, sino el fruto de nuestros actos y decisiones y de la forma en la que lo asumimos en el fuero interno como seres humanos no del todo humanos. Pero, ¿es cierto lo que afirma Allen, que todo depende de nuestro propio carácter? ¿Estamos condicionados únicamente por la naturaleza de nuestra psique? ¿Por exceso o por defecto? Cada uno que manifieste lo que más le interese o case con su moral.

Lectura de 30 de Abril de 2019 a las 1200 horas




  • Barómetro: 756 (Variable). Despejado
  • Termómetro: 143º
  • Higrómetro: 49,5%





jueves, abril 25, 2019

Guardia de cine: reseña a «El año más violento»

Título original: «A Most Violent Year». 2014. 2 h. y 5 min. Drama. Dirección: J. C. Chandor. Guión: J. C. Chandor. Elenco: Oscar Isaac, Jessica Chastain, David Oyelowo, Elyes Gabel

Thriller con cierto tufillo a género de mafiosos, pero sin ser de mafiosos. Un retrato de un hombre con un código inquebrantable en su carrera hacia la realización de sus sueños: ser dueño de sí mismo

Paredes de viejos edificios cubiertas por los trazos de cientos de grafiteros anónimos; basura y violencia acumulada en las esquinas de las calles; abandono sistemático en un panorama de  altos rascacielos que arrojan su sombra sobre un río contaminado. Así era la Nueva York de finales de los ’70 y comienzos de los ’80 que servía de fondo tan bien realizado en las primeras películas de Woody Allen; una ciudad enferma que, aún así, no perdía una pizca de brillo e intensidad.

Es en este escenario en el que se mueven los protagonistas de «El año más violento». 1981 es la referencia temporal para que nos ubiquemos y sigamos de cerca a Abel Morales (Oscar Isaac), un esforzado y honrado empresario del sector de los hidrocarburos, atosigado y acosado por los robos violentos, las amenazas nada veladas de mafiosos y fiscales, así como por falsos amigos y declarados enemigos. Abel dirige desde hace años la pequeña pero ambiciosa Standard Heating Oil, desde que pudo dejar atrás tiempos más oscuros y tomar las riendas de su vida, aún teniendo como esposa a Anna (Jessica Chastain), una ingeniosa contable e hija de un conocido mafioso encarcelado, mas los problemas y obstáculos se arremolinan a su alrededor en el año más violento desde que se tenía registro. Nueva York es una jungla donde el débil cae y solo el más fuerte permanece; pero Abel, dentro de su forma de ver y hacer las cosas, no es débil: no se cuestiona el resultado, solo el camino para alcanzarlo que, para él, siempre ha de ser el más correcto, sin desviarse de su ortodoxo decálogo moral y de la legalidad imperante; sin caer en las redes y artes del crimen organizado, aún de baja intensidad.

«El año más violento» no es una película de mafiosos, aunque mantiene la tensión y el tufillo propio de las producciones de época dedicadas al submundo. Es un thriller en su justa medida, con empresarios nada comprensivos y un fiscal demasiado ambicioso que se sirve de una policía incapaz; que se centra en la figura de Abel, un hombre que se exige a sí mismo lo mismo que a los demás, aunque con el paso de la cinta vaya cayendo en una pequeña espiral, que detiene a tiempo, hacia un lado más oscuro al que su esposa no le hace ascos (aunque para nada es la arpía Lady Macbeth que es pintada en las sinopsis), todo ello en sintonía de alcanzar y hacer realidad el Sueño Americano. Me pareció impactante la escena junto al depósito de la nave recién comprada, cuando aquel pobre empleado se descerraja un tiro en la cabeza y Abel se molesta más por sellar con su pañuelo la grieta creada por la bala perdida que por el cuerpo de un chico al que, en el fondo, apreciaba como a un hijo.

Para mí, en esta película vemos la mejor interpretación de Oscar Isaac hasta la fecha, capaz de transmitir la impotencia, pero también el ánimo inquebrantable por conseguir aquello que ambiciona, aún en el año más violento. Su aspecto recuerda bastante al de Al Pacino en sus trabajos como mafioso, con su temple y frialdad, con la réplica perfecta por parte de Jessica Chastain, con un papel muy en su onda, con personalidad y que bien pudo haber sido protagonista.

También me han parecido muy buenos los personajes del abogado y el fiscal de la ciudad, aunque apenas tienen sitio al lado de Morales.

Aunque nunca me ha ido demasiado el cine de este tinte y hasta puede parecer lenta, carente de acción, «El año más violento» es, para mí, una de las películas más honestas y profundas que he visto en los últimos tiempos.


