Nada más lejos de mi intención el traer a estas cubiertas a «El Rubius» y a sus compis fantasmatubers, con relación a la pataleta semanal que sacude los medios de información como aderezo a la programación monomaniática de la pandemia del SARS-COV 2 y sus “felices” variantes.
Sin embargo, ¡Dios!, me veo impelido a decir algo, por mínimo que sea.
He de manifestar, antes de nada, que soy el que menos le importa si este muchacho o cualquier otro que hace dinero de la forma más triste que se puede hacer -a costa de gente que pierde retina y ancho de banda (si es que eso sigue existiendo en Internet), viendo cómo prueban videojuegos o abren cajitas de muestras que les manda tal y cual marca-, se lleva su residencia fiscal a Andorra. Tipos y tipas cuyos perfiles, de supuesta autoría amateur, están sostenidos por potentes empresas y herramientas de marketing, y que, de vez en cuando, sueltan alguna perla prefabricada a su cohorte de seguidores.
Con cada pulsación en la tecla play a uno de sus vídeos, se abre la caja registradora.
Ciertamente, es una forma de ganar dinero que no entiendo. Sí entiendo que te forres con el porno, incluso subiendo tus composiciones musicales dando berridos, pero… ¿esto?
Bueno, que me estoy desviando del tema.
La cuestión es que «El Rubius» se marcha (marcho que me tengo que marchar) para Andorra por cuestión de impuestos. El bolsillo es el bolsillo. Pero sucede lo de siempre, sobre todo cuando tenemos a unos políticos que se les hace los ojos chiribitas con las subidas de carga impositiva para mantener un supuesto estado del bienestar, ese que terminamos sustentando los paganos de toda la vida, más los autónomos.
Cuando oigo a los aferrados al atril cantar alabanzas a todo repunte impositivo, sobre todo cuando lo maquillan con la noticia de una mayor carga para las rentas altas, me entra un picor en el estómago que podría ser risa, pero que no lo es.
—Subimos los impuestos a los ricos —grita el político supuestamente progre que vive en una mansión—, pero el IVA ni lo toquéis (pues lo paga desde el bebé recién nacido hasta el vejestorio más decrépito de la residencia de ancianos). Tenemos que mantener la educación, la sanidad, etc., etc. Bueno, y nuestros sueldazos y los de nuestros asesores colocados a dedo.
Hay que alimentar a un inútil monstruo burocrático de mil muñones y dopado de dinero público. Más que inútil, estúpido, pues no deja de estar formado por una masa ingente de funcionarios, la mayoría de los cuales son un cacho de carne tras un escritorio y el periódico del día.
Cada trimestre (más luego cada año), me ruborizo, y no por recibir piropos, cuando me pongo a rellenar los dichosos modelos de IRPF e IVA, sintiéndome estafado por cuanto se me penaliza por ganar dinero para vivir, pero más por no gastármelo como un poseso y ahorrarlo (a lo que hay que sumar las comisiones bancarias que al Ministro de Consumo le traen al pairo), más si cabe en tiempos de COVID. Y yo no tengo la capacidad ni el asiento para cogerme los bártulos y pirarme para Andorra, que es lo que hacen siempre los que sí pueden.
Es entonces, rellenando los formularios, cuando me acuerdo de cierto profesor que tuve en la Facultad y que se dedicaba a ese terreno tan fangoso que es el Tributario. Lo recuerdo bien porque los que te dan más aversión son aquellos que quedan grabados a fuego, sobre todo por lo patético que resultaba ver a un cincuentón que, por no haber echado tripa cervecera y mantener incólume la mata de pelo sobre las sienes, creía que las pollitas del aula se desvivirían por hacerle todos los jobs del catálogo X, una tras otra. Me acuerdo bien que se paseaba con su reloj de oro, compartiendo con todos nosotros, imberbes e imbéciles, su coste: 2.000.000 de pesetas, lo que es lo mismo, 12.020,24 €. Aquel mostrenco dorado era un regalo (abono de sus honorarios, aparte), de cierta empresa con presencia a nivel nacional por “tan solo” estudiar y analizar la última revisión de la legislación tributaria y, sabiendo donde poner y quitar el dinero, ahorrarle 300.000.000 de pesetas en impuestos, lo que es lo mismo, 1.803.036,31 €, y de forma legal.
Los ricos podridos o aspirantes a serlo, incluido «El Rubius», saben perfectamente lo que tienen que hacer cuando la carga impositiva del Estado se ceba sobre ellos: contratar a ingenieros fiscales que buscan todos los vericuetos legales (hipotecas cuando no hacen falta, extrañas e interesadas donaciones, etc.), derivan el dinero a paraísos fiscales, crean sociedades pantalla, les recomiendan cambiar de residencia fiscal (que no necesariamente la real), etc. Estrategias algunas legales, otras ilegales y, las que más, amorales, y parece que nos erosione más el corazoncito cuando son de estas últimas y las protagonizan ciertos personajes públicos, como el irse a Andorra para conseguir que haya menos dígitos en su declaración, “pues yo no tengo porqué pagar tal autovía, la educación del hijo del vecino o la hospitalización del abuelo”, por ejemplo.
En el fondo, no tenemos más que envidia de la cerda, pues esos de Ahí Arriba no son más que un reflejo representativo de lo que queremos ser los de Aquí Abajo. Estando en su caso, haríamos exactamente lo mismo o peor. Aquí nadie es un santo, así que soltemos las piedras, que yo conozco casos que os encanecería hasta el alma. Tanta cultura cristiana (2000 años de amaos los unos a los otros no es ná), que no se nos ha pegado ni una china.
Los hay que han puesto el grito en el cielo porque si alguien como «El Rubius», con cientos de miles de seguidores (millones por lo que veo ahora), se cambia de país para no pagar impuestos que tendrían que ir a mantener las estructuras del sistema público, puede haber una sangría, al menos ideológica, con respecto al aspecto tributario entre las nuevas generaciones, esas que hemos criado entre algodones y caprichos.
Yo no lo sé, pero lo que haga este tío y otros me la trae al pairo, por mucho que haya tenido que soportar frases de tono lapidario en plan: "Cuando te jubiles, ya pensarás de otra forma". Mirad, como si este individuo se quiere ir a Vanuatu y darle al hula-hula. Al final, la masa seguiremos en casa pagando religiosamente (bien por no haber remedio, bien con el bálsamo de que también nos toca valernos de ciertos servicios públicos), mientras los listos serán más ricos, por cuanto el paisano que no tiene no puede dar y el que sí tiene no quiere ni hablar del peluquín.
Lo demás son rabietas infantiles.