Un conglomerado de venganza y ruindad nos llevará a un final sorprendente, aliñado de cierta justicia poética
El narcotráfico comenzaba a ser un tema recurrente en las películas del género de intriga policial y espionaje desde la mitad de la década de 1960. Y cuando se filmó este título, el problema era cotidiano, advirtiendo un horizonte muy oscuro que caería como plomo sobre la sociedad durante los años 1980.
Anthony Quinn y Michael Caine (por delante del mejicano en los títulos de crédito aunque resulta meridiano que el suyo no es el personaje de mayor peso), protagonizan una cinta que mezcla el sórdido mundo de la droga con la de los criminales que actúan previo concurso de voluntades para dar caza al hombre, creando unos personajes creíbles y empáticos, datados de cierta elegante naturalidad. (sigue leyendo)
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