Lectura de 25 de Abril de 2019 a las 1200 horas




  • Barómetro: 744 (Viento-Lluvia). Encapotado
  • Termómetro: 13,5
  • Higrómetro: 49,5%


martes, abril 23, 2019

Guardia de cine: reseña a «Matar a un ruiseñor»

Título original: «To Kill A Mockingbird». 1962. 2 h y 9 min. Drama. Dirección: Roberto Mulligan. Guión: Horton Foote (basándose en la obra de Harpe Lee). Elenco: Gregory Peck, John Megna, Frank Overton

La sociedad es un monstruo que avanza con lentitud, pero avanza, aunque no siempre con un rumbo correcto. Todo esto lo saben bien los personajes adultos de esta película, que puede ser considerada como adelantada a su tiempo en cuanto a la denuncia de la injusticia humana y la intolerancia

Para muchos, la película en la que Gregory Peck hizo su mejor interpretación, vistiendo las galas de Atticus Finch, un respetable ciudadano y abogado en una pequeña ciudad del Sur de los Estados Unidos en plena Gran Depresión.

«Matar a un ruiseñor» es una de tantas cintas en blanco y negro que se adherían a la retina como pegamento cuando eras crío, uno de esos flashazos cinematográficos que solo los adultos parecían llegar a comprender y apreciar. Una añeja producción que cuenta con una trama bicéfala: en una tenemos a los hermanos Jem y Scout, tan importante como aquella otra y trágica que vivirá Tom Robinson. Como narradora omnisciente, Scout, ya mayor, recordará los sucesos que se alargaron durante dos tórridos veranos junto a Jem y su vecino DD, con los que, entre juegos y aventuras propias de una infancia despreocupada, compartiremos la curiosidad por el hijo de los Radler, Boo, un hombre aquejado de una enfermedad psíquica y por el que buena parte del pueblo teme o siente lástima. Esta línea, muy amable y detallista de la vida en una ciudad sureña posterior al Crack de 1929, anclada en un punto indistinto entre los s. XIX y XX, con marcada segregación racial, le servirá a Peck para, como Atticus Finch, plantarse ante el estrado y el jurado en una defensa de la Justicia más allá del tono de piel y las roñosas costumbres del lugar. Todo, absolutamente todo, converge para firmar un cuadro social y vívido de la sociedad dixie y de la injusticia miope que se comete con Tom Robinson, aún cuando se constata que es inocente y se da una explicación coherente a lo que le pasó a Mayella Ewell la noche de autos.

Mientras escribo estas líneas resuenan campanillas. Son unas muy especiales pues llevan soldadas afilados anzuelos de los que se prenden los cuchicheos más necios ingeniados por los malabaristas de lo absurdo. Campanillas cuya entonación arrastra el viento con la acusación, décadas después de publicarse la novela, de que Harper Lee era racista. Por razones obvias le sigue a este tintineo el de la retirada de cartel de un cine de Memphis de la película «Lo que el viento se llevó» por cómo refiere el asunto de la esclavitud. Nuevo brindis al sol de lo “políticamente correcto”, supongo; esas dos palabrejas que marcan a hierro caliente el neofanatismo más hueco y de moda.

Yo, por mi parte, no he encontrado nada que merezca el posible y retrasado resquemor de los talibanes occidentales, pues plasma el fin de la segregación racial. El que el trío formado por Scout, Jem y DD asistan a la vista oral del caso contra Tom Robbins en el piso superior, compartiendo asiento con la población negra, siendo aceptados en su seno como niños, futuros hombres y mujeres sin prejuicios, es prueba suficiente para mí, siendo que el racismo solo anida en los corazones rencorosos e ignorantes, atados de pies y manos a la concepción del mundo más ajada del Medio Oeste norteamericano. 

Y también tenemos el discurso elocuente para que perdamos el miedo a las dolencias psíquicas, pues las personas que las sufren no son monstruos. La decisión última del sheriff, en la que despierta un furibundo brillo nocturno por hacerle Justicia a Tom Robbins, acompaña el encuentro de Boo con Scout, pues Boo es el ruiseñor que hay que proteger, pero también Tom Robbins y todos los niños para una sociedad futura más moderada.

Los actores infantiles nunca han sido fáciles de manejar y muchos de ellos, por falta de talento real, terminan siendo un engorro para el espectador; sin embargo, estos Scout, Jem y DD resultan creíbles y naturales, sin artificios, a lo que ayuda el excelente guión escrito para ellos, preñado de ocurrencias que hemos ido perdiendo con el paso de los años; son niños como lo fuimos nosotros y sobre cuyos hombros recae buena parte de la acción.

Respecto a Gregory Peck vestido o vistiendo a Atticus Finch, el amable, respetuoso y cabal abogado, desengañado por el Sistema y la sociedad sureña a los que sirve, trata de apartar la cortina de pesados y durmientes párpados de los legañosos ojos; responde a la arraigada ignorancia cultural, no limitándose a ser mero espectador.

