lunes, febrero 15, 2021

Ver, oír y callar

Llevo tiempo queriendo escribir un
post con este título y hoy es un buen día para ello. Los Hados no han sido cicateros a la hora de brindarme las oportunidades para entonar un aforismo que es aplicable a una generación coetánea de «Monitos Sabios», mas siempre hay que esperar a que un determinado resorte, con independencia de su tamaño o naturaleza, te empuje a abrirte la cabeza como si de un melón se tratase.

«Ver, oír y callar» parece ser el mejor consejo que te pueden dar hoy, el mejor cuento a aplicar, si no, que se lo pregunten a la luchadora y actriz Gina Carano, quien interpretaba a la saltadora rebelde Cara Dune en «The Mandalorian» y que ha sido despedida y vetada de la franquicia Star Wars por haber estado vertiendo opiniones de esas llamadas políticamente incorrectas, tras sufrir una campaña de acoso y derribo en RRSS con el hashtag #FireGinaCarano.

Tras leer la noticia, en esa sección tan sobrante que es la de comentarios, tras haber jugado con la barra de desplazamiento de la ventana del navegador de Internet a modo de palanca de tragaperras, me fijé en una nota firmada por alguien cuyo nombre preferí no conservar que me impactó más que todo lo anterior: “Qué pena. Ha arruinado su carrera por no estar callada”. Solo faltaba haber puesto un “Calladita estás más guapa” y, así, se cerraría el asunto con un broche de oro.

Siendo que está de por medio la Disney, podría haberme puesto a divagar sobre el revisionismo idiotizante que llega a afectar a los Aristogatos a o a Dumbo, películas que vi de niño y por las que no he salido un neonazi que quema cruces en el patio de atrás. Provoca poca risa que a nuestros hijos les resulte más fácil descargar porno duro que ver una película infantil de dibujos animados en su tablet porque algún enfermo se inventa lo que “hay” entre líneas. 

Quizá otro día.

Pero, ¿qué dijo Carano para armar tanto ruido? Dijo muchas cosas, unas pocas acertadas y otras no. Se mofó de cierto detalle en RRSS sobre una cuestión transgénero, por desconocimiento y pidió perdón, y siguió hacia adelante. Pero la gota que colmó el vaso (o la excusa perfecta para deshacerse de ella) fue que se manifestara a favor de la teoría de la conspiración trumpista de que las elecciones de 2020 han sido un fraude orquestado por los Demócratas, que habrían manipulado el sistema de voto por correo: que si había que parar el conteo, filmarlo, etc. Donald Trump es, para mí, el hombre más peligroso que se haya podido sentar jamás en el Despacho Oval; ríete tú de Greg Stillson en «La zona muerta»; pero cada uno tiene su opinión y debería ser libre de exponerla sin temer a las represalias, en teoría.

Sin embargo, para este post mío quiero copiar y pegar una de las primeras manifestaciones, supuestamente controvertidas de Carano, que he encontrado traducida al castellano en Infobae.com: “Los judíos fueron golpeados en las calles, no por los soldados nazis, sino por sus vecinos… incluso por niños. Debido a que la historia se edita, la mayoría de la gente hoy en día no se da cuenta de que para llegar al punto en que los soldados nazis pudieran arrestar fácilmente a miles de judíos, el Gobierno primero hizo que sus propios vecinos los odiaran simplemente por ser judíos. ¿En qué se diferencia eso de odiar a alguien por sus opiniones políticas?” 

¿Qué decís vosotros que veis y oís como yo? Yo no leo aquí ninguna barbaridad, más bien, una verdad incómoda.

