miércoles, diciembre 19, 2018

Fin y resumen

Poco o nada puedo añadir a este post con el que es mi intención cerrar este año 2018, uno de los que menos producción ha visto, con diferencia, de publicaciones, puede que debido a que voy arrastrando cierto cansancio adherido a la obra viva. Para los que habréis estado ojo avizor, no se os habrá pasado desapercibido que apenas ha estado en navegación gracias a las reseñas semanales y a algún que otro artículo esporádico.

Voy lento y cada vez me cuesta dar más con algo interesante que subir a estos lomos, quizá porque han ido apareciendo otros intereses, otras metas. En ocasiones, el blog ENMP me ha parecido una carga casi sostenida por la fuerza de la costumbre, de ir colgando las lecturas del barómetro (que en muchas ocasiones se me ha llegado a olvidar), y punto; pero no por ello voy a abandonarlo a su suerte. El ENMP nunca va a ser un derrelicto y, con la llegada de otro año, espero ir encontrando a proa nuevos puertos seguros y nuevos proyectos. Él me los dio de forma generosa y yo he de responder a la altura.

Solo desearos lo mejor para estos días, en especial para aquellos que los aborrezcan: que sean de sosiego al menos. Que estéis con aquellos a quienes amáis y os aman y, de paso, daros un garbeo por mis últimas colaboraciones publicadas. Un saludo!

Artículos

Reseñas
—Reseña a la primera temporada de « Big Little Lies» https://goo.gl/kYRgVC
—Reseña a la novela «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee https://goo.gl/PPo1qp
—Reseña a la película «Alta fidelidad», con John Cussack https://goo.gl/fSsQxz

Lectura de 19 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 756 (Variable). Encapotado
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 55%

martes, diciembre 18, 2018

Guardia de cine: reseña a «Alta Fidelidad»

Título original: «High Fidelity». 2000. EEUU-RU. Tragicomedia. 1 h. 53 min. Director: Stephen Frears. Guión: D. V. DeVincentis (basándose en el libro de Nick Hornby). Elenco: John Cussack, Iben Hjejle, Todd Louiso, Jack Black, Catherine Zeta-Jones

«Alta Fidelidad» es una radiografía de finales de los años 1990, de personas incapaces de amoldarse al tiempo que viven; que se niegan la madurez y se abrazan al pasado. Una generación, la de menores de treinta años hace casi veinte, que se sincera delante de la pantalla y que busca una respuesta frente al dolor y el rechazo

¿Qué momento es el adecuado para acometer un examen introspectivo acerca de la vida y su sentido? Para Rob Gordon, el treintañero amargado, propietario de una tienda de vinilos en un barrio perdido de Chicago, es cuando Laura, su preciosa y perfecta novia, lo abandona sin explicación aparente. Mediante un soliloquio dirigido al espectador anónimo, Rob lo invita a subir y dar una vuelta por el carrusel de sus rupturas sentimentales más traumáticas, siendo que Laura pasará a ocupar el quinto puesto de honor; una confesión a lo largo de varios días y lugares en los que, en apariencia, Rob se siente cómodo para ello; rodeado por su descomunal colección de vinilos que comienza a reordenar de forma autobiográfica o junto a sus dos disfuncionales empleados. Mientras las cajetillas de tabaco se hacen humo y ceniza y los vívidos recuerdos se agolpan, Rob desea dar con la respuesta y no se le ocurre mejor forma de hacerlo que retomando cierto contacto con sus exnovias, las cuales abarcan una etapa vital que va desde la escolar hasta la madurez (esa que Rob aún no ha alcanzado), con un acompañamiento musical excepcional que le hace la réplica emocional.

El protagonista, en medio de las turbulencias creadas por el abandono de Laura, busca la respuesta a la pregunta de por qué no puede ser feliz; de las razones de su soledad impenitente. De por qué Laura le ha dejado por el pomposo de Ian, el mamarracho que antes vivía en el piso de arriba.

También saber si tendrá la oportunidad de que él y Laura vuelvan a estar juntos.

Una generación, la de menores de treinta años hace casi veinte, que se sincera, al menos por la parte masculina a través de John Cussack, un actor obligado a transmitirnos la locura transitoria que sufre su personaje, yendo más allá de las palabras y mostrando su alma atormentada a medio de arrebatos que pueden parecernos exagerados o sobreactuados, pero que son un reflejo diáfano del ánimo de Rob.

