martes, julio 31, 2007

Amigos a bordo

Leyendo el último ejemplar de la Revista General de Marina que me ha llegado, es decir, el número de Mayo de 2007 (recibido, de manera casi desesperada, el pasado día 28 de Junio) (miento, ayer recibí el número de Julio), y, exactamente, su primer artículo firmado por el Contralmirante de la Armada uruguaya, D. Hugo Viglietti Mattía, bajo el título “Con Cádiz por cuna y Montevideo por hogar”, en el cual relata sus vivencias a bordo del buque escuela Miranda y su relación con la Armada española y el Juan Sebastián de Elcano, uno llega con sorpresa al párrafo donde se habla de Foque. No se está hablando de la vela cuchillo, sino de un perro de la raza pomerania que, como cuenta el contralmirante, “[…] era el primero en desembarcar en cada puerto, pero como marino experto ocupaba siempre su puesto en navegación, con buen tiempo o en medio de la tempestad. Amigo de todos, quizá más de los cocineros, fue cosechando afectos y hasta jerarquías que adornaban su capa marinera. Murió en su ley, en el mar y con “honores de cabo de primera””.

Aunque no tenga ninguna mascota en la actualidad, el corazón me obliga a hablar de ellas. Nunca han estado a bordo, pero quiero que permanezcan aquí.

Guardo un grato recuerdo de Buky. Un patito que me compraron en un día de feria en Gernika, tras mucho insistir. Aún recuerdo como sacaba el pico por la apertura de la cajita en la que iba para casa, con el fin de conseguir unas pizquitas de pienso. Por aquel entonces era muy crío y no recuerdo con cuantos años contaba. Me acuerdo de cómo me perseguía por el balcón y la cocina, a pesar de que intentaba engañarlo y le ponía una gorra encina, tratando de dormirlo. Piaba y piaba. Lamentablemente, y como parece una tónica en mi vida, falleció a las pocas semanas y carezco de cualquier recuerdo gráfico de él.

He de reconocer que me encantan los gatos y uno de ellos guarda un lugar mas que especial en mi recuerdo. Su nombre era Jim, y era negro con subpelaje rojo. El día que vino a mi casa, ni cené para verle cómo intentaba salir de la cajita que hacía casi de cuna improvisada. Sonrío al verlo de nuevo, en mi memoria, saltar ante su reflejo en el rodapié o como subía por mi pierna para arriba con sus afiladas uñas. Pero por desgracia, y como suele suceder con la mayoría de los niños (por mucho que yo ya estuviese en el último año en mi odiado colegio), no hacía el suficiente caso a mi mascota. Quizás convencido de que mi amigo iba a estar conmigo durante muchos años. Que error mas terrible. Ahora, que lo veo allí, en su cestita, mirándome sin decir nada, mientras yo hacía mis deberes… ¿Qué me costaba ponerlo a mi lado? Maldita sea. Siento que le fallé. Él siempre estaba conmigo, pero yo le fallé y, aunque ya han pasado muchos años de su muerte, siento la pérdida y me culpo. Nunca podré perdonármelo. No lo vi morir. Solo lo vi la noche anterior, medio agónico, sin poder levantarse de su cesta… Fueron los momentos mas amargos de mi vida. Ver a mi mejor amigo sufrir sin que yo pudiera hacer nada. Desde entonces, decidí no dejar entrar mas animales bajo mi cuidado, aunque mi cariño hacia ellos sigue indemne.

Mejor lo dejo, por que ya tengo demasiadas lágrimas en los ojos, pero me acuerdo de él todos los días.

En aquellos momentos me dí cuenta de lo que aún sucede en mi día a día. Todo aquel que traba amistad conmigo termina desapareciendo. Lejanía, enfado, incomprensión, ofensa,…

Esto último pasa con mi última amiga: Sara. Una golden retriever maravillosa y mimosa con la que he pasado ratos agradables (no tanto bajo la lluvia esperando que haga sus necesidades). No ha sido mi mascota, aunque he tenido que encargarme de su cuidado en unas pocas ocasiones. Cuentista, glotona, cariñosa,… Son solo algunos de los adjetivos con los que se puede calificar a esta belleza de cuatro patas con la cual fardaba por las calles de Pontevedra. Todo el mundo se fijaba en nosotros (lástima que no fuera al encuentro de aquel cocker spaniel negro en calle Peregrina, por que yo intentaría ir donde su dueña que era una impresionante morena de escote y minifalda de sueño que, desde entonces, no volví a ver).

Ahora no sé por donde puede andar. Supongo que por Madrid.

Tal vez no sea un homenaje como hubiera querido expresar y aún se quedan fuera otros amigos peludos, pero estos son los primeros (y por orden cronológico). Pero es que hay cosas que no se pueden decir con palabras.

4 comentarios:

Mali dijo...

Son tan majos. Jim era todo mimitos, una delicia de gatito. Yo también le echo de menos. Lo utilizaba de "bufanda". Te acuerdas? Cuando estudiaba para los examenes la Uni, se me acercaba y yo lo cogia y me lo colocaba al cuello y ahí se tiraba horas el minimo, sin rechistar. Me callo porque yo también me estoy poniendo muy triste.

Sirena dijo...

Hay animales que te han llegado tan dentro, que es imposible olvidarlos. Yo tengo un hámster, muy chiquitito. A veces cuando estoy triste, miro como juega en la rueda, como se limpia... y sonrío. Besitos, Javi. :)

Ligia dijo...

Me gusta lo que cuentas de los animales. Mi hijo tiene una perrita Yorkshire que me lleva de vez en cuando, y es una delicia.
Un saludo

Javier dijo...

Pues ya no me acordaba de que lo usabas de bufanda, jejeje, Mali... O cuando se metió en tu maleta y casi va a la universidad :)

Debe ser algo agradable, Sirena, y cómo se llama el "bichillo"? Besitos también para tí, guapa.

Gracias, Livaex. Los "Carioca" (Yorkshire) también me encantan.