Comentando el asunto del despido de Carano con un colega, no pude más que recuperar estas tres acciones fusionadas en una corta frase. «Ver, oír y callar» era la regla tácita que aprendimos pronto a hacer nuestra aquellos que, aunque naciéramos al norte del Árbol Malato, vivimos y crecimos en los Años de Plomo en Euskadi, cuando la ETA tenía la máquina de picar carne en función turbo, ya fuera como maketos, coreanos, txakurrak o, parece que peor, hijos de aquellos mismos. Era una consigna para poder vivir “tranquilo” (y lo sigue siendo a fecha de hoy, por mucho que quieran echar capas de polvo de maquillaje encima).

Pura supervivencia: miradas al suelo, nudillos blanqueados y labios sellados, incluso ante los más cobardes de todos: aquellos que comulgaban con la idea supremacista vasca, pero que no pasaban a traspasar la línea de someter y humillar de lengua.

Tanto yo como mi compadre, ambos vascos, coincidimos en lo acertado de mi comparativa histórica y es que la situación a la que hemos llegado se puede asimilar con la vida a la sombra del terrorismo. Un ejemplo muy claro y global de lo que quiero decir lo tenemos con el día después del 11 de septiembre de 2001, cuando el pánico saturó los EEUU y el mundo porque el nuevo enemigo no tenía bandera, uniforme ni rostro; y la nueva y violentísima Inquisición actual ha nacido de los troncos apilados que consume el fuego de conceptos jurídicos tan indeterminados como la libertad de expresión frente a la censura que siempre estuvo personificada en el Estado, la Iglesia, las fuerzas vivas locales… Una Inquisición que no tiene cara ni número fijo; cualquiera puede ser denunciante, general cazabrujas, juez, Torquemada, verdugo y comentarista de gallinero, dando lo mismo que sean peones dirigidos en una campaña o guerra sin cuartel de desprestigio. Estamos sometidos a una represión ideológica brutal a través de unos medios que habían nacido con la intención, quién sabe si falsa desde la fuente, de hacernos libres. Todos los días son buenos para otra Noche  de los Cristales Rotos. O estás con la corriente o no lo estás, y ya sabemos lo que les pasó a los Neandertales por no estar en sintonía con los Sapiens.

Ahora vegetamos ante el peligro de dar motivos para que nos planten la boca del cañón de una 9 mm. Parabellum social en la nuca. Ya sabéis: se combate y no se razona, pues el nazismo social no pierde el tiempo en convencer con medios que no sean el esputo peyorativo, como tampoco en disimular uniformes e insignias.

«Ver, oír y callar» y el Mal se revuelve victorioso. Encima, son días en los que algunos payasos hacen carreras por los pasillos del Congreso de los diputados para recibir la medalla de oro en la categoría de presentar en el registro la “mejor” propuesta para despenalizar ciertos delitos y “fomentar” la libertad de expresión, todo sea para que patanes sin talento alguno, como Pablo Hasel, instrumentos del futurible sistema totalitario y represivo en formación, sigan a lo suyo, preparándose para un golpe a dos manos. Los mismos que se les llena la boca con “democracia” y “libertad”, son justo aquellos que te dan una palmadita a la espalda, a la espera de poder darte un par de hostias bien dadas.

Y es que el fascismo será llamado antifascismo, como dijo aquel.

Considero que un profesional, más si es reconocido, debería dedicar su perfil público a cuestiones que le afecten profesionalmente y por las que le pagan; no por manifestarse en extremos que ya rayan el puro exhibicionismo personal, pero yo no soy quién para imponer nada.

Como sabéis, hace ya meses que abandoné las RRSS y, desde entonces, vivo más sosegado. Sin embargo, todas esas purulencias hace también un rato que saltaron de la Red a la interacción social de carne y hueso. Es una guerra civil sin bandos ciertos ni bombas; solo de acusaciones cruzadas; de carroñeros y hienas sonrientes.

Ya sabéis, «ver, oír y callar», aunque yo seguiré hablando desde este rinconcito en el que aún puedo ser libre, quizá porque no pasáis de unas decenas aquellos que leéis estas Reflexiones a la luz de la bitácora.


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