«Alta Fidelidad» es una radiografía de finales de los años 1990, de personas incapaces de amoldarse al tiempo que viven, que se niegan la madurez y se abrazan al pasado. Rob tiene miedo al fracaso (le da auténtico pavor), a la soledad (no parece que tanto al compromiso), pero para darse cuenta de esto hace falta tener ojos y olfato, sentidos de los que el protagonista está desprovisto (no así de oído musical).

La biografía del personaje es tan natural que prende, aunque hay que estar al quite, seguir la sombra de Rob en cada escena, de las cientos que componen la cinta a lo largo del titánico montaje; de todas en las que se cuela una generosa panoplia de rostros conocidos (¡The Boss incluido!).

Se pretendió capturar el instante en el que el hombre se enfrenta a una vida cargada de dolor, resentimiento y rechazo, protegido por los algodones de la música y los intermedios desternillantes protagonizados por Jack Black. Un momento en el que trata de darse sentido a sí mismo y encontrar la forma de asir de los cabellos la esquiva felicidad, pero no una lujuriosa, de fastuoso sueño húmedo, de fantasía delirante; una felicidad normal y aceptable, tranquila y sin artificios. Iniciar un cambio de ciclo en el que el vinilo no tiene porqué desaparecer ante la irrupción masiva del compact disc.

Cuando uno visiona «Alta Fidelidad» debe ser consciente de que no es una comedia, por mucho que se vendiera así por un departamento de marketing que no tenía ni idea. También acerca de la fecha de filmación para saber a qué tipo de cine se enfrenta, con un trasfondo y profundidad abismales. Que nadie vaya tampoco solo atraído por una Catherine Zeta-jones con casi veinte años menos; sí a la miel de panal, pero todo en su justa medida. Hay que escuchar «Alta Fidelidad»; sentirla; escuchar a Rob y las canciones que dan punto a las emociones del protagonistas.

Lectura de 18 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 752 (Variable). No para de llover 
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 55%

jueves, diciembre 13, 2018

«With A Little Help Of My Friend», Joe Cocker en Woodstock, con su conocidísima versión de la canción de los Beatles



What would you think if I sang out of tune
Would you stand up and walk out on me?
Lend me your ears and I'll sing you a song
And I'll try not to sing out of key
Oh I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends

What do I do when my love is away?
(Does it worry you to be alone?)
How do I feel by the end of the day?
(Are you sad because you're on your own?)
No I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends

(Do you need anybody?)
I need somebody to love
(Could it be anybody?)
I want somebody to love

(Would you believe in a love at first sight?)
Yes I'm certain that it happens all the time
(What do you see when you turn out the light?)
I can't tell you, but I know it's mine
Oh I get by with a little help from my friends
Mm I get high with a little help from my friends
Oh I'm gonna try with a little help from my friends

(Do you need anybody?)
I just need someone to love
(Could it be anybody?)
I want somebody to love

Oh I get by with a little help from my friends
Mm gonna try with a little help from my friends
Oh I get high with a little help from my friends
Yes I get by with a little help from my friends
With a little help from my friends

Lectura de 13 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 751 (Variable). Lluvias intermitentes
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 54%

martes, diciembre 11, 2018

Guardia de literatura: reseña a «Matar a un ruiseñor», de Harper Lee

Harper Collins Ibérica SA
Madrid, 2015
Traducción: Belmonte Traducciones
ISBN: 978-84-687-6702-4
349 páginas
Harper Lee no solo nos insta a no enjuiciar a un hombre por el color de su piel, por la superficie; a nadie sin haber desentrañado sus motivaciones, así como los hechos. El caso de Tom Robinson no es más que el ejemplo más gráfico y dramático

Los estantes en librerías y bibliotecas suelen estar copados por volúmenes y más volúmenes firmados por la misma persona; por autores con eso que se ha venido a denominar, de forma expeditiva, ordinaria y soez, como diarrea literaria. Sin embargo, hay ejemplos con los que un solo título basta para brillar y permanecer en el Olimpo del literato; son muy pocos los supuestos, pero está ahí, incólumes tras el paso de las décadas. Ahí está «Matar a un ruiseñor», única obra larga editada en vida de la escritora estadounidense Harper Lee y que le valió no pocos premios y el reconocimiento del público con una novela de estrechas dimensiones, escrita con sencillez pero con una fina elegancia, que encierra a la Humanidad por completo entre los límites territoriales y sociales de una pequeña ciudad como Maycomb, Alabam, y entre sus tapas.

