Quién sabe si habrá vuelta, si este viejo armazón se atreverá a volver al mar o se agostará al sol
Navegando por el Mar de Papel Moneda, y otros mares... (Sailing at Sea of Banknotes, and others seas...)
Por supuesto, el mes de agosto, como siempre, os lo dejaré tranquilo, con la extraña sensación de que puede que eche el cierre al blog. Estoy cansado de él, pues no deja de constituir una afición demasiado exigente eso de ir marcándome artículos, reseñas, fechas y demás; a todo ello, ¿la gente sigue leyendo blogs?
Ya veré con qué ánimo vuelvo del periodo estival, siendo que lo más seguro es que lo reconfigure de alguna manera o yo qué sé. En su día le quise dar pasaporte, hará unos doce años, y no tuve agallas y, ahora, que va para dieciocho años me empuja la simple inercia.
Ya nos veremos si eso. ¡Un saludo!
Artículos
—Mi billete más curioso: Cupón de 1,60 marks de la Kraftverkehrsgesellschaft de Brunswick (1921) https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/mi-billete-mas-curioso-cupon-de-160.html
Galería del navegante
—«Era por la mañana» https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/galeria-del-navegante-era-por-la-manana.html
—Mi versión del cuadro «On the heights», de Charles Courtney Curran https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/galeria-del-navegante-mi-version-del.html
—El gran duque Leto Atreides, interpretado por Oscar Isaac https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/galeria-del-navegante-el-gran-duque.html
Otras reflexiones (Opinión)
—Destruyendo palabras por joder: poetisa https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/destruyendo-palabras-por-joder-poetisa.html
—El tormento de “eso” que es escribir https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/el-tormento-de-eso-que-es-escribir.html
Poemario del Navegante
—Vacío (en prosa poética): https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/poemario-del-navegante-1-vacio.html
Refranero
—Sabiduría de viejo lobo de mar (63) https://navengantedelmardepapel.blogspot.com/2024/07/sabiduria-de-viejo-lobo-de-mar-63.html
Reseñas
—Al ensayo «Elogio del imbécil: el imparable ascenso de la estupidez», de Pino Aprile https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2024/07/guardia-de-ensayo-resena-elogio-del.html
—A la segunda temporada de la serie «Slow Horses» https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2024/07/guardia-de-television-resena-la-segunda.html
—A la película «Verano de corrupción» (1998), adaptación de la novela corta de Stephen King https://guardiadeimaginaria.blogspot.com/2024/07/guardia-de-cine-resena-verano-de.html
Quizá allí resida el quid de la cuestión: una novela, que son 60.000 palabras abigarradas y las que salen a mayores, se puede escribir con facilidad en un mes si uno está acostumbrado a escribir unas dos mil palabras diarias. No parecen muchas, ¿verdad?, pero llegar incluso a las trescientas palabras de una tacada (este artículo tiene poco más de quinientas), es un trajín digno para muchos, entre los que me incluyo, de competir con los trabajos de Hércules, pues escribir siempre es rijoso, no digamos ya si hablamos de la ficción más pura. Justo al contrario sucede cuando evacuamos nuestras opiniones sobre un tema y acabamos pariendo una columna de opinión. Entonces las palabras fluyen con lujuriosa y húmeda facilidad. Incluso sucede cuando escribes un artículo especializado, pues compones un tapiz de retazos de investigación y documentación que has ido dejando a tus pies para que tus manos los recojan y compongan una imagen, incluso permitiéndote pequeños destellos e, incluso, una sobredosis de ingenio (o lo que crees que es ingenio), en una prosa a la que acabas colgándole un título rimbombante.
Pero escribir será siempre un tormento del que buscaremos librarnos de la forma más peregrina, por cuanto, insisto, es costoso y pocas veces llega a satisfacer a quienes no nos conformarnos con ello como vicio solitario.
