jueves, junio 17, 2021

Guardia de cine: reseña a «Passengers» (2016)

Título original: «Passengers». 2016. 116 min. EEUU. Dirección: Morten Tyldum. Guión: Jon Spaihts. Reparto: Chris Pratt, Jennifer Lawrence, Michael Sheen, Laurence Fishburne, Andy García, Julee Cerda, Kara Flowers, Conor Brophy

La Literatura y el Cine son garitos habituales para Robinsones de toda ralea y condición, de héroes (o no tanto), que se enfrentan a uno de los grandes miedos de la Humanidad: la soledad más brutal y accidental. Obviamente, el espacio, al ser nuestra última frontera, ha marcado un cariz diferenciador a la representativa aventura del náufrago. La ciencia ficción, por supuesto, no faltó a la cita, aunque con «Passengers» se realiza un guión apenas dramático en el que se sube al Robinsón de turno a un Titanic interestelar 

La nave Avalon, de la compañía Homestead, se encuentra en viaje de ciento veinte años hasta el planeta-colonia Homestead 2, surcando el espacio a la mitad de la velocidad de la luz. Se podría afirmar que es una máquina perfecta, a prueba de todo gracias a su escudo protector, como aquel dichoso transatlántico de la White Star Line. Pero los ingenieros subestimaron el tamaño de los objetos que vagan por el cosmos y, nada más comenzar la cinta, admiramos cómo la Avalon sufre una colisión con un meteorito de proporciones épicas. Dicho encontronazo dará pistoletazo de salida a una serie de errores en cadena a la que nadie podrá hacer frente al estar la nave en piloto automático, con sus trescientos cincuenta tripulantes (y sus cinco mil pasajeros), en animación suspendida. El fatídico día no solo provocará un fallo y una sobretensión de sistemas que llevaran al ingenio al colapso en poco más de un año, sino que afectará a una única cápsula, la del pasajero Jim Preston (con la cara de Chris Patt, quien se resiste a visitar el espacio solo con los ropajes de Peter Quill), un mecánico que despierta y, para su horror, comprueba que se encuentra solo en una nave inmensa y a ochenta y ocho años de su destino. A pesar de sus conocimientos técnicos y esfuerzos, tragará con la amarga realidad: no podrá variar el funcionamiento de su cápsula y volver a dormirse para unirse al resto del pasaje; nadie de la tripulación podrá ayudarle pues no puede acceder a sus dependencias y reanimar a alguien, y el mensaje de socorro que envía a la Tierra tardará cincuenta y cinco años en tener respuesta (sigue leyendo)


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