Con mucho de autobiografía, Harper Lee adopta una narración en primera persona y recorre dos años y poco más de los recuerdos de infancia de Jean Louise “Scout” Finch, la hija menor del abogado Atticus Finch. A través de una mirada ya adulta, que en nada desprecia los juicios de valor de la niñez, Scout repasa esos largos veranos y cortos inviernos retratando a sus vecinos, llegando a comprender la máxima de su padre de eso de “ponerse en el lugar de los demás” para alcanzar la raíz de sus acciones y comportamientos, conocerles y apreciarles con meridiana justificación. Scout relata las hipocresías e incoherencia de la sociedad sureña, anclada, aún en la década de la Gran Depresión, en el s. XIX; el conflicto entre el mundo urbano y el rural; y la segregación racial, que alcanza cierto clímax durante el juicio contra Tom Robinson, un hombre acusado de violar a Mayella Ewell y que, a pesar de la contar con una buena defensa que demuestra su inocencia, termina siendo condenado porque el propio Maycomb no está preparado aún para absolver de delito alguno a un negro, por mucho que las pruebas sean abrumadoras contra el veredicto tan injusto que alcanza el jurado. En esto último, respecto a la separación blanco-negro, es donde la autora incide mayoritariamente. Quizá el punto de crítica más sutil y pasajera sea aquel recuerdo suyo de la señorita Merryweather, su profesora en la escuela, que se escandalizaba de la política nazi contra los judíos pero que aplaudió hasta pelarse las manos la discutible y bochornosa decisión del jurado porque el acusado era negro y, por tanto, culpable. ¿Cómo alguien que criticaba ferozmente el maltrato a los judíos alemanes podría sentir semejante alegría ante la condena de un hombre inocente por el mero hecho de ser de diferente color?

Cada personaje encierra un mundo propio, trufado de emociones y sentimientos, un rosario de comportamiento humanos que exigen de un examen a fondo, más allá de la superficie, con el que algo que parezca negativo, tras una toma de contacto, acabe siendo positivo, como en el caso de la señora Dubose o la tía Alexandra.

Harper Lee no solo nos insta a no enjuiciar a un hombre por el color de su piel, por la superficie; a nadie sin haber desentrañado sus motivaciones, así como los hechos. El caso de Tom Robinson no es más que el ejemplo más gráfico y dramático.

La novela también es de descubrimiento de la etapa infantil, previa a la bochornosa adolescencia, en el que el lector podría deleitarse horas y horas, siguiendo los pasos de Scout y de su hermano Jem, así como los del fantasioso pero adorable Dill, no más allá de la verja que encierra la Mansión Radley, donde vive, apartado de la luz del sol, Arthur “Boo” Radley, quien establecerá una particular relación con los chicos aún sin verse. Aquí entra en juego, una vez más, la máxima de Atticus Finch.

En ocasiones, cuando uno se pone con una obra de ficción, suele haber párrafos imposibles, escenas baldías y personajes huecos; sin embargo, Harper Lee despliega una prosa delicada, sin artificios pero bien dotada de recursos narrativo que le permiten describirlo todo, con el acompañamiento de notas de humor, a veces inocentes a veces hiperbólicas. Fue etiquetada como novela sureña, pero más bien es de descripción de la sociedad sureña, con esa languidez somnolienta del verano eterno, y para nada racista, polémica ésta que surgió con la ya no tan reciente publicación de su segunda novela, «Ve y pon un centinela». En dicho cruce de acusaciones y defensas volvemos a encontrar a lectores y críticos que se ponen los zapatos, esta vez los de Harper Lee, y aquellos otros que se contentan con expulsar bilis, juzgando por el color de piel de esta multipremiada obra. Quien mantenga un alegato incriminatorio o no se ha leído «Matar a un ruiseñor» o es un necio. La autora se limita a trasladar lo que vio al papel, sin cortapisas ni limaduras para no molestar u ofender corazones pusilánimes; ella fue alguien que fue libre para escribir, sin temor a las sombras del puritanismo new age, como el que se revuelve feliz en nuestros días. Pensar que una obra literaria debe ajustarse en todo momento a los parámetros morales, por muy loables o estúpidos que estos puedan ser de aquí al futuro, es abrir las puertas a las correcciones oficiales en un régimen totalitario aceptado por “nuestro bien”.

