En este ya más que mediado 2011, la festividad del Carmen se ha adelantado para éste que os escribe un día entero y, no, no es por haber colgado el vídeo de Diana Navarro este pasado viernes. No.
Tras obtener un permiso especial (se podría decir así), salimos a las calles de Pontevedra de franco a las 1800 horas y no a las acostumbradas 2100, pudiendo vagabundear hasta que se decidió acercarse hasta la Basílica de Santa María La Mayor para ver a qué hora sería la Misa y la Procesión que, entendíamos, se celebrarían al día siguiente. Solo había que confirmar y recordar que sería hacia las 2030 horas. Sin embargo, mirando el tablón de anuncios, nos topamos con la sorpresa de que se iba a celebrar ese mismo viernes, quizás por coincidir el 16 en sábado, no lo sé.
Estaba deseando que llegara el día y que no me sorprendiera como el año pasado sin cámara de fotos. Quería haceros llegar imágenes de esta especial procesión en una ciudad que, desde hace demasiados años, parece haber dado la espalda al mar, ya que por múltiples apuntes, uno acaba creyendo que vive en una ciudad de interior (espero que por estas palabras, nadie se rasgue las vestiduras).
Pero aún permanecen inalterables muchos otros detalles que recuerdan el rumor de las olas. Detalles como los contenidos en la propia Basílica y sus alrededores, dedicados a los oficios de las gentes que antaño poblaron Pontevedra y que vivían del horizonte que está más allá de Tambo. No obstante, se recuperó esta forma de celebrar esta festividad hace tan solo catorce años.
Pues bien, con la sorpresa inesperada del adelanto de toda la ceremonia religiosa, raudos y veloces orzamos y pusimos proa rumbo a casa en pos de mi fiel Sony, cuya batería había cargado ex professo para este momento unos días antes.
Miraba el cielo sin cesar. Pronto se cubrió éste de un manto gris que amenazaba cambio, hacia un ligero chiribiri. El viento había rolado y ganado cierta fuerza y era mi mayor causa de desaliento. Y es que uno vive justo en la otra punta de la ciudad donde se encuentra la Basílica. Aunque no pertenezca a ella por ello, siempre me he sentido más cómodo entre sus columnas y bajo sus bóvedas, en un suelo de culto con más de mil años.
Sudando, con las piernas cargadas, y con cierto resuello se volvió a batir el record de velocidad de la Carrera del Té y dimos media vuelta con mayor tranquilidad. Casi nos sobraba una hora y era el momento de ir relajándose, volviendo a vagabundear hasta la desembocadura del río Gafos y contemplar y ser contemplados por los patos y la pareja de cisnes que allí moran todo el año.
Con esa misma tranquilidad afrontamos el regreso al nivel de la ciudad y arrumbamos de nuevo hacia la Basílica, cuyas campanas comenzaban a llamar a los fieles de una forma un tanto débil bajo una espesa capa gris, la cual se iría desvaneciendo con el paso de los minutos, ya estando nosotros en el interior mientras se escuchaba la Sagrada Palabra de labios de D. Jaime.
Permanecía sentado en el banco, tras dejar el calor de la carrera, y me di cuenta de que nuevamente había perdido la caña del timón de mi barco. Nuevamente.
¡¿Me acababa de dar cuenta?!
Desde hace ya un tiempo, aunque todo en mi cerebro estaba en silencio.
Me sentí abandonado y comencé a rogar a la Virgen, que estaba a una decena de pasos de mí, que me ayudara. Llevo tiempo así. No se nota, pero me siento como si no fuera más que niebla errante.
Rogaba volver a aferrar mi puño sobre el timón y poder empezar a dejar atrás mis defectos, aquello por lo que iba cayendo en una espiral de falta de sentido. De una vida que veía que los días pasaban como rayos sin sonido. De una vida temerosa... Es difícil de explicar sin llegar a terrenos enfangados que poco o nada os interesa y sobre los que no quiero ahondar.
Rogaba. Simplemente.
Quizás por eso, cuando estaba con mi Sony entre las manos, esperando a que comenzara la procesión, un señor de cierta edad, quizá el sacristán, me pidió si podía unirme al grupo de hombres que tendrían que portar a la Virgen. Me lo pensé menos de una fracción de segundo. En el fondo quería hacerlo y hasta que me lo pidieran, pero no lo sabía hasta ese preciso momento y me acerqué sin miedo ni vergüenza de que las miradas recayeran también sobre mí. Mientras, cuan piquete, se terminaba a alistar hombres.
Y me la llevé sobre el hombro izquierdo, ese sobre el que me han salido marcas rojas y en el que siento un leve malestar que no me importa sufrir, ya que cuando la portaba solo hablaba con mi Virgen para que me ayudara y que viera con buenos ojos mi sacrificio. Puede que no sea mucho para los que estén leyendo esto, pero para mí, sí. Nunca había participado activamente en una procesión y que fuera la del Carmen me emociona.
El rito consiste en salir por la puerta norte, la de Santiago, y rodear toda la Basílica, en el sentido de las agujas del reloj. No fue tarea fácil poniendo el pie sobre el firme centenario, erosionado y magullado de aquella zona de la ciudad. Hubo momentos de flaqueza y de fortaleza y en los que llegué a caminar con los ojos cerrados, o eso creo recordar, mientras solo pensaba en la Virgen. Lo peor fue el tramo final, cuesta abajo, llegando a la puerta principal, aquella que se abre para estas ceremonias, pero no hubo debilidad mental para poner la imagen mirando al mar, a un mar que ha desaparecido ante el ladrillo exacerbado de la especulación urbanística.
No hubo mientras se entonaba la “Salve”.
Regresamos al interior del templo y cruzamos toda la extensión de la Basílica hasta el altar donde nos dimos de nuevo la vuelta para recibir las últimas palabras de D. Jaime y poner, después, la imagen en su sitio, donde los fieles pudieran adorarla, justo donde yo la miraba desde mi banco.
No hubo debilidad y sí felicidad, aunque no parecía que mi “pierna de madera” pudiera apoyarme mucho y eso parecía notarse en todos menos en mí. Quería mantenerme firme y me mantuve en honor a mi sacrificio, a mi promesa, a mi corazón de mar y de servicio.
Solo quiero que la Virgen haya visto con buenos ojos mi ofrecimiento y que me haya tomado por fiel, ya que es lo que siento.
Me despedí tocando es escapulario tras una postrera mirada a mi Virgen y sacarle la última foto, la que cerraba el reportaje gráfico que tuvo que llevar por entero mi hermana, cuyo desconocimiento total sobre el funcionamiento de la máquina no la ha impedido sacar unas buenas tomas.