El otro día me apareció remarcado en el móvil un artículo de Rubén Márquez, en la web 3djuegos.com, titulado “La Generación Z no persigue ni el teletrabajo ni el sueldo de un CEO, su tendencia se llama ambición silenciosa y es un problemón para las empresas”.
La Generación Z, posmilénica o centúrica, es la formada por aquellos nacidos entre 1997 y 2012, y Márquez, echando mano del estudio de la compañía de análisis y planeamiento Visier, nos hace llegar que el 9% de los zoomers encuestados durante una entrevista de trabajo aspiraría a alcanzar un puesto de gerencia y, de entre estos, tan solo un 4% pretendería llegar a ser un ejecutivo de alto nivel.
La razón es simple: evitar cualquier peligro de estrés, a imagen y semejanza de aquella que sacó la mayor puntuación en el MIR y que quería su puesto de dermatóloga para “vivir bien”, banalizando la especialidad hasta el extremo de merecer ser expulsada del colegio de médicos.
Si levantara la cabeza Kant...
Pasar tiempo con la familia y los amigos, alcanzar la plena salud física y mental, y viajar son los componentes de esta ambición silenciosa que, por lo visto, amenaza con colapsar la escalera corporativa, junto con esa moda de ir cambiando de puesto de trabajo como de ropa interior, a semejanza del novio en la famosa canción de Katy Perry.
Pero, yo, en mi inmensa ignorancia, me pregunto ¿cómo se evita el estrés si la vida no es más que esa puta mierda? Pues no hace falta ser gerente ni CEO para chupar del bote de la mermelada agria en el trabajo y en el día a día. El asunto me provoca la risa floja, pues hemos convertido a nuestros hijos en unos hedonistas incapaces de asumir hasta los más nimios de los problemas que nos hacen humanos. En unas personitas frágiles de Instagram que se creen que la vida pasará por ellos y no los tragará, masticará y cagará como un tiburón con disentería.
Estaríamos bien jodidos si fuésemos ucranianos.
Risa... Carcajada más si cabe porque cuando tienes la suerte de hablar con un zoomer o con un orgulloso padre de zoomer futuro graduado en Derecho, quienes te transmiten la dicharachera creencia de que nada más abandonar la facultad van a embolsarse 3.000,00 € netos al mes por el mero hecho de respirar y sin romperse un solo cuerno, en plan Livin’ la vida loca, y por eso de que yo lo valgo y tengo título con la tinta fresca.
Aspiran a la jubilación con treinta años, pero sin estresarse. ¿Pretenden mantener su existencia como rentistas? Supongo que sí, pues no hay otra forma, pero los rentistas también se llegan a estresar cuando sus inquilinos no pagan el mes y tienen que desfondarse y correr a donde el abogado para que insten desahucios y toda la pesca.
Y, como quien no quiere la cosa, a renglón seguido iba la noticia más cacareada del rastrero producto de RTVE MasterChef, del que tengo el gusto de no haber visto un solo programa. Bastante tengo con haber soportado clips y avances encabezados por esos tres payasos de blanco que responden a los nombres de Jordi Cruz, Pepe Rodríguez y Samantha Vallejo-Nágera, y que siempre me han caído tan bien como una patada en los mismísimos ("¡qué gusto!"). Clips y avances en los que se daba buena muestra de lo que en ellos se destila: la humillación constante y el acoso de matón de patio de colegio. Producto que lleva la friolera de doce temporadas y que sus acólitos han seguido con el fervor propio de un público adicto al sadomasoquismo.
Noticia en la que se hizo saber al vulgo y a la corte que una de sus aspirantes, de nombre Tamara, había abandonado el concurso y RTVE se había visto obligada a retirar y eliminar el programa en cuestión de RTVE PLAY y RRSS. Y es que a la cadena generalista pública le ha caído las del pulpo por eso de que, de pronto, el público (y los concursantes) se ha dado cuenta de que Jordi Cruz, con Pepe Rodríguez y Samantha Vallejo-Nágera a la zaga, es un *escójase al gusto* con licencia 007 para humillar y reírse del más tonto; pero con la salud mental hemos topado, amigo Sancho.
De pronto, ya no es tan divertido ver cómo esos tres tiranos por la gracia de la sacrosanta batidora satisfacen sus necesidades sexuales y cómo los cocinillas de sofá se ponen a parir y a arreglar el mundo.
La tal Tamara, que a saber si es zoomer o no, profirió al éter que se marchó por salvaguardar su salud mental y todo el globo hinchado de la hinchada de RTVE (y la no hinchada) estalló en aplausos y tuiteos. Ese mismo espectador que se deshacía de gusto con cada degradación, mortificación, desdén, ruindad… Ahora muta, como si todo lo anterior fuera una broma y se ha hecho daño a la cristalería. Me apuesto algo bueno que esta Tamara ya sabía dónde se metía, pero debería creerse que todo era teatro y algodón de azúcar.
Alcemos las copas. ¡Salud mental!
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