Terminado el libro, aunque no soy nadie para ello, considero que «Matar a un ruiseñor» debería  ser de lectura obligatoria en Secundaria. Entre sus líneas hay más ética que en cualquier clase impartida por supuestos profesores comprometidos, cuya entereza moral es debatible.

Lectura de 11 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 758 (Variable). Altostratos
  • Termómetro: 12º
  • Higrómetro: 54%

11 de Diciembre de 2018


miércoles, diciembre 05, 2018

Un megadirigible contraincendios

Como cada año, nuestro país se ha visto asolado por incendios durante los meses de estío. Curiosamente, estos arrecian más cuanto más cercanas están las fechas de cierre de la temporada crítica. Sin embargo, durante este 2018 los noticiarios han dedicado su tiempo a los devastadores e incontrolables fuegos que siguen arrasando el territorio del Estado de California, los cuales solo pueden tener explicación en una negligente falta de verdaderos protocolos y políticas preventivas medioambientales (no, no le estoy haciendo el juego al Sr. Trump), sino diciendo lo que todo el mundo calla o dice con la boca pequeña.

Y durante este mismo 2018 me ha venido a la mente, en infinidad de ocasiones, un artilugio que, a bien seguro, habrá visitado mentes más preclaras en esto de la ingeniería: un megadirigible contraincendios.



Con mi pobre arte os traslado un par de bocetos un tanto inquietos, garabateados en el reverso de una hoja de calendario, sobre un diseño que recuerda bastante a los cohetes de las lanzaderas espaciales y al Airlander 50, y que paso a explicar. El dirigible (más bien dos), sería de estructura semirrígida y con bolsas cargadas con gases inertes, siendo montado sobre una estructura que le permitiría elevar un enorme tanque de agua. Debido a la peligrosidad de la encomienda, sería pilotado desde tierra desde un camión de control, mediante radiofrecuencia o, también, GPS. Se distribuirían propulsores para ayudar a estabilizarlo sobre el fuego (habría que industriar un sistema por el que las turbinas no alimentaran con más aire al incendio) y, una vez en posición, una serie de torretas ubicadas en todo el contornos procedería a sofocar desde el aire, centrándose en los focos que detecte el equipo desde el control.

Habría que prestar especial atención, durante la fase de investigación del diseño definitivo, al recubrimiento exterior, a prueba de fuego y altas temperaturas, así como a un protocolo de recuperación para evitar algún incidente, como, por ejemplo, el que quedara a la deriva.

La lentitud de este vehículo se vería compensada con su gran capacidad de almacenaje y una mejor distribución de medios en la lucha contraincendios, algo que no se consigue plenamente desde un medio no aerostático. El rellenado de sus tanques se podría realizar igualmente en el aire, mediante poderosas bombas, bien sobre el mar, bien de una nave a otra, con un sistema de dirigibles cisterna, más pequeños y rápidos.

Esta es mi humilde, ingenua y hasta fantasiosa contribución. Quizá haya alguien que quiera plagiarla y probarla. Creo que a todos nos gustaría y que tuviera éxito.

Lectura de 5 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 758 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 14,5º
  • Higrómetro: 54%

martes, diciembre 04, 2018

Guardia de television: reseña a la primera temporada de «Big Little Lies»

Título original: «Big Little Lies». 2017. USA. Drama. 14 capítulos (360 min. de tiempo total). Creador: David E. Kelley. Elenco: Reese Witherspoon, Nicole Kidman, Shailene Woodley, Zoë Kravitz, Laura Dern

Un asesinato sacará las grandes mentirijillas de cinco mujeres dispares en el desarrollo de una serie realizada de modo magistral, pinchando la neurona del espectador, invitándole a quedarse hasta el final

La húmeda brisa marina de Monterrey viene impregnada por el aroma de los billetes de dólar recién impresos. En esta ciudad californiana se está a otro nivel, pero no por encima de las miserias humanas, protagonizadas por un elenco de mujeres muy dispares, unidas por lazos de amistad y rivalidad mal simulada mediante huecas fórmulas de cortesía. 

Comenzamos con Madeleine, una irascible, entrometida y hasta psicótica doña Perfecta, quien vive al borde del ataque de nervios con todo lo relacionado con su primer marido, Nathan, dando lo mismo la nueva esposa de éste o la adolescente hija común, prácticamente incontrolable. 

