miércoles, octubre 26, 2022

El AN-1, un submarino portaaviones para la Guerra Fría

El concepto de un submarino portaaviones ya se barajó con anterioridad a los tiempos que queremos tratar en este artículo y se llegó a materializar de distintos modos. Aunque tenemos tímidos intentos durante la Gran Guerra, quienes llevaron la voz cantante fueron los ingenieros de la Marina imperial japonesa, quienes consiguieron poner en servicio activo hasta tres clases distintas de submarinos portaaviones durante la Segunda guerra mundial, destacando las tres unidades de la clase I-400, cuyo diseño permitía cargar y lanzar un hidroavión biplano Aichi M6A Seiran con el que poner en jaque los intereses estadounidenses en la costa del Pacífico de Centro y Suramérica; en concreto, el canal de Panamá.

Pero hoy queremos hablar de un ambicioso navío que se quedó confinado dentro de las amplias hojas de papel en las que se trazaron sus formas: el USS AN-1.

Su diseño fue fruto de la Guerra fría en toda su dimensión. Cualquier locura parecía permitida. Luego sólo había que lidiar con las leyes de la Física.

El AN-1 se diseñó en 1958 y no proponía nada descabellado en primera instancia. Por aquel entonces, en plena experimentación con submarinos capaces de transportar y lanzar misiles nucleares, existían las clases Grayback y Halibut, de las que los Tunny, Barbero y Grayback fueron modificados para cargar con dos misiles tipo Regulus-I y II, ingenios de la Muerte por hongo nuclear que tenían una forma idéntica a cualquier tipo de avión a reacción de la época, llegando a verse imágenes de los mismos con tren de aterrizaje para su aterrizaje controlado.

Los resultados positivos de estos tres submarinos en sus pruebas, los primeros con capacidad nuclear, permitieron soñar con la posibilidad de configurar otros navíos del Servicio silencioso para que, en vez de misiles, cargaran con hasta ocho aviones a reacción Boeing Mach-3 de despegue y aterrizaje vertical (VTOL), con su personal adjunto. Analizando los diseños, el AN-1, con unas dimensiones nada desdeñables y siguiendo las líneas de la clase Halibut, contaría con dos hangares que ocuparían la mitad de toda su eslora.

La idea era así simple: desplegar aviones en zonas de conflicto con discreción, al contrario de la parafernalia y alboroto propias de cualquier portaaviones de superficie. 

Todo sonaba a las mil maravillas, incluso esa fantasía de ser capaces de poner en el aire hasta cuatro aparatos en solo seis minutos o a los ocho en menos de ocho minutos, pero existían obstáculos insuperables, centrados casi en exclusiva en el deseo de que los aviones despegaran y amerizaran en la cubierta del AN-1. Lo primero era relativamente fácil. El problema serio venía con lo segundo, que es lo más complicado y peligroso. Si ya es peliagudo hacerlo en la cubierta de un portaaviones “hecho y derecho”, mucho más lo sería hacerlo en vertical y sobre unas raquíticas dimensiones de poco más de 13 metros de manga. Cualquier error se pagaría con el más absoluto de los desastres.

El proyecto AN-1 acabó en el fondo del cajón gracias al exponencial desarrollo tecnológico de los misiles nucleares. 

-Desplazamiento: 9.260 tn. en superficie, 14.700 en inmersión.

-Eslora: 151,50 m. (a menos de 20 metros de igualar a la clase Typhoon soviética, desarrollada durante las décadas de 1970 y 1980)

-Manga: 13,49 m.

-Velocidad máxima: 16 nudos.

-Tripulación: 149 más doce pilotos y dos tripulaciones de combate para ocho aviones Boeing Mach-3.

-Seis tubos lanzatorpedos a proa otros dos a popa.


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