Sin embargo, superados los primeros escollos, el escritor hace callo y llega a un punto de irrealidad cuando atisba el término de su historia, cuando sabe que le quedan contadas páginas en blanco que violentar con letras de imprenta. Garabatea o teclea por inercia, impulsado por la fuerza descomunal de los cien remeros de sus neuronas que no han dejado de bogar. Es entonces cuando no hay dolor ni frustración, tan solo una singular sensación de relajación, pero también de miedo, pues en la lejanía aparece un caballero de negra armadura y carcajada odiosa: el heraldo de la primera revisión de texto, a quien seguirá otro y otro más. Faltas de ortografía y gramática, así como olvidos, despistes y sinsentidos, son las armas con las que nos arremeten que, encima, se las hemos dado nosotros de forma inconsciente. En entonces, tras varios y distanciados combates singulares en los que no sales muy bien parado, cuando te descubres pensando que preferirías estar escribiendo y no leyendo lo que has escrito.
Vacío.
Así es como llamaré al espacio que dejas cuando te vas.
Un vacío que crece a medida que se pierde el rumor de tu mirada
Y la sal de tu piel.
Vacío nada más.
Hasta que regresas y me vuelves a llenar.
Vacío.
Título original: «Apt Pupil». 1998. 111 min. EEUU. Dirección: Bryan Singer. Guion: Brandon Boyce basádnose en la historia de Stephen King. Reparto: Brad Renfro, Ian McKellen, Bruce Davison, Elias Koteas, David Schwimmer, Joe Morton, Jan Triska, Michael Byrne, Heather McComb, Ann Dowd, Joshua Jackson
Aburrida durante su primera media hora, luego despega medida que la relación entre Todd y Denker se infecta y ambos quedan sometidos a un pacto tácito de amenaza
La prosa de Stephen King da para mucho más allá del puro terror. Sus variopintos relatos dan buena cuenta de ello, en los cuales el de Bangor es capaz de corroer la capa superficial de sus personajes hasta alcanzar lo más profundo de su psique. «Alumno aventajado» (1982), novela corta publicada en el recopilatorio “Cuatro estaciones” (a ésta le corresponde el verano), es un paradigmático ejemplo de lo que digo.
La adaptación de dicha historia bajo la batuta de Bryan Singer, arroja luz sobre uno de esos desvelos en los que King crea monstruos que son muy humanos.
Todd Bowden es un adolescente en el último año de instituto. Apasionado por la Historia, desarrollar cierta obsesión por el Holocausto perpetrado por los nazis contra la población judía y otros grupos considerados subhumanos. Sus investigaciones llegan a tal punto que, una noche, en un autobús de vuelta a casa, se fija en Denker, un anodino anciano del vecindario que nunca llama la atención. Todd descubre en sus arrugadas facciones a Kurt Dussander, un oficial de las SS y criminal de guerra buscado por el Estado de Israel (sigue leyendo)
Alejandra Pizarnik, acuarela |
Echando la red, recogemos a gusarapientos organismos gubernamentales y supranacionales que han publicado libros o manuales de estilo para que todos seamos menos “ofensives”. Un ejemplo lo tenemos con los sustantivos colectivos: ya no se debe decir hombres y mujeres, sino humanos; tampoco niños, sino niñez; no hay estudiantes, hay estudiantado, como tampoco alumnos, que han sido sustituidos por alumnado… Tampoco hay directores, sino personas de nivel directivo; no hay trabajadores, sino personas que trabajan o personal.
No hay suficientes tonos de rojo para mostrar la indignación, la vergüenza ajena y la diarrea que me causan los histéricos miembros y "miembras" de este desquiciado movimiento de imbéciles. Pero se me enmierdan los calzoncillos sobre todo con la cuestión de la inclusividad de género, no por ese tan traído “todes”, dignísimo de chanza gaditana, sino porque, en su demencial iconoclastia, se están erradicando términos que son propios al sexo femenino. Y llevo tiempo encontrándomelo, pero el otro día leí una minibiografía de la argentina Flora Alejandra Pizarnik (1936-1972), y ya no me puedo callar.
Pizarnik es uno de los máximos exponentes de la poesía iberoamericana del s. XX. Amiga de Julio Cortázar, desarrolló una corta pero intensa carrera, con versos tormentosos en los que arrambla el surrealismo. Y uno se pone a leer su biografía y la llaman poeta…
Poeta… Que es “persona que escribe poesía”, sin más. La inclusividad, ya sabemos, anula así uno de los términos en español más bonitos que hay: poetisa, que deviene del latín poetis-idis.
Por lo que podemos encontrar en el Diccionario panhispánico de dudas, es algo que venimos sufriendo por lo menos desde 2002, a pesar de que poetisa es un sustantivo que se recoge en textos como el Diccionario de Autoridades de 1737 (que, al contrario de lo que asienten muchas feministas en las redes, en su definición no hay connotación negativa alguna). Un sustantivo que, por supuesto, es muy anterior al s. XVIII.