«Matar a un ruiseñor» es una película sobresaliente que sobrelleva con elegancia el paso del tiempo; una fábula digna de ser (imperiosamente) narrada en nuestro ya entrado s. XXI, pues hemos avanzado, pero, quizá, virando en redondo.

Lectura de 23 de Abril de 2019 a las 1200 horas




  • Barómetro: 739 (Viento-Lluvia). Encapotado
  • Termómetro: 15º
  • Higrómetro: 50%

martes, abril 16, 2019

Guardia de cine: reseña a «Jackie»


2016. EEUU., Francia, Chile, Hong Kong, Alemania y Reino Unido. Biografía. 1 h. y 40 m. Dirección: Pablo Larraín. Guión: Noah Oppenheim. Elenco: Natalie Portman, Peter Sarsgaard, Greta Gerwig

¿Quién era Jacqueline Kennedy? Esa es la pregunta que se quiere responder con esta cinta tensa y dolorosa. Busca la intimidad en espacios abiertos o cerrados, en los que solo hay cabida para Jackie y su entrevistador, su cuñado, su asistente personal, su sacerdote, para aquel que hace ganancia de la muerte de su marido


En demasiadas ocasiones no somos conscientes de todo lo que se remueve más allá de las imágenes arquetípicas formadas para ser honradas. ¿Acaso sabemos algo de lo que sucedió durante las horas y días siguientes al asesinato de John Fitzgerald Kennedy en las calles de Dallas aquel 22 de Noviembre de 1963, en su seno familiar? ¿Acaso hemos sido capaces de entender que allí, junto a él, había un ser humano vestido de rosa, salpicado de la sangre y la masa encefálica del que fue su marido? Es un plato difícil de digerir y que es eclipsado por la mítica del instante, del atentado y de las honras fúnebres del presidente que supuso un antes y un después en la sociedad norteamericana, pero no en la forma de hacer política, pues fue un gigante de piernas quebradizas, como su cráneo al impacto de una bala, a quien no se dejó crecer más.

«Jackie» es un vibrante e intenso biopic acerca de Jacqueline Bouvier-Kennedy, lleno de primeros planos y contrapicados que han exigido un admirable esfuerzo interpretativo a Natalie Portman que le hacía merecedora su segundo Oscar como actriz principal, pero se tuvo que contentar con la nominación (mi opinión puede ser subjetiva, pues siento debilidad por esta chiquilla, pero no creo que falte a la verdad). Una película cuyas escenas parecen haber sido compuestas de modo grotesco, como si un niño travieso hubiera alcanzado la caja del puzle de los Kennedy de lo alto de una estantería y la hubiera abierto de una patada, cayendo las piezas por todos lados, sobre la alfombra, bajo el sofá… pero su montaje es tan extraordinario que se enlaza a la perfección, entrecruzando el momento del asesinato, el reportaje de las reformas de la Casa Blanca, la entrevista con el periodista y la confesión con el sacerdote; una imagen diáfana y fina como Bohemia de esta mujer que no era la niña mona del gran hombre, la mujer intocable, inalcanzable y enmudecida. Se retrata a la primera dama ante la adversidad, ante el fin de un sueño que solo se conserva en las marcas de un vinilo; a un testigo impotente del cambio y el rápido olvido de su marido entre las paredes del centro de poder; incluso a su relación con Bobby Kennedy.

¿Quién era Jackie? Esa es la pregunta que se quiere responder con esta cinta tensa y dolorosa, una obra puntillista, de encaje de bolillos, que atenaza al espectador, quien es incapaz de hurtarse de los rostros de los protagonistas, no puede apartar la mirada. Natalie Portman lo ocupa todo, está tan cerca que a poco podemos sentir el calor de su aliento, el aroma de su pintalabios y el humo de tabaco, entre susurros y lágrimas contenidas. Y tras ella y a su alrededor, pequeños detalles de una vida que se va deconstruyendo con una bola de demolición; incluso están las rosas rojas tiradas en el asiento trasero del Lincoln-Mercury Continental SS X-100.

No es una cinta grandilocuente. Tan solo busca la intimidad en espacios abiertos o cerrados, en los que solo hay cabida para Jackie y su entrevistador, su cuñado, su asistente personal, su sacerdote, para aquel que hace ganancia de la muerte de su marido. Para Jackie  y el espectador. Y la especial complejidad del momento histórico y traumático de la sociedad norteamericana es solventada con elegancia y pulcritud, sin ínfulas ni golpes de efectos; por lo que no es de extrañar que salgamos de la sala con el rictus serio y triste, pero con la lección recalcada de que hay que seguir adelante.