Luego tenemos a Celeste, una brillante abogada que dejó de ejercer para dedicarse en exclusiva a su familia, formada por su joven marido y sus dos hijos gemelos, residiendo en una magnífica mansión, asemejando ser reina y poseedora de una vida perfecta.

El trío protagonista principal lo cierra Jane, una cenicienta recién llegada a Monterrey. Es una mujer en constante huída con su único hijo, Ziggy, de seis años. Se siente fuera de lugar a pesar del acogimiento dispensado por Madeleine y Celeste: Jane no es rica ni glamurosa, es una currante y madre soltera que lucha por asomar la cabeza desde el fondo del pozo, que sufre un golpe imposible de encajar cuando Ziggy es acusado el primer día de colegio de ser un abusador.

Fuera del círculo de amistad que se forja entre estas tres mujeres quedan Bonnie y Renata. Bonnie es la segunda mujer de Nathan; es joven y exótica, la personificación, para Madeleine, de todo lo que no supo ser para salvar su matrimonio. Por su parte, Renata (otra archienemiga de Madeleine) es una mujer madura y de enorme éxito profesional, siempre a la defensiva y con los dientes y las uñas blanqueados al sol de tanto mostrarlos, pues  haga lo que haga sabe que será duramente criticada, simplemente por su sexo y su condición, por las mujeres de la comunidad; su temperamento más salvaje saldrá a relucir cuando se vea incapaz de proteger a su hija de un violento compañero de aula.

Y estas cinco mujeres esconden grandes mentirijillas que acabarán compartiendo.

Madeleine, como mujer controladora pero incapaz de controlarse a sí misma, se muestra frágil e intranquila al sostener una relación adúltera con un hombre casado y tiembla de pavor ante la sola idea de perder a su familia y a su marido por culpa de sus impulsos.

Celeste, la perfecta y elegante Celeste, encierra en casa a una mujer que sufre un matrimonio marcado por la violencia, con una voluntad contaminada por el amor-odio-sexo salvaje hacia su marido, que acabará en simple odio cuando las agresiones que sufre se hagan más brutales a medida que el sexo desaparece.

Jane es taciturna y no por capricho. Su secreto se revela principalmente en sueños, repitiéndose en bucle, aunque con lagunas de memoria: la noche en la que fue violada. Fruto del acto es su pequeño Ziggy, quien podría haber heredado la maldad de su desconocido padre.

Bonnie parece muy flow, una voz de la razón con una pizca de desdén, tratando de poner paz a golpe de mandala, pero que es capaz de despertar de pronto.

Y Renata, tras su fachada depredadora, es una mujer insegura, sobrepasada por las circunstancias y que se empeña en mostrar una máscara que no corresponde con la realidad, desarmándose ante la honestidad de Jane, con quien había chocado desde el primer instante.

El clímax del último capítulo derriba los muros del vacuo prejuicio y de la competencia territorial entre leonas, los mismos que han condicionado sus existencias y las de aquellos que las rodean.

Esta serie se gana la matrícula de honor gracias a su sorprendente inicio. El pistoletazo se da con un asesinato, pero del que desconocemos la identidad de la víctima y, por supuesto, la del culpable y su móvil. Tal y como se va desarrollando la narración, semanas antes del hecho criminal, con extractos intercalados de las declaraciones de testigos y de investigación policial, acertar con el nombre de la víctima debería ser un desafío imposible; se concentra tanta tensión en la pequeña comunidad y es tan fácil llegar a las manos entre sus miembros… Pero a mí me quedó meridiano quién acabaría ocupando una plaza en la Morgue, pero fallé de pleno en cuanto al nombre del asesino y a todo lo relacionado con la escena del crimen en sí; más difícil aún fue dar con el violento agresor de Primaria.

El montaje de los episodios está realizado de modo magistral, pinchando la neurona del espectador, invitándole a quedarse hasta el final, como si la curiosidad inicial, con ese asesinato del que nada se nos cuenta, no fuera suficiente. Los momentos de interiorización e infiernos personales, con ideas incluso suicidas, y la banda sonora aportan sabor a una mezcla de historias que siempre se han quedado de puertas hacia adentro, con independencia de que estemos en Monterrey o en otro lugar, pues las miserias nos son comunes a ricos y a pobres.

Lectura de 4 de Diciembre de 2018 a las 1200 horas




  • Barómetro: 757 (Variable). Estratocúmulos
  • Termómetro: 14,5º
  • Higrómetro: 53%