Si buscamos a Pizarnik en Google podemos darnos con un canto en los dientes: prácticamente más del 90% de las entradas usan el término poeta en vez del de poetisa para referirse a esta autora. Medios de comunicación, la Biblioteca Nacional de España, el Instituto Cervantes… Todos normalizando la bastardización del lenguaje bajo el paraguas de que las mujeres que escriben poesía, por “unanimidad”, quieren ser llamadas poetas en genérico.
Se me antoja aún más repulsivo el que se caiga en una trampa para ignorantes y nos dejemos remolcar por una visión decimonónica y cargada de misoginia por la que poetisa era (y debe ser hoy, por lo visto), una mujer cursi, repipi y con un estilo deplorable en sus versos. Aquellos más vocingleros echan interesada mano de cierto pasaje de «Cavilaciones», de Leopoldo Alas “Clarín”. Extracto que se queda muy corto en los “sesudos” estudios literarios, pues en su conjunto “Clarín” critica a novelistas sin estilo y también a poetas, tanto hombres como mujeres, que juzga faltos de experiencia y más de letras, pero sobrados de vanidad. Así pues y en el éxtasis de su disertación, emplea el término despectivo de poetrasto para referirse a mal poeta, con independencia de su sexo.
Obviamente, “Clarín” se encontraría con muchas poetisas de esas que llama feas, que se hacen a sí mismas el amor por medio de sus palabras, o hermosas, que son un ejemplo de hermafrodismo repugnante entre la diosa Venus y el autor Eduardo López Bago (escritor naturalista radical que puso los cimientos de la novela erótica española, muy a su pesar, y que Alas calificaba de autor nefasto). “Clarín” se burla del grotesco color de rosa, del romanticismo zafio y barato del s. XIX que campaba como la gripe por salones de té y libretitas adornadas.
Y es que tomando las palabras de “Clarín” al pie de la letra, incluso la palabra poeta podría entenderse con contenido denigrante.
Para “Clarín”, cierto, lo femenino era también una lacra en la correcta ejecución de la autoría literaria, pero una virtud en el código de conducta de sus personajes. Pero su opinión es su opinión, pues Emily Dickinson, Rosalía de Castro, nuestra Pizarnik, Alfonsina Storni, santa Teresa de Jesús y otras tantas, no eran poetrastas.
A una sociedad a la que unos sectarios han conseguido hacer comunes exabruptos en femenino como jueza o presidenta (pero no agenta o ponenta, pues suenan mal), no le parece incorrecto que las mujeres en el oficio de la poesía pierdan su propio y precioso sustantivo. Se defiende dicha línea de pensamiento por el supuesto quiste del menosprecio machista, cuando lo cierto es que la poesía es la “hermana pobre” de la literatura desde hace mucho tiempo y allá donde se encuentre, con independencia que el autor sea hombre o mujer.
Dado que la palabra poetisa “está cargada de connotaciones peyorativas”, en vez de rescatarla y restituirla, pues la eliminamos; así, sin complicaciones…
En esta cruzada de “niñes” repelentes, ¿cuántas páginas del diccionario terminarán siendo arrancadas?
JOVELLANOS.
Más divertida y trepidante que la primera temporada, esta adaptación de «Leones muertos» se ve de un tirón y sabe a poco
«Leones muertos» es la segunda novela de la serie de los caballos lentos y que es adaptada a la televisión, según me han chivado, de una forma muy libre, sobre todo en lo que respecta desde el ecuador hacia el final, pero nos da igual: ha sido otra gozada disfrutar de Gary Oldman interpretando a Jackson Lamb, más desatado de lengua y de sarcasmo (si es que eso era posible), así como de su equipo de “lentos”, que comienza a romper las paredes de la Casa de la Ciénaga (y a sufrir las consecuencias en sus carnes), en un relato de espías con un argumento poco original por haber sido tratado en exceso por otros autores, pero otra vez nos da igual: agentes durmientes enemigos infiltrados en territorio nacional, llamados “cigarras”, según la jerga del KGB, “leones muertos” según la jerga del MI5 (todo ello según Mick Herron) (sigue leyendo)