Una de las constelaciones que cuajan nuestro firmamento nocturno y que me resultaba más desconocida es la de la Ballena, Cetus o el Monstruo Marino, aún cuando es la cuarta de mayor tamaño (1231,4 grados cuadrados). Se la puede contemplar a lo largo del Ecuador, aunque resulta complicada su correcta observación (preferiblemente en noviembre).
Su cabeza, que mira al Norte, está compuesta por cuatro estrellas en rombo, apuntando al Sur de lo que entendemos como los cuartos traseros de Aries. El resto de su cuerpo, formado por seis estrellas, discurre en diagonal hacia el Suroeste. Colindan con ella Acuario, la ya mencionada Aries, Eridanus, Horno, Piscis, Escultor y Tauro.
En cuanto a la Mitología grecorromana, la Ballena se la identifica con el leviatán del drama de Andrómeda, la princesa que fue encadenada para ser sacrificada a Poseidón para que a éste se le bajaran los malos humos tras enfurecerse por la petulancia de la madre de la muchacha, Casiopea, la esposa del rey de Etiopía, que se jactaba de ser más bella que las nereidas. El oráculo de Amón se manifestó en el signo de que Andrómeda tenía que morir y saciar a la bestia. El monstruo, un ser criptozoológico para algunos, una ballena para otros, fue aniquilado por Perseo tras hacer el trabajo sucio con la Medusa; pero tal fue la repercusión de su presencia que acabó ascendiendo a los cielos.
Este mito no es único en nuestra cuenca mediterránea, encontrando diversos paralelismos con la cultura judía (Isaías 51:9 y Job 10:13 y 26:12), así como en el relato babilónico de la creación. Y, como detalle ajeno a nuestra tradición, esta constelación era identificada por las tribus del Brasil como un jaguar, su dios del trueno.
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